lunes, 21 de noviembre de 2011

Sobre la legitimidad de las autoridades

Mientras la sociedad santafesina evalúa la manera de reaccionar con contundencia al intento de tarifazo del gobernador Hermes Binner, la Presidenta busca un intersticio legal para que el insignificante Cobos no sea quien le acomode la banda celeste y blanca en la asunción de su segundo mandato. No es un problema menor. Para muchos sería la manera perfecta de humillar aún más al vicepresidente opositor. Pero por más que la escena sea tentadora, el estilo que ha llevado adelante CFK en los últimos tiempos es más de conciliación que de confrontación. Lo más adecuado es que sea el propio Cobos quien dé un paso al costado y se retire por la puerta de servicio sin saludar a nadie. El futuro ex vicepresidente desempleado ha traicionado la voluntad popular y no merece estar en ninguna ceremonia festiva. El protocolar acto del 10 de diciembre se convertirá en un festejo popular y el ingeniero será más un infiltrado que un convidado, pues él hizo lo imposible para que la Presidenta no llegue a ese momento. Aunque puede resultar divertido ver su cara de nada en el instante mismo de entregar el cetro -que en algún momento soñó portar- en manos de Cristina, no sería conveniente empezar el nuevo período presidencial con semejante símbolo de venganza.
Sin embargo, no le vendría mal como lección de civismo. Traicionar a los representados tiene sus consecuencias. La crisis política en algunos países del hemisferio norte es una clara muestra de ello. Muchos presidentes han tenido que renunciar por haber actuado más en defensa de la virtual y destructiva economía financiera que de la calidad de vida de sus representados. Otros están perdiendo legitimidad y transitan por la cuerda floja. Mariano Rajoy, el recién electo presidente español promete sacar al país adelante, aunque no aclara dónde quedará el pueblo en ese intento. Por si no queda claro, la crisis en los países europeos es el resultado de la supremacía de la economía por sobre la política. Los argentinos hemos vivido en carne propia la tiranía de los mercados durante décadas. Ahora parece que lo tenemos claro: nunca más los representantes del pueblo deben estar a las órdenes de los especuladores financieros. La economía debe estar al servicio del hombre y no a la inversa.
Sin embargo, algunos pretenden no entenderlo así. Hace unas semanas, el doctor Mariano Grondona -en un exceso de republicanismo sin precedentes- intentó invertir la ecuación. En relación al resultado de las elecciones del 23 de octubre, con su sereno tono de pedagogo en retirada dijo que los mercados votan todos los días. Claro, por si no se entendió, la eminente pluma del diario La Nación, otrora tribuna de doctrina, minimizó la importancia del voto popular expresado en las urnas. Para él –y muchos otros, por supuesto- valen mucho más los votos especulativos que se realizan en la oscuridad de las cuevas financieras. Pero los mercados no votan. Saquean, golpean, desestabilizan. Pero no votan, eso es seguro.
Notorio ejemplo de golpes son los que intentan todos los días las ficciones terroríficas del ex Gran Diario Argentino y sus anexos audiovisuales. Convierten en tarifazos, persecuciones, autoritarismo cada medida que el Gobierno Nacional toma para controlar a los que más tienen. Atacan al Estado cuando quiere tomar protagonismo en la vida cotidiana del ciudadano. Convocan a cualquier converso iletrado para dibujar alguna profecía agorera. No importa si con el contenido de sus titulares y comentarios ofende, asusta o engaña a sus lectores. Es más, ya no importan sus lectores. No en vano las ventas de Clarín bajaron más de un 22 por ciento desde 2008 a la fecha y Radio Mitre ocupa el quinto lugar en encendido cuando llegó al segundo o tercer lugar en la preferencia del público en los tiempos de la rebelión de los estancieros. Lo que ocurre con esos medios es una alegoría de lo que ocurre en los países del norte: por defender a los mercados se olvidan de los ciudadanos. Y éstos aprenden a olvidarse de ellos.
A los políticos de la oposición les pasó algo parecido. De tanto alimentarse de tinta, construyeron sus no-propuestas políticas en base a una realidad entintada y la realidad les pasó por encima, a tal punto que muchos de ellos no asoman ni la punta de la nariz cuando ven la cámara de algún canal televisivo. Margarita Stolbizer declaró en la revista Debate que le “generó un enorme impacto el apoyo que obtuvo el proyecto oficialista pues realmente no estaba viendo ese apoyo”. Claro, lo mismo le pasó al arrepentido Felipe Solá. Ambos estaban viendo otro canal, cuando deberían haberse asomado a la ventana. En la convención del radicalismo que se realizó algunos días atrás llovieron los reproches por el fracaso electoral de la fórmula presidencial. Y también las botellas. Pero el error del partido centenario no es haberse aliado con De Narváez, como piensan los botelleros radicales, sino haber abandonado las banderas nacionales y populares de Yrigoyen. La alianza con el colombiano es una consecuencia y no la causa de la crisis del radicalismo. El error es haber convertido un partido que en sus principios fue revolucionario –radical- en una alianza casi conservadora. Por seguir ciegamente los titulares malintencionados quedaron solos en su ceguera.
Muy solos no. En las redes sociales algunos ciudadanos se juntan virtualmente para clamar a los cuatro vientos –virtuales, también- que conforman el 45 por ciento que no votó a Cristina. Y desde esos espacios virtuales construyen un tango de indignación injustificada que se alimenta esencialmente de titulares independientes. El tango es una queja por los tarifazos, por el autoritarismo, por los mocosos de La Cámpora en Aerolíneas Argentinas, por las netbooks a negritos que ni tienen electricidad, por las pibitas que se embarazan por la platita, por los ciudadanos de bien que no pueden comprar dólares. En síntesis, es el tango de la incomprensión. Incomprensión que muchas veces se confunde con gorilismo. O viceversa. Todavía falta mucho camino por recorrer para alcanzar el país proyectado para todos y estos ciudadanos, empantanados en una ciénaga de tinta, quieren que retornemos al punto de partida. Y eso no es negociable.

1 comentario:

  1. No es para menos, Profe. La oligarquía más energúmena, radicalizada, envenenada, ve con desesperación como vuelven aquellos años odiados, los cincuenta, donde una sirvienta podía salir de vacaciones al igual que su "Ama". Un obrero podía ser propietario como su "Amo" (aún no de una casa pero al menos de su vida y muchos bienes menores). Falta pero se ha emprendido ese camino en forma directa y sin vueltas. Y la comprensión cabal de esto último no hace sonar voces de quienes se benefician con esto precisamente, quienes realmente comprenden la transformación son los enemigos y por eso gritan desesperados. Un primer intento de torcer el rumbo fue en el 2008, de la mano del golpismo agrario y el apoyo burgues, pero les ganamos. Cada día es una batalla de una guerra que solo tendrá fin cuando les cambie a los que se creen los dueños del país desde 1810.

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