lunes, 2 de septiembre de 2013

Por la libertad de todas las expresiones



¿Quién tiene afectadas las facultades mentales, La Presidenta o el universo opositor? Durante mucho tiempo hemos escuchado a muchos de sus exponentes destinar diatribas al gravamen que debían pagar los trabajadores con salarios elevados… o no tanto. Ahí radicaba la injusticia de un mínimo no imponible que afectaba a sueldos apenas generosos. Ahora que el Gobierno Nacional tomó la decisión de elevar de manera sorpresiva y sorprendente los topes de exención, también se quejan. No los beneficiarios, sino los dirigentes que no saben a dónde dirigirse. Tal vez se han quedado sin argumentos o quizá les desespera estar obligados a ponderar una decisión gubernamental. Lejos de eso, siguen despotricando como niños encaprichados porque ahora tendrán que pensar en nuevas estrategias para la campaña electoral que comenzará en breve. Pero, volvamos al equilibrio mental: si CFK no atiende las demandas la consideran soberbia y, si las atiende, afirman que toma medidas electoralistas. No se puede con tanta ciclotimia, sobre todo porque es contagiosa. Alguna vez, tantos esfuerzos por confundir al electorado se les volverán en contra.
También clamaron por ahí que Cristina daba un paso atrás con la reducción de los afectados del mal llamado impuesto a las ganancias. Al contrario, lo convierte en más progresivo porque lo pagarán sólo los que tengan ingresos verdaderamente altos. Algo menos de un 11 por ciento de los trabajadores deberá tributar. Pero esto no es nada. Para cubrir los 4500 millones de pesos que el Estado dejará de recaudar ya está en marcha un proyecto de ley orientado a buscar nuevos horizontes. El ejecutivo envió al Congreso un diseño para gravar con un 15 por ciento las ganancias obtenidas por acciones y títulos que no cotizan en Bolsa, eliminar una exención firmada por Menem que beneficia a sujetos y sociedades radicadas en el exterior y afectar con un diez por ciento los dividendos que las empresas repartan entre sus accionistas. Esto es lo que se conoce como renta financiera. Cuando se promulgue como ley, comenzarán a pagar más los que, de verdad, más ganan. Entonces, también se pensará qué hacer con el IVA, que no hace distinciones entre pobres y ricos, por lo que es un impuesto sumamente regresivo.
La sorpresa por el magro resultado electoral del 11 de agosto se ha traducido en iniciativas transformadoras. Si suman voluntades para octubre, será otro cantar. Esto no es Matemática, sino política y los humores sociales son impredecibles. Tan impredecible como la resolución que tomará la Corte Suprema sobre el caso Clarín. La Audiencia pública que se realizó la semana pasada dejó al descubierto los argumentos de las partes, sobre todo los del Monopolio, que siempre han aparecido mimetizados por un cínico republicanismo. Ahora, los amicus de Clarín y los defensores abandonaron todo pudor y gritaron a los cuatro vientos lo que más interesa al Grupo. “Los que defendieron la inconstitucionalidad tuvieron como único argumento la defensa del interés de la empresa o su rentabilidad –explicó el titular del AFSCA, Martín Sabbatella- y ésta no puede estar por encima de los derechos que tiene el interés público”. Para el funcionario, “el Estado debe pensar en ser garante del conjunto de los derechos de todos los argentinos y no de una empresa en particular”. Y esto no sólo atañe al Poder Ejecutivo: la Justicia forma parte del Estado, aunque muchas veces no lo parezca.
Uno de los lugares comunes que se ha vuelto a escuchar en estos días es que la Ley busca desguazar al Grupo. Y bueno, algo de eso hay. Así como los decretos firmados durante los 90 beneficiaban sin tapujos a Clarín y estaban amoldados a sus intereses, ahora se busca desarmar semejante monstruo antidemocrático. Clarín debe adecuarse a la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual porque dificulta toda convivencia. No sólo por su tamaño, sino por sus nefastas intenciones. Y si la aplicación de la ley se ha convertido en el Estado vs Clarín es porque ha sido el único grupo mediático que se ha declarado en rebeldía. Y lo sigue haciendo. Sus abogados afirmaron que, de obtener un fallo adverso, recurrirán a tribunales internacionales. Una manera de anticipar que no están dispuestos a obedecer a las autoridades democráticas.
Entonces, entra la Corte. Después de cuatro años de chiquero institucional respecto al tema, los Supremos deberán instaurar un poco de cordura. Ante los sincericidas argumentos de los asesores legales clarinistas, el Máximo Tribunal deberá exprimir su creatividad para eximirlos de la adecuación. Que declaren inconstitucional la norma sólo para el Grupo dejará en evidencia el alejamiento supremo de los intereses públicos. Salvo que estén presionados de manera cuasi mafiosa, no hay excusas para que fallen en su favor. Algunos analistas consideran la posibilidad de una indefinida salida salomónica, que podría consistir en una concesión de nuevos y escandalosos plazos temporales, convirtiendo en chicle toda legitimidad republicana. El único camino que les queda es jugarse el todo por el todo: asumir que forman parte del Estado y actuar en su defensa y fortalecimiento. Si resuelven por la constitucionalidad, deberán abandonar cualquier indicio de tibieza. Y esto implica, ni más ni menos, que, además del esperado fallo por la aplicación completa de la ley, deberá advertir sobre las consecuencias de cualquier intento de desacato. Si deciden formar parte del Estado, deberán contribuir a su fortaleza. En este caso, la Corte deberá desalentar a cualquier juez de tomar medidas que vuelvan a beneficiar a la mega-empresa. La palabra de los Supremos debe ser tan poderosa como para terminar con el tema de una vez y para siempre.
Si bien este nuevo episodio por la transformación de la escena mediática permitió recuperar una mística entibiada por el tiempo, gran parte de la población permaneció indiferente. Incomprensión o hartazgo. O las dos cosas. No es sencillo percibir abstracciones cuando se está embutido en la cotidianeidad de la vida. Y más aún cuando ese rutinario devenir está condimentado por usinas desalentadoras. La vida es más dificultosa cuando los que acompañan nuestro tiempo libre nos bombardean con desánimo o convierten hechos auspiciosos en noticias alarmantes. La jornada es más urticante si locutores estreñidos se esfuerzan para fruncir nuestro entrecejo. El buen humor es imposible cuando hasta el clima parece complotar. Precisamente por eso es necesaria la vigencia plena de la ley. Cuando el sentido común está construido por un solo hacedor resulta imposible escapar de él.
Porque en ningún punto de la Ley se busca acallar las voces clarinistas, por más que muchos tengamos ganas. En todo caso, el objetivo es acotarlas a dimensiones más humanas. Con la adecuación a las nuevas disposiciones, seguirán destilando veneno, acrecentando prejuicios y boicoteando la democracia, pero serán más chiquitos. Y eso ya es mucho. Por lo menos, el público tendrá acceso a otras versiones de la realidad y poco a poco se dará cuenta de que las cosas no están tan mal como las pintan. Y quizá, con el tiempo, de individuos aislados y bombardeados de boñiga se transformarán en ciudadanos menos tensos y aptos para disfrutar de este nuevo país que estamos diseñando. Eso ya es suficiente.

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