jueves, 1 de mayo de 2014

La conquista de los símbolos perdidos


Esta semana comenzó con un menú de símbolos que sería arduo reproducir, aunque tentador para comparar con la comedia de los Faunen. Si uno quisiera buscar una síntesis de todo lo dicho en el Plenario de la Militancia y en la última Cadena Nacional de Cristina, no hay que poner muchas neuronas en juego: éste es el único camino concreto que nos va a llevar a la construcción de un país pujante y equitativo y es necesario garantizar su continuidad. Para eso, es ineludible asumir la realidad de que no será CFK la encargada de llevar este proyecto más allá de 2015. O sí, pero no como ahora. Ella estará siempre como referente, oficiando la continuidad espiritual del sendero floreciente que comenzó allá por 2003, cuando nadie tenía esperanzas de nada. Hoy, a pesar de los graznidos que enloquecen nuestros oídos, y como nunca, tenemos la seguridad de que no hay ningún abismo a la vista. El cráter infecto provocado por los que hoy pregonan la crisis quedó atrás y, para no volver a él, no debemos dejarnos confundir. Esta vez no podrán tentarnos con sus armoniosos cantos, porque recordamos muy bien que nos han hundido en el fango y nos han abandonado en el fondo.
Una de las frases de esta semana que deberíamos convertir en póster es la que La Presidenta pronunció entre los anuncios del lunes: “menos mal que hay Estado en la Argentina; cada vez que el Estado se retiró, el pueblo fue devastado”. Como también estamos recuperando una mirada más profunda de nuestra historia, conviene aclarar que el Estado nunca se ha retirado, sino que ha adoptado diferentes roles en cada década. Estado destructor durante la dictadura, Estado acorralado en tiempos de Alfonsín, Estado cómplice con el Infame Riojano y Estado títere con la Alianza, en los primeros años de este siglo. Calificar el Estado que estamos consolidando puede establecer la diferencia entre la continuidad y la ruptura. Y no sólo calificarlo, sino también convencer a los confundidos sobre su importancia. Para eso Cristina confía en los jóvenes, para que se conviertan en predicadores, porque el kirchnerismo tiene un “inmenso listado” de los logros de esta década.
No hace falta memorizar ningún catecismo para repetir en la calle, en el taxi o en la cola del supermercado. Por el contrario, eso no sería demasiado productivo. Uno puede quedar como un simple recitador de la palabra del otro, como pasa cuando nos topamos con un propalador de titulares o denuncias domingueras. No es necesario apelar a la sacralidad de la palabra K. Sólo bastan algunos datos, invocar la memoria del interlocutor y clamar por su independencia intelectual. Si los voceros de los poderosos grabaron a fuego la consigna de que estamos peor que antes, habrá que de-construir al individuo para que se convierta en ciudadano. Pero, sobre todo, convencer de que más allá de los errores, contradicciones y traiciones, este proyecto es el que más se ha acercado al sueño de un país para todos. Y no sería conveniente abandonarlo antes de que se convierta en realidad, porque las pesadillas de otros tiempos acechan a cada paso para atormentarnos desde las sombras.  
La palabra necesaria
Si recitar el manual del militante K puede resultar contraproducente, también lo será guardar silencio. Si los que provocaron nuestras anteriores crisis -y quieren ahora reeditarla con nuevos adornos- tienen la osadía de vociferar a los cuatro vientos, ¿por qué los consustanciados con este proyecto debemos permanecer callados? Si ellos no tienen la humildad de reconocer sus errores, ¿por qué los kirchneristas no pueden resaltar sus aciertos? Errores destructivos. Errores que no son sólo nombres que se han dejado tentar por el dinero fácil sino que incluyen un modelo de entrega del patrimonio nacional al mejor postor.
La corrupción era la punta del iceberg del modelo de vaciamiento, no un mal adorno sino una de sus partes. Hoy, la corrupción no está incluida en este proyecto, sino que es su distorsión. Las malas acciones de los individuos no deben opacar el brillo del sendero colectivo por el que transitamos. Si las denuncias que se revolean día a día desde las usinas opositoras terminan en condena judicial, esto no debe traducirse en un abandono de lo andado para torcer el rumbo. En este caso, el error es un mal trago. En los noventa, el error era su substancia.    
Y los aciertos de estos diez años justifican largamente lo de la Década Ganada. Aciertos que no deben opacarse con los errores. Una diferencia notable con los que se amontonan en el anti kirchnerismo, que evitan plantear recorridos para recitar generalidades. Algo que se notó mucho en la presentación de Faunen es la ausencia de palabra. Sólo un documento burocrático que intentó dar contenido a un acto casi de farándula. Si ninguno habló fue porque no tienen nada para decir y si no tienen palabra es porque han abandonado las ideas.
En cambio, el plenario de la militancia realizado en el Mercado Central estuvo atravesado por ideas. Sobre todo una: garantizar la continuidad de esta construcción colectiva y afianzar lo conquistado en esta década. Como afirmó Carlos Zannini ante los 20 mil militantes que participaron del encuentro, “la tarea principal no es buscar candidatos, sino interpelarlos y empoderar a la sociedad para que cada trabajador, cada persona, reclame sus derechos”. De acuerdo a esto, los nombres no deben importar, siempre y cuando se comprometan a seguir recuperando derechos.
Los candidatos de Faunen que presentaron esa coalición inestable se lamentan desde hace mucho por la existencia de una profunda división en la sociedad. Sólo basta recordar el pueril spot de campaña de Ricardo Alfonsín y Margarita Stolbizer, el de Argen y Tina, absurdo por donde se lo mire. Más ridículo aún el corto de los choricitos de Binner. Algunos la llaman la grieta. “La grieta existe desde siempre porque hay un campo nacional y un campo oligárquico, y nosotros tenemos que hacer crecer esa grieta", explicó Aníbal Fernández el domingo. “Les salió un grano en el culo”, graficará Zannini, sin tanta sutileza. Las víctimas de ese grano no son otros que los integrantes del Círculo Rojo, los patricios que desprecian a la muchedumbre, los miembros del grupo selecto que se creen dueños del país; los que están desesperados para terminar de una vez y para siempre con este insólito movimiento que se llama kirchnerismo porque dejó al descubierto su responsabilidad en todas las crisis que hemos padecido.
“No estamos transitando los últimos veinte meses de un fin de ciclo –advirtió el Jefe de Gabinete, Jorge Capitanich- estamos transitando el inicio de los veinte meses que nos darán continuidad de un proyecto político”. Esto no es un final, sino apenas un nuevo principio. Esto es lo que desconcierta a los adversarios y desespera a los enemigos. Todavía hay tiempo para conquistar nuevas voluntades, para recuperar a los extraviados, para esclarecer a los confundidos.
El oficialismo no necesita mentir ni dibujar para conseguir votos. En la voz de CFK no hay promesas engalanadas, sino el futuro que se consolida día a día. O, como dijo el lunes, “tenemos que salir no a criticar, sino a contar lo que hicimos, lo que estamos haciendo y lo que falta hacer todavía”. Recuperación de derechos y de símbolos. Ninguno de los que han ocupado la presidencia desde la vuelta a la vida democrática tiene tantos logros en su CV. Y lo último: el miércoles reabrió Siam, una emblemática fábrica que en 2003 estaba en ruinas. Mucha reconstrucción en el haber y muchas reconstrucciones en el debe. Eso es futuro y también, la mejor forma de celebrar el día del trabajador, que poco a poco deja de ser una jornada de lucha para convertirse en una fiesta. Un símbolo más en nuestra vida democrática.

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