miércoles, 25 de junio de 2014

Actos patrios: fiestas populares o llantos de velorio



El viernes se conmemoró un día de la Bandera que venía desbordado por una inusitada carga de ansiedad. La amenaza de los buitres de Griesa –buen nombre para una banda de rock- contribuyó a eso y el discurso de La Presidenta se esperaba con expectativas. Sin embargo, hubo un ausente que nadie notó hasta unos días después, cuando él mismo se encargó de destacar esa particularidad. Pero que Hermes Binner no se preocupe: de haber ido, tampoco lo habríamos advertido. Su hibridez es tan incontenible que el mote de progresista le queda enorme. También le baila su propio nombre, Hermes, personaje que en la mitología griega tenía interesantes atributos que el diputado socialista no tiene. Hasta un mito le queda grande. El mitológico Hermes tenía multiforme ingenio, astuto pensamiento y gran calidad oratoria, capacidades inexistentes en el ex gobernador santafecino. Lo que sí puede ser una naturaleza compartida es la de ser portavoz de los dioses, con todo lo que eso significa. Ser portavoz o felpudo del establishment promete el diputado. El tiempo lo confirmará.
Por ahora, cada declaración disminuye la intención de voto. Quizá porque compite con el mismo grupo de electores que simpatiza más con mejores defensores del Poder Económico, como Macri, Massa y, en menor medida, Scioli. Binner y Cobos, presidenciables del socialismo y del radicalismo, serán sus siervos y eso no despierta demasiado respeto.
Pero volvamos a la ausencia de Binner al acto del Día de la Bandera y sus excusas, dichas con un inconfesable toque de envidia. Como el año pasado, sus explicaciones tratan de mimetizar su impotencia. "La verdad es que no me atraía estar en Rosario –declaró en una radio local- porque me resultaba muy desagradable transformar el acto patrio en uno partidario". En primer lugar, parece que para el diputado, toda definición política es partidaria y tal vez por eso, sus intervenciones mediáticas son tan insípidas. Y eso se contradice con sus pretensiones progresistas. Ya lo sabemos: esconder el posicionamiento ideológico es una actitud propia de la derecha porque intenta convertir su ideario regresivo en sentido común, en discurso dominante. Lo progresista, entonces, es romper con esa tendencia y reafirmar en cada ocasión qué es lo que debe cambiar en la sociedad para alcanzar la equidad. Necesario recordar que la semana pasada, el susodicho diputado explicó que nuestro problema con los buitres se debe a los cambios que el Gobierno Nacional había concretado en estos años.
Si un candidato presidencial promete la equidad debe informar de qué manera disminuirá la brecha entre ricos y pobres. Superfluo es aclarar que para reducir esa brecha, los que más tienen deben renunciar a una porción de sus ganancias para ser distribuida entre los que menos tienen. Y eso puede hacerse de manera voluntaria o compulsiva. Lo primero puede ser resultado de un acuerdo, como muchas veces ha intentado hacer el Gobierno, pero ya hemos visto que parte de los actores económicos intentan de todas las maneras posibles eludir lo acordado. Evasión fiscal, explotación laboral, sobreprecios en los productos son la constante de su accionar.
Entonces, si no hay acuerdo posible, si no aceptan por las buenas colaborar con la redistribución del ingreso, habrá que obligarlos, sancionarlos o retirarlos de la escena. Y éste es el desafío que deberá enfrentar quien quiera ser el próximo presidente: para alcanzar la equidad no hay que esquivar el conflicto. Cuando un candidato promete solucionar los problemas sin enojos y dejando de lado la mirada ideológica está confesando que no solucionará nada.
Inspirados por el desprecio
En segundo lugar, está la descalificación del diputado Binner: le resulta desagradable lo partidario del acto. A esta altura de su segundo período, CFK no va a esconder su corazoncito. Si es por eso que gusta tanto. Pedirle que baje el tono de sus intervenciones orales es proponer que deje de ser Ella. Y en ese caso, sus seguidores se sentirán defraudados. Entonces, lo que no le agrada a Binner –y no sólo a él- es la propia Presidenta, haga lo que haga. Esto es insalvable.
 ¿Qué más desagrada al socialista Binner? La multitud entusiasta que participa de todo acto con su identidad partidaria. Mutando una célebre frase, para un híbrido nada mejor que otro híbrido. Y los asistentes a los actos de Cristina no están acostumbrados a la corrección protocolar, a la solemnidad despersonalizada que muchos esperan de los actos patrios. Al contrario: gritan, saltan, cantan, bailan. Pero, sobre todo, portan las banderas de las agrupaciones de las que son parte. Eso es lo que molesta: la muchedumbre bulliciosa, inquieta, alegre. Binner desprecia todo eso y no sabe cómo disimularlo. En realidad, todos los candidatos de la oposición sienten repulsión por los que se identifican con el kirchnerismo porque, para ellos, son imposibles de conquistar. Y quien dude de esta afirmación que busque en los archivos para ver si encuentra cuándo uno de estos personajes se quejó del público que asistió a sus propios actos. A no perder tiempo: Binner –y los otros- jamás ha dicho sentir desagrado por quienes resistieron despiertos sus presentaciones públicas ni por las banderas que portaban.
Si los actos patrios abandonaron la solemnidad es porque han cobrado otro sentido. En tiempos de la dictadura, el infaltable desfile militar era la ostentación del poder opresor, la bota que dominaba a los sometidos civiles. Los discursos eran de manual, previsibles, anodinos y pacatos. Los primeros años de la Era Democrática mostraron celebraciones más vivaces hasta la llegada del Infame Riojano, que convirtió la patria en una mercancía. Lamentables esos tristes feriados, descoloridos por la impronta de la Alianza, con protocolares manifestaciones presidenciales sin público ni entusiasmo y con De la Rúa clamando por un milagro. ¿Cuál modelo de acto preferiría Binner?
Para terminar, la bandera y el himno son los símbolos más importantes de cualquier país, pero su sentido es una construcción cotidiana. Si no fuera así, serían objetos vacíos. En los últimos años, la bandera nos da orgullo y el himno nos entusiasma. Y no sólo por la Selección Nacional de fútbol o de cualquier otro deporte. El himno coreado en multitud y la bandera agitada por saltos y bailes no deben desagradar, sino conmover, convidar, exaltar, emocionar.
Estos símbolos se han llenado de sentido gracias a la conquista de derechos, a la construcción de dignidad, a la recuperación de autoestima. Porque estamos construyendo un país los actos patrios han dejado de ser velorios. Si lo que pretenden estos candidatos es retornar a las celebraciones con asistentes inmóviles, silenciosos y engominados que se preparen para la derrota, porque Esta Patria sólo invita a fiestas efervescentes, sudorosas, estridentes, alborotadas, coloridas y con mucho colectivo solidario.

2 comentarios:

  1. prefiero la multitud alegre, bulliciosa.. con los sìmbolos como estandarte, asì se construye una Naciòn

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  2. Muy Bueno Gustavo! Sí,desde 2003,las Fechas Patrias son lo q siempre debieron ser : "Un Festejo Popular" . En cuanto a Hermes Binner suele hacerme recordar a De la Rua (misma ineptitud) ... Es o se hace?

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