miércoles, 6 de agosto de 2014

Un día memorable en una tarde cualquiera



No existe buitre que pueda opacar la noticia de la aparición del nieto de Estela de Carlotto. Todo lo que los agoreros predican sobre la necesidad de echar un manto de olvido a lo peor de nuestra historia se aniquila ante emociones así. Y pensar que hace pocos días, el diputado del PRO, Sergio Bergman, aseguró que su jefe político no hubiera bajado los cuadros de los dictadores Videla y Bignone. Mientras Macri no tenga oportunidad de restituirlos al lugar que no merecen, cada vez tendremos más futuro. Después de 37 años de búsqueda, Guido aparece para iluminar el sendero de recuperación de muchas cosas que estamos transitando. La nueva pieza del rompecabezas que empieza a mostrar un dibujo más completo. Ahora no hay confusión posible: en la imagen aparecen los monstruos que sembraron las más infames atrocidades, sus nefastos e impunes beneficiarios y los apologistas de hoy, cada vez más solos y enfurruñados.
Por unas horas, los muchachos de TN y sus satélites suspendieron las expresiones constipadas y destinaron sus cacerolas mediáticas para improvisar un guiso de tímida felicidad. Hasta dicen que Jorgito dejó de lado la búsqueda de alguna bóveda que involucre a Guido. Pero sólo por algunas horas, no nos ilusionemos tanto. De patriotas, no tienen nada. Y los buenos sentimientos se escaparon hace mucho de esas usinas de estiércol. Podrán simular, pero ya no les creemos. Que se dediquen a hacer lobby a favor de los buitres, que en eso son mejores, aunque ya no tan eficaces.
 Una tarde cualquiera se convirtió, para todos, en un día memorable. El 5 de agosto volvió a nacer Guido Montoya Carlotto, después de 37 años de parto. Lágrimas incontenibles fueron las guirnaldas de recepción, como valiosos diamantes colgados de los rostros. Ni rencor, venganza ni rabia. “Ya tengo mis catorce nietos conmigo” dijo Estela en la conferencia de prensa, con la calma de siempre. “No quería morirme sin abrazarlo”, agregó para la historia. Y otra más, que inundó los ojos de millones: “para darle los besos que tengo guardados desde hace tantos años”.  Todavía quedan casi 400 nietos sin sus abuelas con edad suficiente para salir a buscarlas.
Pero no todos alientan estos pasos ni los celebran. Algunos simularán y recitarán alguna frase de ocasión para salir del paso y segundos después, antes de que los micrófonos se retiren, volverán a los dicterios que les garantice un lugar en los estudios televisivos. Otros, reprimirán resentimientos y prejuicios, callarán pedidos de amnistía y pacificación, dejarán en el congelador la memoria completa y tratarán de dibujar una demagógica sonrisa. Un límite que no pueden cruzar, que los deja para siempre del lado de la oscuridad.
Otra vez nuestro país aporta un suceso al mundo: si durante unas semanas la contienda con los buitres nos colocó en los titulares, el nieto 114, el de Estela, el hijo de Laura tan buscado, nos dio una mayor notoriedad. En los dos casos, estamos haciendo historia. Desde el retorno a la Democracia, la construcción de la Memoria se transformó en una bandera, en un valor para la mayoría. Por eso somos millones los que tenemos un nuevo nieto.
Y también somos millones los que comprendemos que resistir a los picotazos carroñeros no sólo es construir futuro, sino profundizar nuestra memoria. Porque el episodio de Guido no es un hecho aislado, sino una pieza del plan para apropiarse del país, para someternos a una sangría eterna. Los buitres nacieron en esos tiempos y los pajarracos locales prepararon el terreno, desapareciendo a mansalva, destrozando familias, desarmando ideologías. Los noventa no necesitaron dictaduras para profundizar el saqueo, sino mucho cinismo, éxito esporádico y farándula política.
Ahora que empezamos a tener Patria no es momento para la distracción. El retorno de Guido, en medio de esta batalla contra las corporaciones, debe fortalecer nuestra resistencia. Uno más de este lado, seguramente. Estela confesó que hay una valija llena de remeras destinadas a ese nieto tan buscado. Entre ellas, debe estar la celeste y blanca, planchada y reluciente, lista para lucir en su pecho y continuar este partido que terminará en victoria, a pesar de todas las trampas, tanto de adversarios como de árbitros, que pongan en la cancha.

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