viernes, 10 de octubre de 2014

Un nuevo lanatismo para celebrar la ley de medios



La explosión radial de Jorge Lanata contra la oposición, ¿fue una catarsis o una simulación? ¿Una presión o un tirón de orejas? ¿Una convocatoria a la rebelión o un monólogo de impotencia? Insultos, descalificaciones y falsas alarmas con una violencia excesiva. ¿Qué tipo de público merece algo así? ¿O buscará despertar en sus oyentes una tendencia al suicidio colectivo? ¿Es para tanto lo que estamos viviendo? ¿O será que cree en sus propias fábulas? Como sea, con sus exabruptos habrá dejado más de una medialuna en el garguero. A cinco años de la sanción de la Ley de SCA, todavía queda pendiente un serio debate sobre el rol del periodismo. El que muchos practican a diario, seguro que no es. Más que informar al público, lo machacan con operaciones, paranoias y manipulaciones. ¿Qué ha aportado Lanata con sus denuncias domingueras, más que alimento para los buitres? Pero subyace algo más grave en su violenta intervención: algo espera que hagan los miembros de la oposición y no es, precisamente, lo que están haciendo.
"Toda la oposición junta no junta un balde de bosta”, estalló, con desesperación. En eso, tal vez podamos coincidir, pero por motivos diferentes. Si los opositores no logran construir alternativas para alcanzar la alternancia es, precisamente, por estar detrás de la agenda hegemónica y atender los enloquecedores requerimientos del establishment. Por eso parecen pensar todos más o menos lo mismo, porque buscan satisfacer a una minoría históricamente satisfecha. Pero no es eso lo que plantea Lanata con su frase de póster. Ni él ni sus patrones están pensando en ideas, sino sólo en un apelotonamiento de candidatos que logre desterrar el kirchnerismo para siempre. Y más grave todavía, lo más rápido posible, sin importar que falte un año para las elecciones presidenciales.
Después de manifestar su desprotección –expuesto a “que lo garchen o lo caguen a tiros”, con esos vocablos tan periodísticos- propuso ver “qué carajo hacemos con este país. Y si no vámonos y dejemos que los tipos asuman y cambien todo y listo”. Muy rica esta seguidilla verbal. El periodista se refiere a Argentina con una ajenidad que alarma. Cuando uno plantea una duda en esos términos es porque el objeto de referencia es candidato al contenedor. Pero la última parte es más sugestiva: los tipos ya asumieron hace más de una década y han producido muchos cambios, refrendados en las urnas muchas veces. Y por último, ¿quién es ese ‘nosotros’ que decide sobre la asunción de las autoridades democráticas? ¿Se dirige al público, a la oposición o a los poderes fácticos, tan críticos de la democracia cuando no es funcional al llenado de sus arcas?
Este nuevo lanatismo no llamaría la atención si no estuviese ligado a la adecuación de oficio del Grupo Clarín, decidida por la AFSCA. El periodista está alertando a los que acechan –y asechan- desde sus oscuras madrigueras. Si logran desmembrar al Grupo Clarín, los integrantes del Círculo Rojo estarán expuestos a cumplir con las leyes. En realidad, más que un profesional de prensa, parece un general convocando a sus soldados, debilitados y cercados por la fiereza del enemigo. Por eso, al día siguiente, embistió duramente contra los empresarios, quizá porque algunos están aceptando las propuestas del Gobierno y otros están empezando a blanquear sus números.
Guardianes y falderos
Pero lo más llamativo de este nuevo episodio es que algunos de los insultados, basureados, prepoteados, respondieron con un pedido de disculpas, dando la razón a los dichos del ex periodista. Lejos de reforzar los lazos con sus representados, Binner y Sanz aceptaron las reprimendas y fueron, sumisos, a recibir nuevas órdenes. Y prometieron derogar todo lo que pone en riesgo los privilegios patricios. Si la Revolución fusiladora se propuso desperonizar el país, los que se sueñan sucesores se comprometieron a deskirchnerizar el futuro.  Diputados y senadores que renuncian a co-gobernar desde sus bancas y se someten a ser gobernados por las corporaciones. El abandono de la Política en su máxima expresión: estos eternos candidatos asumen el rol de mayordomos en la mesa de los Grandotes.
Un papel servil que los impulsa a pisotear todas las instituciones. Una decisión errada porque, en lugar de contribuir a limitar el Poder que los condicionará en el futuro, alimentan las angurrias de los que se quieren quedar con todo. Además, resulta poco democrático eso de eliminar leyes a mansalva, como si fueran alimañas perniciosas, cuando en realidad no lo son. Evidentemente, no advierten que los miembros del oficialismo tienen tanta legitimidad democrática como los de la oposición.
Pero nada es casualidad: la catarsis de Lanata sólo es comprensible en relación al recrudecimiento del conflicto con el Grupo Clarín. No fue una sorpresa para sus integrantes el rechazo de la AFSCA al plan de adecuación, con vinculaciones cruzadas entre dos unidades de negocio y condiciones de venta inaceptables para las cuatro restantes. Ese plan fue elaborado para ser refutado porque ningún bufet de abogados puede cometer tantas torpezas. No hubo un intento de engañar a los funcionarios del directorio del organismo de aplicación de la ley, sino una provocación para agitar el ambiente y amontonar a la oposición en defensa del monopolio.  
Cinco años han pasado desde la sanción de la LSCA y todavía no ha podido lograr su principal objetivo: debilitar la posición dominante para que haya una distribución más equitativa de la palabra. Durante cuatro años, los artículos más importantes estuvieron congelados por nefastos artilugios judiciales. El año pasado, los Supremos sentenciaron su constitucionalidad en todos los aspectos que propone y, por tanto, no hay más excusas para la adecuación de los grupos que exceden el número de licencias permitido. Y sin embargo, el Grupo Clarín vuelve a sus tretas habituales de victimización manipuladora y los peleles de la oposición regresan al humillante papel de cancerberos. En realidad, de falderos lamedores, porque no dan para más.
A no desanimarse: cinco años no es nada para la Historia. Apenas un suspiro. Nada, en comparación con el desafío que tenemos por delante. No es fácil desplazar el sentido común destructivo que se instaló en la dictadura y se reforzó en los noventa de la mano del Infame Riojano. Una ley no puede desterrar por sí sola tamaña colonización de las conciencias. Apenas sirve para legitimar las posiciones que hemos sostenido durante tantos años sobre la hegemonía comunicacional. Esta norma sólo reordena el mapa de medios y abre la posibilidad de nuevas voces. Pero también hacen falta nuevas orejas, dispuestas a abandonar la agenda que enloquece las cabezas a las que están adheridas. Algo de eso está pasando: la exasperación de Lanata lo demuestra. No falta poco, pero estamos en camino.

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