viernes, 21 de noviembre de 2014

El divino don de destruir



Una vez más, las dotes actorales de la diputada Elisa Carrió intentan distraernos de la discusión política. Pero no puede, porque para lograr un mayor impacto debe recurrir a acciones y declaraciones cada vez más descabelladas y por tanto, inatendibles. Que abandone UNEN para sumarse al PRO puede ser perjudicial para esa fuerza no-política. Y que agite como bandera la necesidad de armar una gran fuerza opositora para derrotar al kirchnerismo evoca los peores momentos de nuestra historia. Para Carrió –y no sólo ella- los K son los peores enemigos de la Patria, por encima de corporaciones, especuladores, evasores, explotadores y demás fieras carroñeras. ¿A quién defienden estos dirigentes cuando hablan de la República? ¿Al pueblo o a la gente? ¿A la mayoría o a una minoría desesperada por recuperar el control del país para conducirlo a su antojo?
A esta altura de los acontecimientos, las preguntas se responden solas. Los políticos de la oposición hace mucho que abandonaron a sus representados y sólo buscan complacer al Círculo Rojo. La nueva peripecia de la cada vez menos tierna Lilita busca forzar la polarización absoluta para las elecciones que se vienen. Después se quejan de grietas, divisiones y crispación. Ya escucharemos a los analistas mediáticos advertir sobre los peligros del bipartidismo, como si ellos no tuvieran nada que ver en ello, como si no estuvieran exigiendo la formación de un Frankenstein electoral para erradicar al kirchnerismo. Pero Carrió va más allá, porque es el peronismo en su conjunto lo que ella quiere eliminar de raíz, sin tener en cuenta que gran parte de la sociedad adhiere a ese movimiento. Si estuviera en sus manos, impulsaría la proscripción, como en aquellos tiempos de la democracia tutelada. Una democracia a medias que comenzó en 1955 y terminó en 1983.
A principios de este siglo, Elisa Carrió parecía expresar ideas de centro izquierda porque en aquellos convulsionados tiempos, tener como objetivo un nuevo pacto republicano ya era revolucionario. Pero ahora que sabemos qué es el progresismo, sólo podemos ubicarla cerca de la más extrema derecha. Por eso trata de arrastrar a toda la oposición hacia el macrismo, coronando a Macri como el líder de la restauración neoliberal. De tanto arrastrar, terminarán “revolcaos en un merengue y en un mismo lodo, todos manoseaos”.
La mitología siempre colabora con la construcción de analogías. Midas, rey de Frigia, recibió del dios Dionisio el poder de convertir en oro todo lo que tocaba con sus manos. Su vida se transformó en un infierno dorado, al punto de no poder siquiera alimentarse, pues todo lo que intentaba llevarse a la boca se volvía aurífero. Carrió también tiene un don transformador, pero el resultado de su toque no es valioso, vale aclarar. Todo lo que toca se convierte en denuncia, escándalo, insulto, descalificación. Estiércol es lo que produce su tacto, sin dudas. Y lo seguirá haciendo, con todo el hedor que lo acompaña.
Los contagiados de lilitismo
Aunque los opositores critiquen su estilo, en cierta forma, la envidian. No importa que cada vez obtenga menos votos: mientras mantenga su rating siempre será bienvenida. Y resulta muy funcional al establishment cuando destila su veneno hacia todos los que “no son ella”. Su discurso se orienta a destruir toda formación política que no la tenga como fuente y referente. Y todo lo que denuncia y anuncia no tiene más fundamento que su fantástica imaginación ni más fin que incrementar los prejuicios de un sector diminuto de la sociedad. Si bien a algunos exponentes de la oposición no les da el cuero para tanto, consiguen una mediocre imitación.
Sin dudarlo, desde hace mucho, diputados y senadores pisotean las instituciones para defender la República y los medios hegemónicos transforman estas tretas destituyentes en acciones ejemplares. Además, elevan a categoría de sentencia cualquier denuncia, presentan como concepto cualquier disparate, amplifican los defectos y ocultan los logros. Y, al no concretar sus objetivos, en lugar de revisar sus estratagemas, recrudecen los embates.
Pero los periodistas y politólogos hegemónicos tienen una responsabilidad relativa en la convivencia democrática. En cambio, los miembros del Congreso tienen la obligación de respetar la Constitución, cumplir con las leyes y resguardar el funcionamiento institucional. Las ausencias permanentes, el abandono de sus bancas y la negativa constante a acompañar las iniciativas, a pesar de coincidir y proponer cambios, apuntan más a debilitar que a fortalecer el Estado. Desde las elecciones legislativas no han hecho más que boicotear la gobernabilidad para acortar el mandato de CFK. Y como ellos suponen que estamos en transición, el Gobierno no debería hacer nada porque se aproxima el famoso fin de ciclo. Algo nunca visto que un fin de ciclo incluya un 49 por ciento de imagen positiva para La Presidenta y un piso del 35 por ciento de los votos a la fuerza gobernante. Pavadas que se convierten en regla en esos antros de conspiradores conocidos vulgarmente como estudios televisivos.
Que una parte del público crea estas patrañas, vaya y pase, pero que políticos con representación basen sus opiniones en ellas es una enorme irresponsabilidad. Cuando el año pasado los candidatos del Frente Renovador firmaron un compromiso ante escribano para no apoyar una reforma constitucional, muchos pensaron que se traspasaba la barrera del ridículo. Pero no, cuando falta un proyecto político no hay barrera capaz de frenar el afán paródico de los eternos candidatos.
Después de que el juez Eugenio Zaffaroni anunció su renuncia a partir de enero -en cumplimiento de los límites etarios- todos enloquecieron. Los opositores a ultranza, claro está. Enceguecidos por un desprecio irrefrenable, decidieron no acompañar al oficialismo en el nombramiento de un juez que complete el número de miembros de la Corte Suprema de Justicia. La Constitución lo exige, pero ellos se niegan. Y para que nadie dude de su decisión anti constitucional, 28 senadores firmaron un escrito para documentar su compromiso. A pedido del Poder Económico, liderado por las empresas más grandes y destructivas, estos representantes conspiran para debilitar las instituciones. Con la envestidura que les otorga la Constitución y por unos minutos de TV la pisotean sin rubor. Tanto que se llenan la boca cuando hablan de la Justicia, están dificultando su correcto funcionamiento.
Tan desesperados están por proteger los privilegios de una minoría y restaurar el orden neoliberal, que no dudan en incurrir en el delito de sedición. Justo antes del Día de la Soberanía se les ocurre este sainete, para que todos sepan que su única prioridad es despertar la mirada complacida del Amo. Para ellos, lo demás no importa nada.

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