lunes, 16 de mayo de 2016

Una escalera al infierno amarillo



La meritocracia –tan debatida en estos días- porta más perjuicios que bondades. En principio, parece ideal un sistema que premie a los que demuestran tener méritos suficientes para el lugar que intentan alcanzar en la sociedad, aunque incluya competencia permanente y aliente posiciones individualistas. Hasta puede parecer tentadora una sociedad en la que cada miembro deba superarse a sí mismo a toda hora todos los días, más allá de lo agotador que resulte. Sin embargo, hay dos aspectos que convierten en imposible este peligroso ideal: el punto de partida y los encargados de establecer las metas. Si todos los participantes están en condiciones de igualdad al momento de comenzar la carrera y si las reglas fueron convenidas y no impuestas, podría empezar a discutirse la posibilidad de la meritocracia. Como el mundo es desigual desde hace mucho tiempo y está gobernado por una minoría insaciable, instaurarla no sería más que un intento de legalizar la explotación de una mayoría cada vez más empobrecida.
La meritocracia encierra la promesa de un ascenso social de escalones bajos pero muy difíciles de escalar. Las exigencias son ilimitadas y los premios, exiguos. Sumisión, obediencia, humildad y una dedicación rayana a la obsecuencia componen el entramado del sayo que debe vestir el aspirante. La única ambición es despertar la complaciente sonrisa del Amo Invisible representado por un igual que está apenas unos escalones más arriba. El mayor temor, que un fallo nimio provoque el escarnio de descender unos peldaños o quedar fuera del juego. A pesar de estos riesgos, la meritocracia destila un tentador aroma posmoderno y encierra una irresistible lógica mundana. Hasta parece un método justo y amable de ordenar la sociedad. Y, sobre todo lima las asperezas ideológicas que encierra toda relación laboral.
La meritocracia es muy PRO y como no podía ser de otra manera, el empresidente Macri firmó un convenio con Arcos Dorados-Mc Donald’s Argentina para concretar la promesa del programa Primer Empleo. Esta empresa imperial de comidas rápidas es el emblema del sistema de felicidad explotadora meritocrática y ofrece 5 mil puestos de trabajo para jóvenes de sectores vulnerables. Para el ministro de Trabajo Jorge Triaca, “a partir de este tipo de acciones, muchos podrán acceder al primer empleo y adquirir los conocimientos básicos para incorporarse al mercado del trabajo”. Siempre y cuando acepten trabajar 30 horas semanales por 4800 pesos al mes. Y además, el Estado se vuelve cómplice de la explotación al abonar casi un tercio del salario para beneficiar, una vez más, a los que más tienen. Como contrapartida, los amarillos dan la espalda a las cientos de cooperativas que se han formado en estos años para brindar dignidad a miles de trabajadores.
Excesos de los participantes
Pero la meritocracia PRO es todoterreno. En estos días hemos presenciado las más ominosas muestras de este perverso modelo. Algunos participantes hacen lo imposible para seguir en carrera, aunque deban ofrendar lo poco que les queda de dignidad. El establishment es severo a la hora de evaluar a los jugadores y nada puede atenuar su sentencia. Por eso, lo más conveniente es satisfacer sus exigencias, por más absurdas que sean. Margarita Barrientos, la militante mimada por los amarillos, tuvo que hacer una recorrida mediática para trepar un poco la escalera. La opereta tenía como objetivo horadar la figura del Papa que, según parece, no hace más que destinar su simpatía hacia el ideario K.
Cuando Bergoglio se transformó en Francisco, los miembros del Círculo Rojo esperaban tener en el Vaticano un aliado para la restauración. Pero no, lejos del Papa opositor que deseaban tres años atrás, se toparon con uno casi camporista. Después de encontrarse muchas veces con Cristina y manifestar un “especial afecto”, los voceros del Poder Real comenzaron a cuestionar sus gestos. Y a enloquecer con sus mensajes en contra del capitalismo salvaje y el consumismo enfermizo. El rictus malhumorado del Sumo Pontífice al recibir a Macri ya como presidente indignó a los que se desesperan por mostrarse oficialistas. Y ahora que recibirá a Hebe de Bonafini lo han convertido en el anticristo. Los pucheritos de Barrientos ante las cámaras intentaban evidenciar que Francisco ha tomado partido por un lado de la grieta y no el oscuro, precisamente. La fundadora del Comedor Los Piletones padece las consecuencias de sus contradicciones. Que un pobre apoye a un gobierno para ricos es mucho más que un error de clase, más aún cuando ella misma reconoce que desde la asunción de Macri se incrementó en un 50 por ciento los que van a comer a su institución.
Pero no es el único personaje que deja todo en pos del ascenso social. Otro que se inmola por la causa anti-K es el juez Claudio Bonadío, que no se inhibe de crear adefesios procesales con tal de brindar titulares al Grupo Clarín. Hasta sus superiores de la Sala II de la Cámara Federal admiten que el multi-denunciado magistrado siempre incurre en numerosas irregularidades en cada causa que cae en sus manos. Con el procesamiento a Cristina, Axel Kicillof y otros ex funcionarios está pidiendo a gritos su destitución, pues no hay delito en el caso del dólar futuro. Por el contrario, los sospechosos están del otro lado y son los actuales funcionarios que devaluaron la moneda para obtener enormes ganancias con esa operación. Si no hubieran tomado esa medida, el Banco Central hubiera ganado, en lugar de perder. Pero como el mamarracho de Hotesur se está desarmando y el lavado de dinero de Lázaro Báez se aproxima cada vez más a Macri, nada mejor que un bochornoso proceso para distraer la atención.
El juego de la meritocracia es muy cruel. Todos los participantes pierden una parte de sí mismos con cada escalón que superan. Los que llegan no son como eran y se transforman en seres viles, desconfiados, traicioneros, engreídos. Aunque se crean cerca de la cima, siempre les quedará un poco de ser para abandonar y algunas dignidades que pisotear. Y la mirada del Amo nunca los abandonará para premiar o castigar cada paso.
Como triste consuelo, Macri no es el Amo, sino apenas un participante destacado. Tanto él como sus funcionarios compiten en esta carrera por el mérito. La mirada que evalúa está más allá de nuestras fronteras. Por eso hacen buena letra y amoldan el país a los requerimientos del Norte; por eso hablan de libertad de comercio y supermercado del mundo; por eso buscan sancionar las huelgas; por eso fueron los primeros en reconocer el golpe de Estado en Brasil; por eso abren las puertas a la especulación financiera. Porque quieren obtener las caricias de los poderosos, aunque para ello deban someter al pueblo que dicen representar. De esta manera, alcanzarán destacados puestos en los cuadros de honor de alguna oficina en Wall Street, pero jamás conquistarán el corazón de los que confiaron en ellos. Engaños y traiciones sólo figuran en las peores páginas de los libros de historia y los amarillos ya tienen ganado su lugar.

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