Que
el propio Macri cuestione a los trabajadores por la inasistencia o abuso de
licencias fue blanco de incontables bromas en las redes sociales. ¿Cómo se le
ocurre hablar de ausentismo a quien asistió sólo al 20 por ciento de las sesiones cuando era diputado y se tomó más
licencias de las habituales como Jefe de Gobierno porteño? Tan inapropiado
como si criticara a los empresarios que tienen empresas fantasmas o cuentas en
paraísos fiscales. Su pasado lo condena,
la hipocresía lo inunda y el cinismo lo atraviesa. Mientras más trata de
disfrazarse, más al desnudo queda. Nada conserva del personaje encantador de la
campaña, ni siquiera las ganas de bailar. La
alegría ya no tiene lugar en esta revolución y si nos descuidamos, pronto será
un buen recuerdo. Si insiste por este camino, los dramas serán mayores. Y
no son pocos los que se están dando cuenta de esto: la convocatoria para apoyar
al empresidente apenas logró rodear el Obelisco. Si se está quedando solo no es por
una confabulación o intento destituyente, sino porque ha decidido dar la espalda a gran parte de los que prometió representar.
Desde
su asunción, todas las decisiones apuntan a llenar los copones superiores a fuerza de vaciar los vasitos de abajo.
Más que el modelo del derrame, aplica el flagelo
del drenaje. Hacia arriba dirige los mimos y hacia abajo, los sopapos. Y
nada de protestas, que serán consideradas palos
en la rueda o desestabilización. Hay que aguantar mansos y tranquilos el saqueo para que los inversores extranjeros aprecien
el paraíso que pueden tener en sus
manos. Ningún comensal acepta un bocado que se resiste a ser comido, salvo que sea adepto a la cacería. Pero
el Gran Equipo se topó con el peor escenario para la lluvia de dólares: el de un
pueblo que se resiste a renunciar a sus derechos.
La
resistencia a retroceder varias décadas es un
obstáculo que los Amarillos no esperaban. Los globitos no son tan convincentes cuando el desempleo amenaza y el hambre es el pan de cada día. Las frases
de auto-ayuda no alcanzan cuando la
caída en las ventas y la invasión de importados obligan a bajar las
persianas. Las sonrisas zen ya resultan monstruosas de tanto postergar la bonanza.
Después de nueve meses de gobierno PRO, la
resistencia no es confabulación, sino
supervivencia. Más aún cuando no hay señales de recuperación y la reacción
gubernamental es inexistente. Por el contrario, los Gerentes de La Rosada avanzan a toda máquina hacia el iceberg a
pesar de las advertencias de los pasajeros. Las malas lenguas dicen que
Balcarce –la mascota del partido gobernante- podría hacerlo mejor o, al menos, sus decisiones tendrían más humanidad.
Una palabra de ayer
Las
ganas no faltaron pero sobraba el pudor. Durante la década pasada se escapaba
cada tanto el vocablo montoneros como insulto o etiqueta por parte de los
nostálgicos de la dictadura. Hasta pareciera que no han ganado para
gobernar, sino para usar esa palabra que
algunos ya están modulando. Lo que faltaba: sacaron del viejo arcón el tan
extrañado ‘subversivo’ para calificar cualquier disidencia.
Los que prometían no perseguir al que
piensa distinto no cesan de
demonizar cualquier voz opositora. Como las mentiras mediáticas y los
adefesios jurídicos no alcanzan, ahora
invocan los fantasmas del pasado que más añoran.
Sobre
todo ahora que viene la peor parte. Prat Gay no fue tan sincero hace unos meses cuando declaró que el “trabajo sucio ya estaba hecho”. Si bien
la transferencia de recursos hacia los
sectores más concentrados se produjo, esencialmente, con la devaluación, la
quita de retenciones, la baja impositiva y la inflación, todavía falta el más preciado botín. Que Macri se refiera en esos
términos a los trabajadores indica que está
pensando en serruchar derechos. Ya sabemos que un empresario de su calaña
considera el salario como un costo y
lo ha dicho muchas veces. El ministro de Producción, Francisco Cabrera lo
reafirmó ante los invitados al Council of
the Americas: “tenemos que bajar el
costo del empleo”. Lo dicen los voceros del establishment cuando
sentencian que se debe mejorar la
competitividad. La idea es que los trabajadores rindan más por menos plata y para eso hay que flexibilizar las condiciones
laborales.
Para
que la mesa esté servida falta el plato principal: el Poder Ejecutivo presentó
un proyecto de ley para modernizar
los contratos que deja los incrementos salariales a la buena
voluntad de los patrones. En breve, veremos que los apologistas mediáticos
comenzarán a presentar la iniciativa como una
herramienta para bajar el desempleo. Un verso noventoso que provoca malos
recuerdos. Una claudicación que jamás ha
dado buenos resultados. No hay que olvidar que las copas de arriba no se
llenan nunca porque sus dueños son
insaciables. Siempre exigen más antes de soltar algunas salpicaduras. Y
muchas lágrimas, porque siempre simulan
estar al borde del quebranto aunque posean cuentas bancarias de incontables
dígitos. Eso sí: nunca muestran sus libros y jamás revelan cuánto ganan.
En
el discurso de apertura del Council off the Americas, Jorge Di Fiori, presidente
de la Cámara Argentina de Comercio, quizá haya dado en la tecla. El problema es el costo argentino. No
sólo el de los insumos, la carga tributaria o los salarios, como estamos
acostumbrados a incluir bajo ese tópico. Todo eso está a la vista y regulado. De lo que nunca se habla es de la ganancia
empresarial. Jamás entra en discusión la tasa de rentabilidad de los que siempre se lamentan por las pérdidas que nunca han tenido.
Antes de discutir precarización laboral o reducciones impositivas para
reactivar la economía podríamos poner sobre la mesa los números de todos
los actores.
Pero
eso jamás pasará bajo un gobierno de este color: un amarillo intenso que sólo protege a los poderosos. Aunque para
eso deba someter a gran parte de la población a condiciones de vida lejos de toda dignidad. A pesar del blindaje
mediático y de las simulaciones permanentes, de los rostros angelicales y las palabras bonitas, muchos han advertido hacia qué abismo nos encaminamos. El hechizo
terminó y todo comienza a verse tal como es. Como debe ser, para Ellos. Como
no queremos que sea. Por eso hay tanto movimiento en las calles: porque no estamos dispuestos a renunciar a
una vida digna.
Lo
que Ellos llaman subversión, para nosotros es resistencia al hambre, la explotación y la exclusión. Ellos que
venían a unir al país, dejaron la grieta
más expuesta que nunca. Los que votaron por Macri y los que no votamos por
él queremos el país que prometió y
no el que sale de sus más egoístas anhelos. Si insiste por este camino hacia la
profundización de la desigualdad, que
no espere el consentimiento de sus
víctimas. Si más de esto será el Gobierno PRO, más resistencia tendrá, aunque más de la mitad del país sea tildada
de subversiva.