El
aniversario se aproxima. Un año no es mucho tiempo y la memoria no puede flaquear. Si todos los años duran lo mismo
–salvo los bisiestos- éste ha pasado mucho más rápido que otros.
Paradójicamente, enumerar lo que ha
sucedido nos llevaría más de una década, no sólo por su cantidad sino
–sobre todo- por su intensidad. Un
cambio de época con consentimiento de los ciudadanos. Un consentimiento
obtenido a fuerza de promesas que los candidatos no pensaban cumplir, vale
recordar. La frase de Vidal en la noche de su triunfo- “cambiamos futuro por pasado”- no
estaba en los spot de campaña pero fue un fallido revelador. La Revolución
de la Alegría parece un retroceso a nuestras peores angustias y la tan
cacareada Pobreza Cero es la derrota
padecida por una parte importante de la población. El Gran Equipo no se
equivocó porque a esto venían: a
enriquecer a los más ricos y profundizar la desigualdad. Y tanto
retrocedemos que dan ganas de parafrasear un célebre cántico que recorría las
calles durante los primeros meses del retorno a la democracia: no hubo errores, pero sí muchos excesos en
este primer año del Cambio.
Del
“sí, se puede” que coreaban los
entusiastas asistentes a los actos del PRO pasamos
al “ahora ya no” que recitan todos
los días los funcionarios. Y no hace falta que aclaren demasiado porque lo experimentan muchos ciudadanos todos los
días. Ya no se puede nutrir la mesa, ya no se puede renovar la
indumentaria, ya no se puede planear vacaciones, ya no se puede mantener
abierto el negocio y muchos más ‘ya no’ que resultaría agotador especificar.
Un país que produce alimentos para 400 millones de personas no puede alimentar como corresponde a
sus 40 millones de habitantes. En un país que recauda más de 180 mil millones
de pesos por mes en impuestos, muchos
ciudadanos deben vivir en la indigencia. En el país que había duplicado su
capacidad productiva, ahora crece el
desempleo y la industria está declinante. De la expansión del consumo
pasamos a una recesión histórica, de
los records de turismo en los findes
largos pasamos a discutir los feriados
puente, del Fútbol Para Todos pasamos a la mercantilización de la pelota. El recorrido que estamos haciendo no
estaba en el GPS del Cambio y por lo que parece, los conductores de este tren fantasma no piensan corregir el rumbo,
a pesar de las alarmas que ya ensordecen.
Aunque
el engaño estuvo bien orquestado, se sorprende
el que estaba distraído. Si el año pasado ganaron gracias a la confusión, ahora la estafa es evidente. El
discurso que Macri pronunció desde Tucumán en el Bicentenario de la
Independencia no fue un fallido como el de Vidal, pero fue igual de revelador. Después del querido Rey, el empresidente
rescribió la historia al referirse a la
angustia que debieron sentir nuestros próceres al forjar la construcción de
nuestra Nación. Tal vez por eso los desplacen de los billetes: es mejor poner animalitos en vías de extinción que héroes que se angustiaron por conseguir la
independencia.
De la
angustia a la vergüenza
No
es como piensan algunos malintencionados, que Macri pone animalitos en los
billetes para garantizar su lugar en el
futuro. Aunque lo parezca, no lo es. Lo de los héroes angustiados no es
porque entendió mal las lecturas de
Billiken con que debe haber nutrido su imaginario. Esta etapa de nuestra historia necesita que Nuestra Historia no nos enorgullezca.
Para continuar con el ajuste que ya están aplicando y seducir a los capitales
extranjeros necesitan instalar en nosotros un
complejo de inferioridad que neutralice cualquier resistencia. Un pueblo
sin autoestima no se resiste a las salvajadas del capital desbocado. Un pueblo deprimido soporta ajustes,
cercenamiento de derechos, pérdida de poder adquisitivo.
El
plan del macrismo nos necesita tristes,
además de acomplejados. Acomplejados por haber disfrutado de un populismo
que no merecíamos. Por eso nos dan a elegir entre pizzas o electricidad,
líneas de bandera o jardines de infantes, fútbol gratis o jubilaciones. Mientras los más ricos acrecientan sus
fortunas en paraísos fiscales, los más pobres ven evaporarse la modesta
dignidad que estaban consiguiendo. Mentira que estamos en una crisis y que
debemos hacer un agujero más a nuestros cinturones. Mentira que no podemos
disfrutar de un buen salario, vacaciones y fútbol gratis. La situación
económica no necesitaba esta sangría: sólo
está justificada por una ideología encubierta basada en el más bestial egoísmo.
La
insistencia con la Pesada Herencia y
las denuncias de corrupción magnificadas por jueces consustanciados con la
persecución distraen al público que
todavía no ha sido alcanzado por la guadaña
amarilla. Pero ya hay muchos
que han padecido su filo o sienten cerca su temible siseo. Los ceócratas no se
olvidaron de serruchar nada: ya no se reparten netbooks ni libros, ya no
hay camiones odontológicos, medicamentos o preservativos para los más humildes,
ni becas para estudiantes ni créditos blandos para vivienda. Pero, mientras condenan a muerte estos
beneficios, afirman ante las cámaras que se preocupan por los más vulnerables.
Mientras la actividad en la construcción cayó más de un 20 por ciento en
septiembre, el spot televisivo de Presidencia anuncia obras que ya se hicieron
en la gestión anterior o que recién se harán el año que viene. La información pública está en peligro con
esta banda de mentirosos.
Otro
de los versos con los que Macri ganó las elecciones fue el aislamiento del
mundo. Un absurdo insostenible que
conquistó algunos corazones incautos. Ahora estamos integrados de una
extraña manera: batimos un récord de endeudamiento en poco tiempo, tenemos un
presidente con cuentas off shore que ni
se pone colorado por el tema y
traicionamos a todos los países que nos apoyaron en el conflicto con los
buitres. La obsecuencia desplegada hacia el Imperio, lejos de atraer
inversiones, sólo multiplica la
militarización de las Islas Malvinas. Si no es la Relatoría Especial de la
Comisión Interamericana que reta al
gobierno por aniquilar la Ley de Medios es el Grupo de Trabajo sobre la
Detención Arbitraria de la ONU que reclama
la liberación inmediata de Milagro Sala.
Qué
lejos estamos del presidente que nos
sacó de un infierno en serio y nos devolvió la autoestima. Qué pequeño
queda este entregador en la comparación con Néstor Kirchner, el que no dejó sus convicciones en la
puerta de La Rosada, por más patrañas que digan de él. Aquél gobernaba para
sacar del fango a los damnificados
por la mayor crisis económica y social de nuestra historia. Macri, en cambio,
sólo para facilitar los negocios de las
empresas propias y de sus ministros, aunque para eso deba someter a los otros
poderes del Estado y acallar las voces opositoras. Si los años venideros son
tan acelerados como éste la Ceocracia Amarilla se pasará volando pero la desolación que dejará en su camino la
recordaremos por siempre. Al menos, eso es lo único auspicioso.