Aunque la
ansiedad carcome el escenario político, las PASO podrían considerarse como un ensayo electoral. Una instancia
intermedia entre un simulacro de evacuación y la expresión ciudadana. O un
diagnóstico provisorio que en octubre se
convertirá en definitivo. Las encuestadoras arrojan números que asustan o
ilusionan. Y que hacen pisar el palito a
muchos pre candidatos. Los oficialistas se contradicen,
amenazan, suplican y muchos opositores se dibujan como salvadores, aunque hasta hace unos meses eran más que
funcionales. El próximo domingo
podremos elegir a los candidatos que transformarán
intenciones en leyes para mejorar nuestra vida o a emisarios de los que aspiran
a dueños de lo que debería ser de todos.
El día que
comprendamos que gobiernan los que nunca
son votados, la transformación del mundo estará a la vuelta de la esquina. Cuando
se haga carne en nosotros que muchas decisiones económicas y políticas buscan
más la multiplicación de los privilegios
de una minoría inmensamente enriquecida que el bienestar de la mayoría,
entraríamos más preparados al cuarto oscuro. Hasta podríamos distinguir qué candidatos están de nuestro lado y
cuáles no, siempre y cuando tengamos en claro dónde estamos parados; en qué lugar de la pirámide social nos
ubican nuestros ingresos y hasta dónde queremos llegar en la carrera de la vida.
Para concluir quiénes obstaculizan o facilitan ese recorrido es necesario evaluar decisiones, trayectorias, intenciones y propuestas de los que vemos
desfilar a diario como interesados en aliviarnos las cosas.
Todo un trabajo
para los que se sienten desbordados por los tropiezos cotidianos y las elecciones parecen más un escollo que un atajo para superarlos. Un
sacrificio para escépticos y desencantados, una pérdida de tiempo para los
indiferentes y una pantomima para los descreídos. El “son todos iguales” o “nada
va a cambiar” aparece como un mantra
en los que creen tenerla re clara. Excusas que se recitan como análisis
propios y originales cuando en realidad son
prejuicios inyectados desde las usinas que se consumen con peligrosa ingenuidad.
Esas frases que circulan en taxis, colas y ascensores con aceptación casi
religiosa es el resultado de un sentido
común que se construye con miles de páginas, imágenes y palabras en los medios
de comunicación. Si años atrás la desconfianza hacia la información pública
estaba en la dificultad de un comunicador para difundir algo negativo de uno de
sus anunciantes, hoy que los medios
están en manos de bancos y multinacionales, el recelo debería ser mayor. Y
si gran parte de nuestro conocimiento sobre lo que pasa proviene de ahí, tendríamos que reformular nuestras
opiniones.
Un paseo por las nubes
El espécimen más
acabado de ese sentido común es el que afirma no entender nada de política pero es capaz de enumerar –sin repetir y sin soplar- un rosario de diatribas contra Cristina, De
Vido, Boudou o cualquier blanco de
temporada. Y eso que no
entiende y sabe de memoria distorsiona
toda lógica y condiciona su voluntad.
E impide, además, la incorporación de datos que desequilibren el archivo de prejuicios con que logra in-comprender el mundo. Tan acabado
es este espécimen, que asimila y propala el ideario de los poderosos aunque signifique un deterioro de su propia
vida. Tan enredado es su pensar que justifica las estrecheces de hoy con
las holguras de ayer y un “se
robaron todo” cancela cualquier refutación.
La realidad está
en la pantalla y a pocos metros de su control remoto; la
confirmación le llega con mensajes efectistas en las redes sociales. Todo está
a la vista y servido en bandeja para
evitar las contradicciones. Si Rodríguez Larreta dice que los homo sapiens trabajaron en equipo para extinguir a
los dinosaurios habrá que tomar en serio la metáfora. ¿Qué importa si sólo en
las películas de los ’50 o en Los
Picapiedra aparecían juntos? El mensaje es que para tener un país normal nos tenemos que asociar con
explotadores, especuladores y evasores para derrotar en equipo a los que quieren impedir el Cambio. Que ahora estemos un
poco peor es anecdótico: el purgatorio
es la antesala del paraíso y pasar algunas penurias es el castigo adecuado por haber estado tan bien con nuestros sueldos
medios.
¿Qué es eso de
reprochar a Macri por hacer todo lo contrario de lo que prometió en campaña?
Todos mienten un poco para conquistar votos. Así lo explican en la tele. Y también dicen que éstos son honestos
y que las cuentas off shore, la deuda del Correo, la venta de las autopistas
después de incrementar las tarifas no es corrupción sino conflicto de
intereses. Lo mismo pero con trajes más
caros y ojos celestes. Si hace unos días plantearon la idea de elevar la
edad jubilatoria y ahora dicen que no piensan hacer eso, será mejor creer lo más nuevo, que es lo que vale. Cualquiera puede
arrepentirse por una mala idea. No son soberbios, aunque parezca que quieren imponer sus ideas a martillazos.
¿De qué otra manera van a cambiar las cosas si no es eliminando lo viejo y
poniendo lo nuevo? Si Alejandra Gils Carbó no quiere renunciar habrá que sacarla a los empujones, que ya
bastante daño ha hecho. Se lo merece
por kirchnerista y por haber impedido que Héctor Magneto fusione
Cablevisión con Multicanal y Macri
convierta la CABA en un paraíso fiscal. Ella es la que obstaculiza toda
investigación de la corrupción de verdad. Así
lo dicen en la tele.
Y ahora vienen
los kirchneristas de la ONU a decir
que Milagro Sala tiene que estar libre. Si
la mayoría de los argentinos quiere que esté presa o al menos así lo aseguró
Mauricio. Los derechos humanos son la para gente decente y no para los que tratan de subvertir el
orden de las cosas. Como esos mapuches que ahora se quejan porque la
Gendarmería incendió sus ranchos y repartió unos cuantos palos. Eso por meterse con Benetton. No se puede construir un país normal con tanta violencia y después se quejan porque Santiago Maldonado
está desaparecido. El Cambio tiene que terminar con huelgas, piquetes,
acampes y marchas. Si perdieron, que se
aguanten lo que venga. Para generar empleos, hay que bajar los costos
porque los pobres empresarios no
pueden poner todo y los empleados deben renunciar
a todos los privilegios que tienen, como vacaciones, aguinaldo, antigüedad
y esas cosas del pasado. ¿Acaso quieren cobrar por dormir, también? Y si
hacen juicios con abogados mafiosos, que no protesten si los incluyen en una lista para no volver a trabajar. De una vez
por todas, necesitamos un país normal.
Desenredar este
entramado es todo un desafío. Casi un
acto de amor. Los que se abrazan a los argumentos del amo no son nuestros enemigos, aunque a veces lo
parezcan: son víctimas de una colonización perversa. Paciencia. En esta
batalla, Ellos tienen el Poder, pero nosotros
tenemos un corazón que late y no susurra tonterías. Y que sufre por los más
vulnerables. Si estamos ante un hambriento y un multimillonario que clama por
quita de impuestos y baja de salarios, ¿a
quién socorremos primero? En un país tan rico debemos exigir que los que
tienen de sobra contengan sus apetencias y atender
más al que sufre que al que hace sufrir. Nadie merece perder la libertad o
desparecer para potenciar los
privilegios de un puñado de privilegiados. De lo contrario, siempre
estaremos dando vueltas sobre lo mismo: ¿cómo
repartir lo que producimos entre todos?
gracias Gustavo poder leer algo sensato al final de un dia pesado en esta ciudad gris que este "equipo de dinosaurios" supo bien estropear a lo largo de estos años, el país esta corriendo la misma suerte pero a ritmo mas acelerado-abrazos
ResponderBorrarComo siempre, un analisis impecable.
ResponderBorrarPero no puedo sustraerme a la tentación de responder a la pregunta que cierra el post, como lo hizo el Mullah Nasrudin: Se reparte como lo hace dios: a unos mucho, a otros poquito y a los demás, nada.
Alberto Baru