Después de dos meses de ausencia, el Autor de estos apuntes vuelve despabilado por los millones que se alzaron contra los atropellos judiciales, mediáticos y corporativos que estamos padeciendo.
Imposible resistir la tentación
de retomar estos apuntes; difícil escudarse en una crisis personal para no
esbozar un análisis sobre lo que ha
despertado el inefable alegato de los fiscales Luciani y Mola en el juicio
contra CFK. Las calles se han poblado del hartazgo ante el acoso que desde 2008 padecen la dirigente
y todos los que se atreven a esbozar simpatía hacia ella. Todos estamos
sorprendidos por la reacción, desde los que nos consideramos seguidores hasta
los que la quieren destruir. Si el gobierno del FDT estaba transitando una meseta de complacencia hacia el Poder
Real en detrimento de las mayorías, a
partir de ahora el rumbo debe ser distinto. El Presidente y todos sus
funcionarios no deben tomar la movilización popular sólo como un tierno agradecimiento
a los doce años de kirchnerismo, sino sobre
todo como un compromiso para recuperar lo que hemos perdido desde 2015.
Y para eso hay que abandonar de
una vez el intento de dialogar con los
angurrientos, conspiradores, evasores, especuladores, contrabandistas y
fugadores. ¿Qué consenso puede haber con los que se creen dueños de todo?
¿Qué acuerdo se puede alcanzar con los
que nos estafan día a día con los precios de cualquier cosa que queramos
adquirir? ¿Cómo respetar a funcionarios
judiciales al servicio de los poderosos, pisoteando leyes y procedimientos?
¿Para qué buscar la simpatía de los que despreciarán siempre a cualquiera que intente distribuir de forma más equitativa
lo que generamos entre todos?
Este episodio es un parteaguas.
Bastante se han soportado los insultos
de kamikazes disfrazados de periodistas que a toda hora fomentan el odio y
el desprecio desde sus inmerecidos espacios mediáticos. Monigotes rentados que inventan, tergiversan, estigmatizan para
apuntalar propuestas políticas destructivas. Manipuladores seriales que
tildan de violenta una movilización pacífica y ponderan como ejemplar las minoritarias hordas que arrojan palos
incendiarios, esgrimen guillotinas y cuelgan bolsas mortuorias en las rejas
de la Casa Rosada. Y siguen insistiendo con la enorme mentira de mostrar como asesinato el suicidio del fiscal
Nisman, que permitió a Mauricio Macri llegar a la presidencia. De una vez
por todas, hay que sancionar a los
medios y seudo periodistas que malversan de esa forma el derecho humano a la
información.
La multitud que se concentró en
la esquina de la casa de la Vicepresidenta y en muchos puntos de país no busca su impunidad, sino que clama su
inocencia. Si durante los tres años del juicio de Vialidad las pruebas y
testimonios presentados por la fiscalía no lograron fundamentar la acusación, ¿cómo no considerar una burla las jornadas
de alegato acusatorio de Luciani y Mola y una provocación el pedido de condena?
¿Cómo pueden integrar tribunales los que son amigos de los acusadores y exhiben sin pudor el logo del equipo que
integran? ¿Hasta cuándo vamos a soportar que fiscales y jueces malversen los recursos del Estado en causas
armadas a partir de un no-delito?
La reacción de los cambiemitas –el
desconcierto, la violencia, los refunfuños- indica que esto no se lo esperaban.
La represión desplegada por Rodríguez Larreta y las exigencias de “mucho más” de la infame Patricia Bullrich
alientan para profundizar este plan de
lucha. Si quieren la paz social, que todos los que se acurrucan del peor
lado de la Grieta dejen de hacer lo que han hecho siempre, tanto los integrantes del Círculo Rojo como sus peones desparramados en
los medios, tribunales y las bancas del Congreso.
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