viernes, 29 de octubre de 2021

Una voz nos ilumina

 

El desenfreno expone a los empresarios aumentadores, evasores y fugadores. Encima, concentrados. Tan evidente es la cosa que, hasta Rodríguez Larreta –con mucha hipocresía- reconoció que los monopolios son el problema. No cambió sus ideas, sino que adoptó un vox populi. Oportunismo, por supuesto, pero un indicio de que muchos comprenden dónde está la raíz de nuestro gradual retroceso.

 A quince días de las elecciones generales, la ansiedad y la incertidumbre nos carcomen. La semana se carga de hechos, revelaciones y bravatas que contribuyen a incrementar ese estado. Piedras que nos hacen tropezar desde hace años y no nos atrevemos a apartar del camino. Todas se relacionan con el Poder Real y sus intenciones de seguir incrementando privilegios y riqueza. Personajes que nadie vota pero desgobiernan nuestras vidas. Villanos impunes que avanzan sobre nuestros derechos. Individuos indignos que pontifican sobre la República, la transparencia y el esfuerzo. Piratas del siglo XXI que saquean todos los mares y esconden sus botines en paraísos fiscales. Dueños de todo que colonizan el entendimiento de los distraídos con sus marionetas mediáticas, políticas y judiciales. Estas piedras son tan descomunales que para moverlas necesitamos fuerzas titánicas. Como no hay dioses ni héroes que acudan en nuestra ayuda, semejante tarea queda en manos de una conciencia ciudadana que tarda en despertar.

Un caso puede ayudar a seguir este hilo. El problema recurrente de nuestra historia es la inflación, a veces disminuida, a veces desbocada, pero nunca desterrada. Tanto la hemos padecido que parece formar parte de nuestro ADN y si alguien logra extirparla alguna vez, quizá la extrañaríamos. Sin embargo, a pesar de tan larga e intensa convivencia, no la conocemos del todo ni sabemos de dónde viene. Ahora algo cambió: escaló a tal extremo sin motivos que quedó al descubierto el origen. Con una devaluación del 20 por ciento y una emisión monetaria del 27, no se puede explicar que supere el 50 o más. “No hay mal que por bien no venga”, decían los abuelos y este episodio deja al descubierto que la inflación no es un espíritu maligno que se prendó de los argentinos. Los autores de este abuso tienen nombre y apellido. También son malignos pero no sienten amor por nosotros; por el contrario, nos consideran presas para satisfacer la angurria.

No sólo quieren ganar más produciendo menos, sino también llevar sus tesoros lo más lejos posible. Argentina ocupa el tercer lugar en cantidad de cuentas offshore con una fuga de capitales que podría superar varios PBIses. Gran parte de esa fuga es evasión y conforma las divisas que nos faltan para desarrollarnos y distribuir. Un puñado de empresarios desplegó una trama económica agobiante que encontramos en cada cosa que queremos comprar. La concentración inconcebible no se reduce con un temporal control de precios. Esta es la punta del hilo que nos conduce a la comprensión del problema central.

Los diez o veinte apellidos más ricos del país son los que nos empobrecen cada vez más. El caso Vicentín es una muestra: un grupo de estafadores disfrazados de serios robó más de 800 millones de dólares, además de triangular y sub-facturar exportaciones. Sobre eso hay que avanzar, sobre todos los que nos saquean. Y no esperar tanto una condena judicial: la política tiene que actuar. Si un juez interpone una cautelar para proteger a estos verdaderos corruptos, hay que sancionarlo. Y que no pase como con Carlos Rosenkrantz, vicepresidente de la Corte Suprema de Justicia, que anunció sin pudor que podrá decidir en causas de 300 ex clientes de su estudio jurídico. Un escándalo mundial. Una atrocidad jurídica. Una confesión que debería dejarlo fuera del cargo.

Estas son algunas de las piedras y un apunte no alcanza para enumerarlas. Pero ésta define a todas. La lucha es desigual y asusta. Convencer de su necesidad es una tarea ardua. Y lo peor es que sabemos que las urnas no alcanzan para emprenderla. Esta semana recordamos a Néstor Kirchner, que supo mucho de eso. Y su mejor enseñanza: la mejor batalla no es la que no se abandona, sino la que se gana.

sábado, 23 de octubre de 2021

El mejor de los desafíos

 

El congelamiento es una tregua para diseñar una relación más racional entre los productos y los precios. Humanizar el consumo no sólo por tres meses sino para siempre. Este episodio evidencia quiénes son los villanos y se convierte en una invitación para que aparezcan los héroes.


La pelea por los precios es lo que necesitamos para recuperar el entusiasmo en la construcción del camino hacia la equidad. Este episodio es lo más parecido a una épica porque conjuga todos los componentes de una batalla histórica entre los que quieren una distribución más justa de la riqueza y los que no. El botín es el bienestar de gran parte de los argentinos, que urge restablecer después de La Revolución de la Alegría y el año y pico de pandemia, con el agregado de la ingenuidad del Presidente al creer que el diálogo, el consenso y la amable explicación catedrática bastan para ello. Quienes niegan que ésta es una puja entre buenos y malos se equivocan: no hay mayor maldad que convertir la comida en un privilegio.

El Gobierno advirtió tarde que cualquier acuerdo es imposible con los angurrientos. Empresarios que, además de avaros, son necios, porque durante el mandato del Buen Mauricio los balances de las empresas mono y oligopólicas estuvieron en negativo y, a pesar de que desde el 2020 han ganado como nunca, prefirieren a los ceócratas antes que a los despreciables populistas. Aunque tambaleen con el modelo neoliberal, les encanta escuchar las consignas de bajar los impuestos, someter al Estado y anular derechos laborales; se excitan cuando escuchan proponer meritocracia y llegan al orgasmo cuando alguien menciona “Libertad”; de Mercado, por supuesto.

Como no podía ser de otra manera, los juntistas, antes cambiemitas pero siempre buitres, se pusieron del lado de los empresarios que se niegan a los precios congelados. Con un cinismo nada sutil, la siempre dulce aunque ya poco convincente María Eugenia Vidal aseguró, desde su ignorancia, que “la culpa de la inflación no la tienen los empresarios, sino la emisión monetaria”. Los datos la desmienten porque la emisión siempre estuvo por debajo de la inflación. Después están los “economistas astrólogos” que cacarean al unísono que “el control de precios nunca ha funcionado”, algo que no es cierto pero de ser así, hay que hacer que funcione. Tampoco es cierto que el control de precios traerá desabastecimiento y si lo hay, como amenaza Mario Grinman, presidente de la Cámara Argentina de Comercio y Servicios, la Ley obligará a estos destituyentes a que produzcan más y especulen menos.

En estos días, las ganancias de las empresas más concentradas estuvieron sobre la mesa. Mientras muchos perdían poder adquisitivo estos ladinos acumulaban fortunas y repartían dividendos trabajando con apenas el 60 por ciento de su capacidad instalada: produciendo menos quieren ganar más. Arcor, con una ganancia de 4894 millones de pesos en el segundo trimestre del año, un 27 por ciento más que en los meses anteriores; Molinos Río de la Plata, con casi mil millones de pesos en medio año; el azúcar Ledesma le reportó a la impune familia Blaquier más de 5200 millones de pesos, quintuplicando las cifras del 2020. Estas ganancias no las obtuvieron trabajando más, como el sentido común embrutecido por el discurso dominante induce a creer, sino porque aumentaron sus productos hasta la locura. No sólo son codiciosos y mezquinos, sino también inhumanos. Ciegos de avaricia, exponen su vileza. También los que se aglutinan en torno a esta movida desestabilizadora en plena campaña. Esos que hablan de “respetar las reglas de juego” para los grandes empresarios pero pisotearlas cuando se trata de los trabajadores. Esta actitud extorsionadora los expone y si no deponen su actitud, no pueden terminar indemnes. Y si esta contienda sale bien y si gran parte de los votantes comprende dónde están los generadores de problemas y verdaderos enemigos de nuestro desarrollo, este escueto capítulo puede ser el comienzo de una novela épica que nos lleve a la mejor historia: la de lograr una distribución más justa de las millonadas que generamos entre todos.

domingo, 17 de octubre de 2021

Una humillante bandera blanca

 

El abuso de los precios no se soluciona con consenso. Como dicen por ahí, las leyes están para volverse efectivas y los actores principales de la Economía están en rebeldía desde hace mucho. El diálogo es insuficiente ante tanta avaricia.

 El presidente Fernández estuvo en el coloquio de IDEA para hablar de asuntos que los asistentes no quieren escuchar. Claro, los grandes empresarios sólo tienen una idea: la de ganar más invirtiendo menos. En su carta de presentación, los organizadores de este encuentro anual y sus patrocinadores declaran que “las empresas tenemos un rol fundamental en la generación de valor y de trabajo de calidad, que necesitamos potenciar” y para eso convocan “a todos los actores sociales a sumarse en un diálogo plural acerca de los temas estructurales que necesitamos abordar para lograr el desarrollo sostenible de la Argentina en el marco de las grandes tendencias globales”. Como para creerles, si siempre reclaman “soluciones” para engrosar sus enormes arcas: baja impositiva, quita de derechos a los trabajadores, subsidios, eliminación de controles, devaluación de la moneda de acuerdo a sus apetencias. Y encima nos saquean los bolsillos con los precios de lo que producen.

No es una revelación: maquillan con palabras bonitas la depredación que ejecutan desde hace años para obtener el abultado botín que esconden en paraísos fiscales. Detrás del “diálogo plural acerca de los temas estructurales” se oculta la exigencia de un Estado cómplice que les facilite la multiplicación de sus fortunas a costa de empobrecimiento de la mayoría. Ante estos nefastos personajes, Alberto no abandonó su tono conciliador y pedagógico para invitarlos a "abandonar los insultos y las quejas altisonantes" para dejar de ser una sociedad “con bandos en pugna”. En otras palabras, el mandatario les pidió que dejen de ser como son.

En la explicación está la solución: "Argentina necesita empresarios que sean los primeros trabajadores. Sin lobbyes y con creatividad. Sin especulación y con producción. Sin codicia y con solidaridad”. En cierta manera, les señaló la puerta de salida. Pero no nos entusiasmemos: Alberto ladra pero no muerde y los grandes empresarios saben que tienen el poder suficiente para frenar cualquier tarascón. Por eso no se alteraron cuando el presidente –en referencia al descontrol de los precios- advirtió “seremos inflexibles con la especulación”. Si en estos casi dos años de pandemia se han mostrado tan flexibles como invertebrados practicantes de yoga, ¿cómo esperar que empiecen a actuar con dureza?

En su nuevo rol de secretario de Comercio, Roberto Feletti se muestra dispuesto a solucionar la destituyente locura de los precios. Quizá por indicación de Alberto, busca un acuerdo para congelar el precio de 1247 productos por noventa días, después de retrotraerlos al 1 de octubre. En una entrevista radial, el funcionario señaló que espera “cerrar este acuerdo y ponerlo operativo el lunes” y advirtió que de no alcanzar ese objetivo “aplicaremos las leyes”, en referencia a la ley de Abastecimiento de 1974. ¿Cómo es esto? ¿Lograr un acuerdo para no aplicar una ley? ¿Desde cuándo ejecutar una ley es una amenaza? ¿Hay que suplicarles un poco de cordura? Esto es como agitar la bandera blanca para que dejen de considerar el país como un coto de caza.

Demasiada consideración para quienes no la merecen. Ni siquiera en pandemia los formadores de precio contuvieron su angurria y ahora les piden solidaridad. Las leyes están para protegernos de los poderosos y hay que aplicarlas ya para que no nos pasen por encima. Desconcentrar la producción de alimentos y controlar la tasa de ganancia de cada actor de la cadena de comercialización deben ser las acciones prioritarias para humanizar el consumo. Fomentar la competencia en serio, no con marcas de la misma empresa ni con intentos cooperativos más simbólicos que efectivos. Disminuir la macrocefalia productiva de Buenos Aires y promover en cada provincia la industrialización de sus consumos para que las economías regionales tan prometidas no se reduzcan a los alfajores. Ya que los desigualadores tanto insisten con la flexibilización laboral, habría que contraponerles una flexibilización empresarial para dejar fuera de juego a los que están empeñados en dificultarnos la vida.

domingo, 3 de octubre de 2021

Lecciones del enemigo

 

Los integrantes del FDT deben aprender de los macristas, que cuando apuntan a un objetivo avanzan con todo sin pedir permiso a nadie. Hacer lo mismo pero con buenos fines debe ser la estrategia oficialista para la campaña.

Octubre empieza con nuevos vientos. El clima primaveral, el abandono de algunas restricciones y el consecuente movimiento en las calles parecen mejorar el humor social, al menos en parte. A poco más de un mes para las elecciones generales, el FDT rearmó el equipo y comienza a transitar la campaña. La oposición amarilla –envalentonada- refuerza su lado más cruel, validada por los medios sobornados con abultados recursos monetarios. Mientras tanto, muchos argentinos viven ajenos a esta contienda, más preocupados por sus crecientes carencias que por los pormenores de este partido. El día a día no da tregua, las promesas ya no entusiasman y el compromiso no convence. Si el oficialismo nacional quiere revertir las urnas debe empezar a mostrar enérgicos indicios de que el futuro más amigable queda a pocos pasos.

Uno de esos pasos necesita ser no un control de precios sino una baja sustancial de las descomunales cifras que desfilan ante nuestros ojos. Que nosotros nos quejemos es una reacción predecible ante el abuso, pero el presidente y sus ministros deben hacer algo más que naturalizar este problema. Porque una cosa es la inflación y otra la irracionalidad de lo que nos cobran. Un caso personal no son todos los casos, pero puede servir como ejemplo para esta línea argumentativa. En los cambios de temporada necesito gotas nasales para atenuar la alergia y cada seis meses compro Dexalergín en su presentación de 60 ml. Mis ingresos son cómodos, pero que me cobren 1300 pesos por el mismo producto que en marzo compré a 500 sobrepasó mi habitual calma. Y no por no poder pagarlo sino por la indignación de la casi triplicación de su precio y sin saber por qué. ¿Qué tiene adentro que valga tanto? ¿Cuánto cuesta en realidad producirlo y cuál es la ganancia del laboratorio? Y así con todo: naturalizamos la estafa con el mote de inflación. Cuanto mucho, podemos no comprar el producto valuado con exceso pero el problema es que todo está así. Si extendemos esta acción, terminaríamos viviendo del aire y al aire.

A nosotros no nos queda otra más que la resignación, pero no al Gobierno Nacional. No se combate con sonrisas el latrocinio de los precios. Con buenos modos no se termina con la estafa cotidiana. Así hay que llamarlo: estafa. Y con los estafadores no se concilia, se los confronta, aunque el establishment acuse al presidente de autoritario, comunista, dictador o de violento. ¿Acaso no es violento que haya familias que no tengan dónde dormir ni qué comer? ¿O no es violencia que los sueldos alcancen para tan poco? ¿No es autoritaria la depredación constante de los angurrientos?

En esto –y cuesta decirlo- los integrantes del FDT deben aprender de los macristas, que cuando apuntan a un objetivo avanzan con todo sin pedir permiso a nadie. Y siempre para beneficiar a la minoría empachada. Si quieren champagne importado o autos de alta gama le quitan los impuestos, si quieren beneficiar a sus empresas vulneran todas las leyes, si quieren esconder sus chanchullos adornan a los periodistas, si quieren blanquear el prontuario amoldan a golpes la Justicia, si quieren anular opositores los meten presos sin causa. Y no tienen límites: desalojan a 100 mujeres y 170 chicos que ocupaban lo que antes era un basural y queman sus pertenencias sin una lágrima, dejan a esas personas a la deriva y se jactan de ello ante el aplauso de los odiadores que los alientan y votan. Y son despiadados: mandan un submarino que no estaba en condiciones a una misión secreta; explota, se hunde y mueren todos sus tripulantes; aunque sabían dónde estaba, gastan fortunas en buscarlo y mantienen la expectativa por un año; y lo peor, espiaron ilegalmente a los familiares de las víctimas.

Los amarillos se convierten en un manual de estilo para la acción política pero con fines perversos. El Gobierno Nacional debería actuar de la misma manera, no contra los más vulnerables como hacen Ellos sino contra los poderosos que nos succionan todos los días. Y si se enojan, mejor porque es la más indubitable evidencia de que vamos por el más certero camino.

Un viernes negro

  La fortuna nos dio una chance. El disparo no salió, pero podría haber salido . El feriado del viernes es un casi duelo. La ingrata sorpres...