jueves, 17 de diciembre de 2020

Los cómplices del coronavirus

 

El último fin de semana largo pareció el ejemplo de lo que no hay que hacer en la temporada veraniega que se viene. Los que pudieron viajar a centros turísticos olvidaron que todavía estamos en pandemia y que el coronavirus no es el pasado, sino el presente y también el futuro. Las fiestas clandestinas y los amontonamientos al aire libre fueron las imágenes más preocupantes del descontrol. Parlante que suena convoca una multitud bailante en donde sea, como si esta tragedia mundial ya hubiese terminado. El sábado pasado, la costanera centro de Rosario fue el escenario del salvaje desahogo de cientos de jóvenes que parecían escapar de un confinamiento de décadas. Difícil imaginar prudencia en estas últimas semanas del año. Aunque el bolsillo apriete, ya se ve el clima festivo. El distanciamiento, los barbijos, la timidez del saludo quedarán fuera de lugar en las festicholas que muchos están preparando. El alcohol en gel dará paso a sus otras versiones que vienen en botella y súper frías.

El anuncio de la llegada de las vacunas no significa que ya estemos todos vacunados, salvo que rocíen las dosis desde un avión y nosotros abramos nuestros poros en la vía pública. Pero eso no va a pasar. Para que podamos andar despreocupados por las emboscadas de la Covid pasarán muchos meses, cuando más del sesenta por ciento de la población esté vacunada. Lo que hagamos en las próximas semanas será determinante de lo que nos pasará cuando el verano empiece a abandonarnos.

Mientras tanto, los cambiemitas ya no saben cómo disfrazarse. Ya no están Juntos por el Cambio, sino solamente Juntos, aunque no sepan para qué. Más que juntos, amontonados y tambaleantes para conquistar algún poroto en las elecciones de medio término. Eso sí, como siempre, sin saber qué decir. El ex empresidente Macri eleva sus insustanciales protestas por el cierre del aeropuerto de El Palomar para vuelos comerciales y el único avión de Fly Bondi –su revolución de los aviones- deberá operar desde Ezeiza. Para oponerse a la IVE, hablan de Adán y Eva, de El Señor de los anillos o, en el peor de los casos, de embarazos de mil días. Y cuando no tienen nada que decir, sacan del arcón de la bisabuela denuncias generales y apolilladas, como el atropello a las instituciones, la división de poderes o la salud de la república. Y eso que estos farsantes son unos expertos en hacer de verdad lo que viven denunciando: desde la dictadura para acá han hecho todo eso y mucho, muchísimo más.

Los PRO y sus aliados empiezan a mostrar los colmillos de cara a las elecciones de medio término y, si sobreviven a la contienda, podrán iniciar la carrera presidencial con un menú poco tentador: Rodríguez Larreta – Vidal, por un lado y Macri – Bullrich, por el otro. Los primeros del ala dura y los segundos, del ala durísima. Pero, como ninguno de los cuatro puede declamar algo interesante, nada mejor que empujar a la cancha a la ex diputada Elisa Carrió para que la embarre. Desde su No-lugar irresponsable, Carrió prometió un juicio político a la tan envidiada Cristina porque, con la carta en la que cuestiona a la Corte, para ella se transformó en una gobernanta de facto y por tanto, golpista. Acá habría que poner risas grabadas durante diez minutos, por lo menos. Que un personaje así tenga prensa, es un insulto a la inteligencia. Después de haber construido su “prestigio” –con varias docenas de comillas- a fuerza de pronósticos apocalípticos, mentiras atroces y denuncias infundadas, de ofrecer el living de su casa para que un narcotraficante acuse de asesino a un candidato a gobernador, de haber defraudado con su renuncia a la mitad de los porteños que votaron por ella, parece mentira que todavía siga en carrera.

Y bueno, si nos encontramos con algunos zapallos que andan sin barbijo por la vida, ¿cómo nos vamos a sorprender por algún tarambana que corona con su voto a los peores exponentes de la política vernácula?

viernes, 11 de diciembre de 2020

Cuando el consenso no alcanza

 

Los balances son necesarios no sólo para evaluar lo que se hizo y lo que no, sino también para considerar los procedimientos utilizados. En este primer año de la presidencia de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner hay mucho positivo y también negativo. Pero cualquier análisis sincero no debe omitir de ninguna manera la pandemia, que ha hecho de estos meses algo insólito y hace a este gobierno incomparable con cualquiera de los anteriores. Y menos hay que olvidar el estado en que nos ha dejado la Revolución de la Alegría, con la Salud disminuida, la Economía en recesión y una deuda externa exorbitante. Sin ese punto de partida, cualquier evaluación del primer año del FDT será insuficiente o, en todo caso, malintencionado.

También hay que tener en cuenta que este gobierno tuvo dos comienzos: uno el propio 10 de diciembre cuando el presidente entrante explicó ante el Congreso su plan y el otro, a mediados del verano, cuando el Coronavirus empezó a sobrevolar nuestras tierras. Esa emergencia traspapeló todo y también justificó todo. La cuarentena profundizó la crisis que arrastrábamos de los nefastos cuatro años de macrismo y las partidas destinadas a paliar la situación de los más vulnerados, si bien fueron abultadas, resultaron insuficientes. Quizá si la impronta del presidente fuera menos conciliadora, se podrían haber hecho más cosas pero, a partir de marzo, el consenso era necesario para sostener el rumbo incierto planteado por la Covid. Consenso que muchos aprovecharon para acrecentar sus ganancias a pesar de la tragedia. Y lo siguen haciendo, porque nadie se atreve a poner freno a tanta angurria.

En muchas decisiones del presidente y sus funcionarios hay un compromiso con sus promesas de campaña, de acompañar a los más necesitados y atenuar sus padecimientos, pero no tanto. La prudencia para evitar conflictos y enojos con el Poder Real puede parecer –o parece- tibieza o en algunos casos, doble discurso. Que la vicepresidenta tenga que salir cada tanto con algunas sugerencias para transformar el statu quo es un indicativo de eso. Como si esa necesidad de estar orientando al presidente confirmara las sospechas de los medios agoreros de que es Cristina la gran titiritera. No está mal que así sea, porque ambos lideran un frente, y que sea ella la que tenga que hacer públicas sus objeciones y señalar el rumbo encanta a sus seguidores, pero también envenena a los detractores. Una cosa es que formen una dupla gobernante en sintonía y otra es que uno de los integrantes –una, en este caso- sea quien tenga que estar despabilando al otro.

Además, se nota que CFK quiere que las transformaciones pendientes y necesarias se hagan cuanto antes. A los enemigos de la reconstrucción no hay que darles tiempo y, menos aún, facilitarles las herramientas para que sigan siendo un obstáculo. Con el dólar planchado, ¿cómo es posible que siga habiendo aumentos en los productos alimenticios? Más aún cuando es vox populi que la inflación es una treta de los que dominan el Mercado para quedarse con la mayor parte de la torta. De poco sirven los acuerdos de precios por tres cortes de carne que se esfuman en el mercado interno. De nada sirve quejarse de la inflación como si fuera un fenómeno meteorológico cuando todos sabemos que es una estrategia de desestabilización, además de desmedido enriquecimiento. El presidente y su equipo no deben ser relatores de la realidad, sino los artífices para transformarla.

Poco aporta protestar por el funcionamiento mafioso del Poder Judicial si no destituyen a los mafiosos y acomodados. ¿Cómo es posible que Eduardo Casal siga siendo el procurador interino, cuando es totalmente constitucional su destitución? ¿Cómo puede entenderse que Carlos Stornelli siga siendo fiscal cuando abundan las pruebas de su mal desempeño, no sólo en la persecución implacable a Cristina y todos los kirchneristas, sino por la extorsión sistemática en las causas armadas? ¿Cómo es explicable que Bruglia, acomodado por Macri en un puesto para el que no concursó, sea el que presione sin pudor para que la causa de espionaje macrista en las cárceles pase a Comodoro PRO, Py?

Tampoco aporta demasiado lamentarse por las patrañas mediáticas mientras la pauta oficial sigue beneficiando a los medios más poderosos y destructivos; cuando el Estado completa el sueldo de sus empleados mientras los accionistas se reparten suculentos dividendos; que se mantenga en vigencia el adefesio ilegal que Macri deformó a fuerza de decretos y que no se reinstaure la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual como fue aprobada por el Congreso y declarada constitucional por una Corte Suprema más digna que la actual. La pandemia no puede servir de excusa para no modificar nada. En unos meses, cuando la vacunación masiva deje atrás la amenaza del virus, estaremos en pleno proceso electoral y la oposición berreta puede aprovechar la tibieza para sacar alguna ventaja. Y sería triste que los que en cuatro años nos hicieron retroceder veinte tengan sus impresentables bandejas llenas de bocadillos para convertir en consignas de campaña. Bocadillos que no hacen enojar a los poderosos, sino todo lo contrario.

lunes, 7 de diciembre de 2020

El límite de todos los límites

 

Las semana pasada, la Corte Suprema de Justicia, el Máximo Tribunal de la República, emitió un penoso mensaje a la sociedad. Todos sus miembros eligieron no meterse para corregir uno de los tantos fallos vergonzantes de los jueces federales. Los cinco integrantes que tienen la responsabilidad y la obligación de ejercer el control de calidad en el funcionamiento de este poder del Estado, se lavaron las manos ante la ejecución de una evidente venganza contra un exfuncionario. Ni siquiera se tomaron la molestia de revisar la sentencia que afecta por primera vez en la historia a un ex vicepresidente. Simplemente, se borraron. Contra el poder Real, el de Magneto –que encabeza el establishment-, no se animan a ser justos.

El caso es muy conocido, aunque muy manipulado tanto por los medios hegemónicos como por el proceso judicial que llevó a Boudou a la condena de cinco años y medio por un delito que no se pudo probar. La acusación sostenía que el entonces ministro de Economía había adquirido el 70 por ciento de la Empresa Ciccone Calcográfica después de haberla salvado de la quiebra, a través de un plan de pagos para saldar deudas con la AFIP, como se ha hecho muchas veces. Para lograr ese cometido –según la hipótesis- Boudou se había valido de un testaferro, Alejandro Vandenbroele, titular de The Old Found, a quien señalaban como amigo de la infancia. Ambos involucrados ignoraban ese “trascendental” detalle. Aunque no se presentaron pruebas ni documentos, Vandenbroele confirmó todas estas patrañas acogiéndose a la figura de “arrepentido” después de cobrar más de un millón y medio de pesos en 2017, con lo que compró un hotel boutique en Mendoza.

En realidad, el dinero que salvó a Ciccone provino del recientemente fallecido Jorge Britos y del financista Raúl Moneta. Una pericia hubiera demostrado esta afirmación, pero ni el juez de instrucción ni el encargado del juicio oral se preocuparon por este “pormenor. Tampoco se interesaron por investigar si el patrimonio de Boudou permitía adquirir esa empresa. Sin papeles ni documentos, con la sola palabra de un testigo falso ligado a Jorge Britos, que nunca fue citado al juicio para desmentir la acusación, se condenó a Amado Boudou.

La trampa está servida: cualquier acción que se tome contra los cinco miembros de la Corte sonará a revancha, a “atropello a las instituciones”, a amoldar la justicia para garantizar la impunidad de los que “se robaron todo”. Con el poder mediático intacto, con la capacidad de daño discursivo reforzada, con la malsana intención de malograr el entendimiento, Magneto y su cadena destructiva de manipulación ha logrado someter a la justicia en su conjunto, con el objetivo de debilitar cualquier intento de democratizar en serio nuestro país.

Aunque juristas, sindicalistas, referentes de DDHH, representantes, funcionarios y artistas cuestionen el accionar de la Corte porque legitima el law fare y la persecución política, poco se podrá hacer si se teme la reacción de agoreros y conspiradores. Mientras los Supremos apelan a su poder monárquico que les autoriza la indiferencia ante tantos atropellos, los principales referentes del empresariado argentino presionan al gobierno nacional para incrementar sus ganancias y destrozar la economía. No les importa cuánto suframos, mientras ellos puedan quedarse cada vez con más. Los miembros de la Corte no sólo renunciaron a su obligación de ejercer justicia para contribuir a un país más justo: también renunciaron a su independencia –si es que la tenían- y con ello, a sus privilegiados puestos y su dignidad para el recuerdo.

El No Fallo de la Corte puede servir de punto de partida para una transformación en serio. Basta de hipocresías: con jueces así, que no respetan leyes ni procedimientos, que miran para otro lado para no incomodar a los que se creen dueños de todo, no vamos a ningún lado. Las instituciones deben estar al servicio de la mayoría y no de una minoría emperrada en someternos a su angurria. Bastante hemos soportado sus provocaciones y sus burlas. El país que necesitamos no puede sobrevivir con la amenaza de estos buitres insaciables sobrevolando nuestras cabezas. Una vez más, han pasado el límite y ante eso no podemos quedar indiferentes.

jueves, 3 de diciembre de 2020

Para profundizar este camino

 

En este año hemos escuchado muchas veces que después de la pandemia no seremos los mismos. Algo positivo debe quedar luego de todo esto que nos haga salir del atolladero en el que nos encontramos siempre. Unos proponen poner el hombro porque Argentina debe recuperar la cultura del trabajo, mientras apuestan a la timba financiera, la explotación y la estafa de los precios. Otros proponen una mejor distribución tanto de los ingresos como de la producción con un país más federal, pero sólo piensan en provincia de Buenos Aires y no mucho más allá. Años escuchando esta puja discursiva que pocas veces se convirtió en un camino certero. Mientras tanto, casi todo lo que consumimos se produce en una mínima parte del país y, a pesar de algunas buenas intenciones, el resto de las provincias sigue relegada a la elaboración de los pintorescos productos regionales. Hasta que no se proponga la desconcentración real de la producción de alimentos y de muchas otras cosas más, Argentina será el país macrocefálico y desigual que conocemos desde hace mucho tiempo.

En el contexto de la muerte de Maradona, la pensadora Beatriz Sarlo consideró que el nuestro es “un país fracasado que empezó el siglo XX entre los 15 primeros del mundo y termina entre los 15 últimos”. Lo que omite Sarlo es el motivo del fracaso: el granero del mundo con extrema desigualdad es el modelo que fracasa y sigue fracasando. ¿De qué sirve estar entre los primeros si gran parte de la población no alcanza a satisfacer lo esencial? El triunfo de un país no depende de si unos pocos van por el mundo tirando manteca al techo, sino de que todos sus habitantes puedan consumirla. La producción nacional debe estar pensada para la mesa de todos los argentinos y no para que un puñado de avarientos amontone divisas en guaridas fiscales. La soberanía alimentaria se conquista cuando se exporta el excedente y no lo primordial. Sarlo destaca el fracaso pero no explica el motivo: el granero del mundo –desigual en la distribución de beneficios- exportaba materias primas variadas pero la tendencia al monocultivo de soja no sólo daña el medio ambiente, sino que afecta el desarrollo de una economía más rica.

Mientras sean unos pocos los que tengan el poder para decidir sin que nadie los vote, siempre tendremos dificultades para construir el país que necesitamos. En estos días, el empresario Luis Pagani empezó a presionar para que se eliminen los precios máximos de algunos productos alimenticios, mientras su empresa, Arcor, tuvo ganancias superiores a 4400 millones de pesos en plena pandemia. Este es uno de los escollos que debemos superar, que una empresa domine todo, porque eso nos somete al capricho de un angurriento.

Para eso, debemos identificar quiénes son los que defienden el modelo de desigualdad. Y desarticular sus argumentos, muchas veces falaces. El ex presidente Macri explicó que su derrota electoral se debió que el FDT prometía asado gratis. ¿Cómo puede seguir mintiendo tanto? ¿Cómo puede haber colonizados que aún le crean? El otro que está en gateras para ser paladín del modelo desigualador es Horacio Rodríguez Larreta. Ahora se victimiza porque el Gobierno Nacional y el Congreso están corrigiendo la anomalía que el Infame Ingeniero ejecutó por decreto: elevar la coparticipación de la CABA de 1,4 a 3,75 por ciento. Y el cínico alcalde porteño se lamenta por la educación, la salud, la vivienda cuando nunca hizo nada para mejorar esos ítems. Lo único que le importa es facilitar multimillonarios negocios inmobiliarios y adornar a los medios para que hablen bien de él: este año destinó oficialmente más de 1600 millones de pesos a publicidad en los medios hegemónicos y el año que viene ese monto se eleva en un 30 por ciento. Y lo que debe destinar por debajo de la mesa es incalculable.

En fin, para transformar el país debemos afrontar con énfasis todos estos problemas y muchos más. Las quejas de los poderosos constituyen el mejor indicio de que vamos por el buen camino.

Un viernes negro

  La fortuna nos dio una chance. El disparo no salió, pero podría haber salido . El feriado del viernes es un casi duelo. La ingrata sorpres...