Las semana pasada, la Corte Suprema de Justicia, el Máximo Tribunal de la República, emitió un penoso mensaje a la sociedad. Todos sus miembros eligieron no meterse para corregir uno de los tantos fallos vergonzantes de los jueces federales. Los cinco integrantes que tienen la responsabilidad y la obligación de ejercer el control de calidad en el funcionamiento de este poder del Estado, se lavaron las manos ante la ejecución de una evidente venganza contra un exfuncionario. Ni siquiera se tomaron la molestia de revisar la sentencia que afecta por primera vez en la historia a un ex vicepresidente. Simplemente, se borraron. Contra el poder Real, el de Magneto –que encabeza el establishment-, no se animan a ser justos.
El caso
es muy conocido, aunque muy manipulado tanto por los medios hegemónicos como
por el proceso judicial que llevó a Boudou a la condena de cinco años y
medio por un delito que no se pudo probar. La acusación sostenía que el
entonces ministro de Economía había adquirido el 70 por ciento de la Empresa
Ciccone Calcográfica después de haberla salvado de la quiebra, a través de
un plan de pagos para saldar deudas con la AFIP, como se ha hecho muchas veces.
Para lograr ese cometido –según la hipótesis- Boudou se había valido de un
testaferro, Alejandro Vandenbroele, titular de The Old Found, a quien señalaban como amigo de la infancia. Ambos
involucrados ignoraban ese “trascendental” detalle. Aunque no se presentaron
pruebas ni documentos, Vandenbroele confirmó todas estas patrañas
acogiéndose a la figura de “arrepentido” después
de cobrar más de un millón y medio de pesos en 2017, con lo que compró un
hotel boutique en Mendoza.
En
realidad, el dinero que salvó a Ciccone provino del recientemente fallecido
Jorge Britos y del financista Raúl Moneta. Una pericia hubiera demostrado esta
afirmación, pero ni el juez de instrucción ni el encargado del juicio oral
se preocuparon por este “pormenor”.
Tampoco se interesaron por investigar si el patrimonio de Boudou permitía
adquirir esa empresa. Sin papeles ni documentos, con la sola palabra de un
testigo falso ligado a Jorge Britos, que nunca fue citado al juicio para
desmentir la acusación, se condenó a Amado Boudou.
La trampa está servida:
cualquier acción que se tome contra los cinco miembros de la Corte sonará a
revancha, a “atropello a las
instituciones”, a amoldar la
justicia para garantizar la impunidad de los que “se robaron todo”. Con el poder mediático intacto, con la
capacidad de daño discursivo reforzada, con la malsana intención de
malograr el entendimiento, Magneto y su cadena destructiva de manipulación
ha logrado someter a la justicia en su conjunto, con el objetivo de
debilitar cualquier intento de democratizar en serio nuestro país.
Aunque
juristas, sindicalistas, referentes de DDHH, representantes, funcionarios y
artistas cuestionen el accionar de la Corte porque legitima el law fare y la
persecución política, poco se podrá hacer si se teme la reacción de
agoreros y conspiradores. Mientras los Supremos apelan a su poder monárquico
que les autoriza la indiferencia ante tantos atropellos, los principales
referentes del empresariado argentino presionan al gobierno nacional para incrementar
sus ganancias y destrozar la economía. No les importa cuánto suframos,
mientras ellos puedan quedarse cada vez con más. Los miembros de la Corte no
sólo renunciaron a su obligación de ejercer justicia para contribuir a
un país más justo: también renunciaron a su independencia –si es que la tenían-
y con ello, a sus privilegiados puestos y su dignidad para el recuerdo.
El No
Fallo de la Corte puede servir de punto de partida para una transformación
en serio. Basta de hipocresías: con jueces así, que no respetan leyes ni
procedimientos, que miran para otro lado para no incomodar a los que se
creen dueños de todo, no vamos a ningún lado. Las instituciones deben estar
al servicio de la mayoría y no de una minoría emperrada en someternos a su
angurria. Bastante hemos soportado sus provocaciones y sus burlas. El país
que necesitamos no puede sobrevivir con la amenaza de estos buitres
insaciables sobrevolando nuestras cabezas. Una vez más, han pasado el
límite y ante eso no podemos quedar indiferentes.
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