En este
año hemos escuchado muchas veces que después de la pandemia no seremos los
mismos. Algo positivo debe quedar luego de todo esto que nos haga salir
del atolladero en el que nos encontramos siempre. Unos proponen poner el hombro porque Argentina debe
recuperar la cultura del trabajo, mientras apuestan a la timba
financiera, la explotación y la estafa de los precios. Otros proponen una
mejor distribución tanto de los ingresos como de la producción con un país más
federal, pero sólo piensan en provincia de Buenos Aires y no mucho más allá.
Años escuchando esta puja discursiva que pocas veces se convirtió en un camino
certero. Mientras tanto, casi todo lo que consumimos se produce en una
mínima parte del país y, a pesar de algunas buenas intenciones, el resto de
las provincias sigue relegada a la elaboración de los pintorescos productos
regionales. Hasta que no se proponga la desconcentración real de la
producción de alimentos y de muchas otras cosas más, Argentina será el país
macrocefálico y desigual que conocemos desde hace mucho tiempo.
En el
contexto de la muerte de Maradona, la pensadora Beatriz Sarlo consideró que el nuestro
es “un país fracasado que empezó el
siglo XX entre los 15 primeros del mundo y termina entre los 15 últimos”. Lo
que omite Sarlo es el motivo del fracaso: el granero del mundo con extrema
desigualdad es el modelo que fracasa y sigue fracasando. ¿De qué sirve
estar entre los primeros si gran parte de la población no alcanza a
satisfacer lo esencial? El triunfo de un país no depende de si unos pocos van por el mundo tirando manteca al techo,
sino de que todos sus habitantes puedan consumirla. La producción
nacional debe estar pensada para la mesa de todos los argentinos y no para
que un puñado de avarientos amontone divisas en guaridas fiscales. La
soberanía alimentaria se conquista cuando se exporta el excedente y no lo
primordial. Sarlo destaca el fracaso pero no explica el motivo: el granero
del mundo –desigual en la distribución de beneficios- exportaba materias primas
variadas pero la tendencia al monocultivo de soja no sólo daña el medio
ambiente, sino que afecta el desarrollo de una economía más rica.
Mientras
sean unos pocos los que tengan el poder para decidir sin que nadie los vote,
siempre tendremos dificultades para construir el país que necesitamos.
En estos días, el empresario Luis Pagani empezó a presionar para que se eliminen
los precios máximos de algunos productos alimenticios, mientras su empresa,
Arcor, tuvo ganancias superiores a 4400 millones de pesos en plena pandemia.
Este es uno de los escollos que debemos superar, que una empresa domine todo,
porque eso nos somete al capricho de un angurriento.
Para
eso, debemos identificar quiénes son los que defienden el modelo de
desigualdad. Y desarticular sus argumentos, muchas veces falaces. El ex
presidente Macri explicó que su derrota electoral se debió que el FDT
prometía asado gratis. ¿Cómo puede seguir mintiendo tanto? ¿Cómo puede
haber colonizados que aún le crean? El otro que está en gateras para ser paladín
del modelo desigualador es Horacio Rodríguez Larreta. Ahora se victimiza
porque el Gobierno Nacional y el Congreso están corrigiendo la anomalía que
el Infame Ingeniero ejecutó por decreto: elevar la coparticipación de la
CABA de 1,4 a 3,75 por ciento. Y el cínico alcalde porteño se lamenta
por la educación, la salud, la vivienda cuando nunca hizo nada para mejorar
esos ítems. Lo único que le importa es facilitar multimillonarios
negocios inmobiliarios y adornar a los medios para que hablen bien de él:
este año destinó oficialmente más de 1600 millones de pesos a publicidad
en los medios hegemónicos y el año que viene ese monto se eleva en un 30 por
ciento. Y lo que debe destinar por debajo de la mesa es incalculable.
En fin,
para transformar el país debemos afrontar con énfasis todos estos problemas y
muchos más. Las quejas de los poderosos constituyen el mejor indicio de que
vamos por el buen camino.
Buen escrito, buen análisis.
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