El último fin de semana largo pareció el ejemplo de lo que no hay que hacer en la temporada veraniega que se viene. Los que pudieron viajar a centros turísticos olvidaron que todavía estamos en pandemia y que el coronavirus no es el pasado, sino el presente y también el futuro. Las fiestas clandestinas y los amontonamientos al aire libre fueron las imágenes más preocupantes del descontrol. Parlante que suena convoca una multitud bailante en donde sea, como si esta tragedia mundial ya hubiese terminado. El sábado pasado, la costanera centro de Rosario fue el escenario del salvaje desahogo de cientos de jóvenes que parecían escapar de un confinamiento de décadas. Difícil imaginar prudencia en estas últimas semanas del año. Aunque el bolsillo apriete, ya se ve el clima festivo. El distanciamiento, los barbijos, la timidez del saludo quedarán fuera de lugar en las festicholas que muchos están preparando. El alcohol en gel dará paso a sus otras versiones que vienen en botella y súper frías.
El anuncio de la llegada de las
vacunas no significa que ya estemos todos vacunados, salvo que rocíen las dosis desde un avión y
nosotros abramos nuestros poros en la vía pública. Pero eso no va a pasar. Para
que podamos andar despreocupados por las emboscadas de la Covid pasarán muchos
meses, cuando más del sesenta por ciento
de la población esté vacunada. Lo que hagamos en las próximas semanas será
determinante de lo que nos pasará cuando
el verano empiece a abandonarnos.
Mientras tanto, los cambiemitas ya no saben cómo
disfrazarse. Ya no están Juntos por el Cambio, sino solamente Juntos, aunque no sepan para qué. Más que
juntos, amontonados y tambaleantes
para conquistar algún poroto en las elecciones de medio término. Eso sí, como siempre, sin saber qué decir. El
ex empresidente Macri eleva sus
insustanciales protestas por el cierre del aeropuerto de El Palomar para
vuelos comerciales y el único avión de
Fly Bondi –su revolución de los aviones- deberá operar desde Ezeiza. Para
oponerse a la IVE, hablan de Adán y Eva,
de El Señor de los anillos o, en el
peor de los casos, de embarazos de mil
días. Y cuando no tienen nada que decir, sacan del arcón de la bisabuela denuncias generales y apolilladas, como el
atropello a las instituciones, la división de poderes o la salud de la
república. Y eso que estos farsantes son
unos expertos en hacer de verdad lo que viven denunciando: desde la
dictadura para acá han hecho todo eso y mucho, muchísimo más.
Los PRO y sus aliados empiezan a
mostrar los colmillos de cara a las elecciones de medio término y, si
sobreviven a la contienda, podrán iniciar
la carrera presidencial con un menú poco tentador: Rodríguez Larreta –
Vidal, por un lado y Macri – Bullrich, por el otro. Los primeros del ala dura y los segundos, del ala durísima. Pero, como
ninguno de los cuatro puede declamar algo interesante, nada mejor que empujar a la cancha a la ex diputada Elisa
Carrió para que la embarre. Desde su No-lugar irresponsable, Carrió
prometió un juicio político a la tan envidiada
Cristina porque, con la carta en la que cuestiona a la Corte, para ella se transformó en una gobernanta
de facto y por tanto, golpista. Acá habría que poner risas grabadas durante
diez minutos, por lo menos. Que un personaje así tenga prensa, es un insulto a la inteligencia. Después
de haber construido su “prestigio” –con varias docenas de comillas- a fuerza de
pronósticos apocalípticos, mentiras
atroces y denuncias infundadas, de ofrecer el living de su casa para que un narcotraficante acuse de asesino a un
candidato a gobernador, de haber
defraudado con su renuncia a la mitad de los porteños que votaron por ella,
parece mentira que todavía siga en
carrera.
Y bueno, si nos encontramos con algunos zapallos que andan sin barbijo por
la vida, ¿cómo nos vamos a sorprender por algún tarambana que corona con su voto a los peores exponentes de la
política vernácula?
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