martes, 28 de abril de 2020

La nueva normalidad


La extensión de la cuarentena no sorprende. A algunos les caerá bien, a otros no. Intriga la sugerencia del presidente Fernández de salir a pasear una hora por día en un radio de cinco cuadras. Los hiperquinéticos y claustrofóbicos de parabienes, aunque se preguntan cómo se controlará eso. ¿Una flexibilidad o una invitación a burlar las restricciones? ¿Un llamado a la responsabilidad ciudadana o un triunfo del individualismo más acérrimo? ¿Un error comunicacional o una deflexión de Alberto? El temor a salir durante los días subsiguientes al inicio del aislamiento dio paso a una confianza generada por tapabocas todopoderosos. Ahora pasamos a una tercera fase que, si el tiempo acompaña, podría convertirse en un arma de doble filo si no fuera por la decisión de algunos gobernadores de desestimar a esa posibilidad.
“Segmentación geográfica” se llama esta tercera etapa, después del “aislamiento estricto” y el “administrado”. Si de acá al 10 de mayo disminuimos la duplicación de los contagios abordaremos la “reapertura progresiva” para arribar, finalmente a una “nueva normalidad”. Esto último altera a los popes neoliberales que ya están denostando al populismo por restringir las libertades individuales. Libertades individuales que simulan ser para todos pero que en realidad están pensadas para muy pocos.
La mayor osadía del pensar destructivo fue la solicitada publicada por la Fundación Internacional para la Libertad, firmada por una serie de mascarones apologistas del egoísmo y la desigualdad. Por supuesto, el ex presidente Macri fue uno de los firmantes. El texto –con el nada elaborado título “Que la pandemia no sea el pretexto para el autoritarismo”- afirma que "a ambos lados del Atlántico resurgen el estatismo, el intervencionismo y el populismo con un ímpetu que hace pensar en un cambio de modelo alejado de la democracia liberal y la economía de mercado". Como si lo que ellos defienden hubiera llevado al paraíso a todos los habitantes de este planeta. De más está decir que es todo lo contrario.
Algo tan absurdo como los lamentos de la ex primera dama, Juliana Awada por la destrucción de todo lo logrado durante el gobierno de su marido. Unas cuantas líneas de signos de interrogación debería seguir a semejante estupidez. ¿Qué logró el Buen Mauricio, además de profundizar el desequilibrio pre existente a su gobierno? ¿Qué hizo El Ingeniero, aparte de blanquear los chanchullos del Círculo Rojo, facilitar negocios propios y cercanos y asegurar su futuro con bonos de deuda pública? Por supuesto, no debemos destinar espacio a responder a esta esclavista ni a los defensores de la apropiación planetaria por parte de unos pocos. Pero eso no significa olvidar el daño enorme que ocasionó en nuestro país el peor presidente desde la vuelta a la democracia. Y no olvidar quiere decir castigar las tropelías cometidas por él y sus secuaces durante la Revolución de la Alegría.
Pero estamos en medio de una pandemia y parece que lo más importante es hablar del aislamiento y la manera de evitar contagios. No del aumento de los femicidios y de las denuncias por violencia de género, que desbordan en medio de la cuarentena. No de Javier González Fraga –ex presidente del Banco Nación- por la continuidad de su cargo en representación del Estado en el Banco Latinoamericano de Exportaciones, por el que cobra 80 mil dólares al año, más de cinco millones de pesos. No del acecho constante de los detractores que quieren que todo se vaya a pique para que unos pocos puedan multiplicar sus fortunas. No de la obsesión de algunos periodistas con CFK.
Lo que viene es duro. La salida de la cuarentena mostrará la tierra arrasada dejada por Macri más la desolación provocada por el coronavirus. No hace falta apelar a datos estadísticos para intuir que el crecimiento de la pobreza ha sido enorme y que no se la va a reducir con la cantinela neoliberal. Tampoco con el asistencialismo perpetuo. La “nueva normalidad” que se viene no puede ser ninguna de las normalidades que ya hemos vivido. Y si no tiene al Estado como actor principal para activar una forma distinta de distribuir la riqueza, de nueva no tendrá casi nada.

domingo, 19 de abril de 2020

Animalitos felices y depredadores implacables


Ninguna sorpresa: no aprendimos a vivir en este planeta. Mientras estamos guardados por la cuarentena, los animales pierden la timidez y osan invadir los espacios urbanos como nunca antes. Ríos y arroyos se muestran más limpios y poblados de bichos acuáticos. El aire le gana a la polución y el ruido del tránsito nos abandona para dar paso a otros sonidos que ni en nuestros mejores sueños escuchamos: el casi silencio en una ciudad que bate récords de contaminación sonora. El coronavirus nos muestra cuánto sobramos o lo dañinos que somos por el sólo hecho de vivir como vivimos. Algo bueno de la pandemia, que parece cargada de lecciones, con las imágenes amigables de lobos marinos, pingüinos y zorros paseando por las calles y las monstruosas de policías apaleando transeúntes y empresarios despidiendo y aumentando.
Mientras tanto, los medios hegemónicos trasladan sus cámaras a los lugares donde falta la comida en reclamo de la ayuda del Estado para denostar, dentro de unos días “a los vagos que cobran sin trabajar”; sus serviles periodistas claman por la voz de Cristina para después exigir que “se calle de una vez”; más preocupados por las ganancias de sus anunciantes que por la salud de los argentinos, hacen lobby para que termine el aislamiento; pero lo peor que hacen es calificar la propuesta para los acreedores extranjeros como “agresiva”, como si les importara más el triunfo de los especuladores que la recuperación del país. En realidad, sí, porque sus propietarios son bonistas que operan para succionar una vez más los recursos nacionales, como han hecho siempre con las crisis de deuda provocadas por ellos mismos.
Pero no son los únicos que nos quieren estafar una vez más: detrás de la deuda se esconden muchos timberos que formaron parte del gobierno anterior. Macri, Dujovne y Caputo, entre otros, son los que estuvieron en los dos lados del mostrador como funcionarios presurosos de tomar deuda “para el crecimiento” de la economía y como prestamistas que ganarán fortunas con los créditos pedidos. Una ecuación nociva: los PRO nos endeudaron para fugar y después reclamar por el pago de los vencimientos.
Por eso la propuesta del presidente Alberto Fernández es demasiado generosa, contra todos los cuestionamientos que ha recibido: una quita de capital de apenas 5,4 por ciento, un fuerte recorte de intereses de 62 por ciento y tres años de gracia. Demasiado para estos destructores globales que ganan fortunas sin producir nada más que desigualdad. El FMI -de acuerdo a lo que adelantó el ministro de Economía, Martín Guzman- también recibirá una propuesta similar por la monumental deuda que tomó Macri, que no sirvió más que para alimentar el mercado especulativo. Por primera vez en nuestra historia, esta deuda deberían pagarla los que la contrajeron, pues debería considerarse ilegítima. Pero para esto, el presidente necesita superar con éxito la pandemia para después encarar la recuperación económica del país, no sólo con el crecimiento del PBI, sino también con una redistribución progresiva del ingreso. Si logra estos dos objetivos, podrá atender los entuertos de la deuda no para incrementar las arcas de ese puñado de depredadores sino en beneficio de todos.

martes, 14 de abril de 2020

La sedición de una minoría


Más de 40 mil personas han sido sancionadas por incumplir el aislamiento dispuesto desde el 20 de marzo por la pandemia de coronavirus. Algunos por algún descuido y muchos por provocaciones inadmisibles, pues se graban incumpliendo y después comparten el producto de su travesura en las redes. Sólo falta que después caceroleen para que los políticos se bajen los sueldos o digan ante una elección que todos los candidatos son iguales para ser calificados como idiotas convencidos. Idiota en el sentido griego, como sinónimo de egoísta, una persona que sólo piensa en sí misma, ya sea por pasear en bicicleta como un turista o visitar al amante en el baúl de un taxi. Encima, se ufanan de ser tan egoístas: toman como valor ser idiotas con énfasis.
Algunos asumen muy en serio el desafío, como el teniente coronel retirado, Alberto Aquilino Ortega que propuso “incitar a la población” para liberarse de un “régimen estatista, totalitario, comunista, maoísta, subversivo e hijo de re mil…”. Aunque parezca mentira, todavía quedan tipos así, no sólo golpistas sino convencidos de que el del Alberto es un gobierno como el que describe. Alucinados, además de irreflexivos. Impunes, además de poderosos, no por ellos mismos, sino por los que mueven sus hilos. Un granito para la montaña de arena con que el establishment quiere sepultar al oficialismo.
Muchos se preguntarán por qué, si el gobierno del Frente de Todes no es estatista, totalitario, comunista, maoísta, subversivo ni nada parecido. Al contrario, aunque el presidente se muestra enojado con ciertos sectores de la economía concentrada, no ha transformado en medidas inmediatas ese enojo, como debería haber hecho con muchos que se abusan de la insólita y dramática situación que estamos protagonizando. Lo único que están debatiendo es un proyecto de ley para rasguñar un poquito las fortunas más voluminosas del país por única vez. Un aporte excepcional de los que nos han robado siempre. Y ni siquiera eso soportan los que se creen dueños de todo… Hasta de nuestras vidas, porque ahora que ven disminuidas sus abultadas recaudaciones, están clamando por un levantamiento de la cuarentena, sin medir el impacto sanitario que eso puede producir en la población.
El vocero de esa postura es, como no podría ser de otra manera, el ex Gerente de La Rosada SA –el placer se renueva cuando lo llamamos ‘ex’- Mauricio Macri, que se reunió virtualmente con algunos de sus infames seguidores para sugerir “una flexibilización de las restricciones”. Esa palabra usó: flexibilización, a pesar de lo que connota en su ideario. Claro, manifestó su mayor preocupación: las consecuencias económicas “que vienen teniendo”. Y finalmente, protestó porque el canciller Felipe Solá se preguntó “qué hubiera pasado con Macri frente a esta pandemia”. Entonces, los PRO –caraduras como son- reclamaron "no echar culpas con miradas sesgadas del pasado". Muy hipócritas, porque ellos se pasaron cuatro años declamando el verso de la Pesada Herencia y ahora exigen un indulto al peor gobierno de la historia desde la vuelta a la democracia.
No sólo Felipe Solá, sino millones de argentines imaginamos nuestra vida si siguiera gobernando el Ingeniero; lo que sería nuestra salud si un miserable como él tomara decisiones; un angurriento como él amparando a sus pares multimillonarios por el precio de las cosas; un evasor, explotador y fugador como él al mando de un país en emergencia sanitaria. Si él hubiera continuado en la presidencia seríamos un anti ejemplo, como Trump, Bolsonaro y muchos más que actuaron como hubiera actuado el Buen Mauricio.
Muy cínicos, como siempre, piden “al Gobierno Nacional que cesen las agresiones de parte de funcionarios o representantes del frente oficialista contra nuestra coaliciónporque “ponen en riesgo el espíritu de colaboración al que estamos comprometidos". Un espíritu de colaboración que acciona a sus marines en las redes para provocar indignación y desánimo en los distraídos de siempre. Ellos, que ganaron elecciones a fuerza de patrañas y difamaciones, que insultaron al límite con el abuso de poder, que estigmatizaron y demonizaron ante el mínimo chiflido, ahora se enojan por contrafácticos certeros, como imaginar a Macri en la presidencia con este dificultoso escenario. Tan sediciosos como ese milico, como los Braun y su carne podrida, como Coto con su prepotencia mafiosa, como Rocca despidiendo a 1400 trabajadores, como los que nos cobran lo que quieren por lo que necesitamos, como el idiota que se filmó paseando en bicicleta. Todos a favor de una minoría que quiere volver a ser gobierno para dejarnos peor que como estamos.

miércoles, 8 de abril de 2020

Eventos desafortunados


Unos cuantos tropiezos opacan los pasos dados por el gobierno nacional durante esta inesperada cuarentena. El primero –bastante grande- fue la impericia que diseñó el fatídico viernes en que se abrieron los bancos para pagar jubilaciones y asignaciones, sumada a la dificultad de abandonar la cultura colera de muchos conciudadanos. El segundo, la compra de alimentos por parte del ministerio de Desarrollo Social para paliar el hambre que azota a millones de argentinos a un precio excesivo. Dos errores groseros puestos a disposición de la prensa carroñera que comenzó a romper la tregua después de que Alberto Fernández calificara de miserable a Paolo Rocca por el despido de más de 1400 trabajadores de la empresa Techint. La puja entre los sectores concentrados de la Economía –el Poder Real- y las autoridades democráticas amenaza ser mucho más cruenta una vez que superemos el peligro del coronavirus.
Eso ya lo sabemos: el establishment se niega a dejar de ser gobierno, pero eso no implica que aceptemos mansamente su prepotencia. Sus conspiraciones para alterar la vida democrática son constantes y lo único que interesa a sus integrantes es incrementar sus ganancias, pero no hay que facilitar su trabajo con torpezas, contradicciones y agachadas. El viernes pasado, después de dos semanas de restricciones, las autoridades nacionales y bancarias no previeron el amontonamiento de beneficiarios de jubilaciones y asignaciones. Si bien estaba estipulada la asistencia de aquellos que no poseen tarjeta de débito, deberían haber establecido un cronograma para que no que vayan todos un mismo día. Un desorden que brindó un festín para los noteros de los medios agoreros y sin necesidad de manipular los hechos, como están acostumbrados a hacer.
Y por si esto fuera poco, el sobre precio en la compra de alimentos para comedores y merenderos aportó argumentos para apuntalar el prejuicio de que “los K son todos chorros”. Aunque la operación se publicó en el boletín oficial, permitió instalar la idea de la corrupción en parte del electorado que acató sin chistar los negociados de Macri y su pandilla. La renuncia del secretario de Articulación de la Política Social, Gonzalo Calvo y 15 funcionarios dependientes de él, más la firmeza del presidente Fernández al condenar los abusos en los precios pusieron paños fríos al episodio. Más allá de la adecuación de los productos a los precios máximos, el impacto de este “error” será difícil de erradicar.
Porque, en medio de la batalla contra el coronavirus, hay una contienda en ciernes y mucho más cruenta: ¿cómo solventar los montos extra que requiere la emergencia y cómo reactivar el país después de Macri y la pandemia? No sólo acá prolifera el clamor de que sean los más ricos los que tengan que contribuir más y no por simple caridad, sino como devolución de las cifras multimillonarias acrecentadas durante años de especulación, explotación y evasión. Las colectas televisivas pueden servir para levantar el ánimo pero no para recaudar lo que el Estado necesita para enfrentar al coronavirus y la recesión.
Por eso, legisladores oficialistas están elaborando un proyecto de ley –avalado por el presidente- para incrementar los impuestos a las grandes fortunas, medida que afectará a menos del dos por ciento de la población. Y para tranquilizar a los caceroleros, también incluirá a políticos con un patrimonio mayor a los 20 millones de pesos. Seguramente, desde las usinas de estiércol –los medios dominantes- los voceros del Poder Real comenzarán a denostar la iniciativa para defender los intereses de la minoría privilegiada. Hasta dirán que en Argentina se pagan más impuestos que en cualquier país del mundo. Sin embargo, Alemania –no Cuba ni Venezuela- es el cuarto país con mayor presión fiscal de acuerdo a relevamientos de la OCDE, con una carga del 38 por ciento sobre PBI y un impuesto a las ganancias de hasta el 45 por ciento.
La batalla por venir es lograr que los más ricos contribuyan con impuestos e inversiones no por un par de meses, sino para siempre; que no exploten ni flexibilicen a los trabajadores; que no evadan ni fuguen; y que no protesten porque tienen que bajar unos escalones del podio de los multimillonarios globales. En síntesis, que dejen de hacer lo que han hecho siempre. Y un desafío aleatorio es convencer a los que no se verán afectados, porque ya es hora de que entendamos que la riqueza no es el resultado del trabajo tenaz, sino del saqueo constante de los bolsillos de la mayoría.

sábado, 4 de abril de 2020

Un horizonte a la vista


En situaciones dramáticas, siempre queda en evidencia la vileza de muchos individuos, tanto la de miles de anónimos como de los personajes conocidos. Historias tangenciales que se entrecruzan con la trama principal de la pandemia que estamos padeciendo. Por supuesto que estos episodios casi macabros no logran opacar la responsabilidad con que gran parte de la sociedad asumió el aislamiento, pero deben destacarse para señalar a sus soeces protagonistas. Que el diario Clarín narre cómo viven la cuarentena los habitantes de las Islas Malvinas y aplauda la inauguración de un hospital en Londres justo el 2 de abril o que el gobernador Morales haya fletado de La Quiaca a 60 migrantes hacia la CABA debería ubicarlos entre los primeros en la lista.
Mientras los manipulados por los trolls de Marcos Peña Braun cacerolean porque creen que Cristina se llevó barbijos y alcohol en gel para el Calafate, en EEUU faltan esos insumos en hospitales y sanatorios y nadie responsabiliza de eso a la vicepresidenta argentina. Por el contrario, en el Imperio ya están culpando a la dictadura del Mercado por el casi cuarto de millón de muertos que provocará el Covid 19. Los que pontifican sobre las bondades del país del norte se quedan sin argumentos ante una salud privatizada y un Estado ausente que además del riesgo sanitario, deja un tendal de más de 10 millones de personas que tramitaron el seguro de desempleo, sin contar a los inmigrantes sin papeles que, por trabajar de manera irregular no pueden acceder a ese derecho. El coronavirus no hará la revolución, pero la deja servida en bandeja de plata.
En efecto, no es muy difícil concluir que la vida después de la pandemia no será la misma, no sólo por las precauciones que deberemos tomar en nuestra vida cotidiana, sino por la detección de los mezquinos que aprovechan esta crisis para incrementar sus ganancias. Quien no haya advertido hasta ahora que las leyes del Mercado van en contra de los derechos de la mayoría está más distraído que un potus. Que los alimentos y el cuidado de la salud estén en manos de inescrupulosos especuladores es inadmisible si pretendemos que la sociedad sea más justa. Sin embargo, algunos zopencos hacen sonar sus cacerolas para que los políticos bajen sus sueldos y no para que los formadores de precios dejen de expropiar nuestras billeteras.
Pero los caceroleros son incorregibles: con tantos prejuicios que absorben cualquier absurdo para justificarlos, que se suman a cualquier acción –aunque sea incoherente- para propalarlos, que votan a cualquier impresentable para convertirlos en gobierno y que creen que el entramado de prejuicios que enreda sus pensamientos no es ideología sino sentido común; como si el ‘sentido común’ no fuese la ideología de los poderosos convertida en pensar dominante.
Los caceroleros son tan incoherentes que son capaces de aplaudir todas las noches a los profesionales de la salud y a los cinco minutos exigir que abandone el edificio el médico que vive en el piso de abajo; son tan irracionales que dan crédito a los mensajes de wathsapp que confunden úlcera con coronavirus y solidaridad con acoso y expulsión de sospechosos; su indignación es tan selectiva que no reaccionan de la misma manera cuando famosos y poderosos rompen su cuarentena obligatoria por haber estado en el extranjero; ponen emojis enojados a videos de pobres que caminan por la calle y muchas manitas aplaudiendo cuando la policía les dispara pero miran para otro lado cuando un juez absuelve al empresario rosarino, Roberto Dutra, que salió quince veces de su domicilio, a pesar de la orden sanitaria, para atender su negocio gastronómico de casi 300 empleados.
En fin, el cacerolero es como el potus pero con movimiento. Encima, ruidoso. Pero no hay que achacarles toda la responsabilidad a ellos. En parte sí, pero no toda. Ellos están dispuestos a no cambiar, aunque hayan votado por el Cambio y digan “sí, se puede” con énfasis desmedido. Esos individuos, que se creen tan ciudadanos, no son capaces de seleccionar, verificar y evaluar la información que reciben de los que han mentido siempre, de los medios que defienden intereses muy lejanos a los suyos, de los mercenarios de pose periodística que amplifican la voz del Amo. La responsabilidad mayor la tienen esas empresas periodísticas malsanas a las que nadie les pone freno y las operaciones en redes de usuarios falsos bancadas por el establishment, el gobierno en las sombras. En todo caso, después de la cuarentena deberíamos exigir al Gobierno de verdad que comience a desmontar la concentración discursiva que tanto altera la vida democrática. Y después, con el resto de los concentrados.

Un viernes negro

  La fortuna nos dio una chance. El disparo no salió, pero podría haber salido . El feriado del viernes es un casi duelo. La ingrata sorpres...