Como muchos habrán descubierto
después de leer algunos de mis apuntes, formo
parte del 49 por ciento que no votó por el Cambio. Ya sabía lo que iba a
pasar con el país después de la asunción de Macri y no por tener una bola de cristal en el salón de mi casa. Nadie como él puede hacer nada bueno con
los dineros públicos porque nunca lo ha hecho, ni como hijo, empresario,
presidente de club o como alcalde. Menos como presidente. Macri hace lo que siempre ha hecho: estafar al Estado. Y como el
Estado somos todos, todos somos los estafados, hasta los que votaron por él. O casi todos. Unos pocos beneficiados
disfrutan ver cómo se va todo a pique
mientras sus fortunas se multiplican a pasos agigantados.
Durante estos tres años pude
apreciar –junto a muchos- cómo el descontento comenzó a crecer, de a poco, a medida que los pétalos con que habían
camuflado sus nefastas intenciones tendían a despegarse, que la honestidad
que tanto ostentaban es inexistente, que las promesas de campaña quedaban en
poco menos que eso, que los resultados
de las medidas eran tan malos como esperaba. Claro, la protección
mediática, la distracción permanente y el embuste
constante atenuaban el panorama. Y uno –como muchos- quedaba vociferando como un mal perdedor que
busca el pelo en un huevo y que se empecina en ver el vaso medio vacío. Un pesimista que desea que al país le vaya
mal para que las hipótesis queden confirmadas.
Con orgullo lo digo: no me dejé
embaucar por los globitos ni por las promesas de campaña. Ya estoy harto de que hablen de la Pesada Herencia, de La Ruta del Dinero K, de “se llevaron todo”, de “en
esos doce años no se hizo nada”. Estoy
cansado de que los que antes babeaban de rabia por medio punto de inflación hoy miren resignados cómo los precios
succionan, desaforados, sus billeteras. Me bulle la sangre cuando escucho a
alguien decir que ahora hay más libertad
y no se persigue al que piensa distinto. Me sulfura que no se den cuenta de
que hoy se abrazan al swap con China los
mismos que antes lo degradaban a la categoría de “papelitos de colores”. Me
ataca un frenético zapateo rompebaldosas
cuando alguno todavía sostiene que los ricos no roban. ¡Cuánta ingenuidad eso de pensar que con el trabajo honesto y
sacrificado se llega a ser hípermillonario!
Esto les debe pasar a muchos que
nunca se dejaron encantar o que comenzaron a desencantarse a poco de andar la Revolución de la Alegría. Incluso dejando de lado las desmentidas de
la corrupción kirchnerista, los PRO pierden por goleada en todo. Salvo para
el que vive en una muestra gratis de mayonesa, la caída del consumo, la pérdida
del poder adquisitivo, el crecimiento de la pobreza, el cierre de negocios y el
aumento del desempleo son tan evidentes
que no pueden taparse ni con cincuenta tapas de Clarín. Sin embargo, los
ánimos están contenidos hasta en muchos de los afectados. Algo se cocina en la base de la pirámide, pero a fuego muy lento.
En
el umbral del fascismo
El recurso del contrafáctico es
tentador, pero es sólo una especulación.
Aunque uno intuya que con el otro candidato las cosas no hubieran ido tan mal,
no hay pruebas para confirmarlo. Ni a
favor o en contra, porque no fue. Al menos, uno puede sospechar que el
equipo de Daniel Scioli no hubiera
tenido el cinismo y la maldad que porta la Banda del Ingeniero. Del primero
al último, los funcionarios amarillos despliegan torpeza, ignorancia, burla y, sobre todo, una intención malsana. Con
escuchar más de dos minutos de sus explicaciones en cualquiera de sus
apariciones públicas alcanza para
desterrar a todos de la función pública.
El desaliento aflora cuando se
siente la tibieza de la reacción en
las escenas cotidianas. Apenas una queja susurrada, cuanto mucho. Que el empresidente Macri dé lecciones de ética
con todos sus chanchullos a cuesta
debería, al menos, alimentar el recelo. Sin embargo, algunos transeúntes todavía manifiestan su confianza hacia semejante
filibustero. Ni siquiera las monstruosas contradicciones que se producen
casi al instante inspiran algún
comentario en contra. Unos días atrás, el tipo recitó diatribas contra los
barrabravas y después, el más emblemático –Rafael Di Zeo- arma una procesión
para acompañar a los jugadores de Boca hasta el aeropuerto. Aunque las fotos abundan, el buen Mauricio guarda silencio.
Total, sabe que su núcleo duro tiene
memoria corta, le perdona cualquier cosa o disfruta del juego discursivo del Gran Equipo: declamar conceptos
infundados, pontificar sobre lo que no
saben, afirmar que dicen la verdad aunque
estén mintiendo a cuatro voces y dibujar la realidad para seguir embaucando al público cautivo.
Ejemplos hay miles, no sólo del cabecilla de esta patota sino
también de sus cómplices. Casi todos –por el beneficio de la duda- son ineptos para estar donde están y
ostentan esa ineptitud porque saben que una
parte importante de la sociedad parece narcotizada. Hasta el ministro Dujovne
se sorprende porque no hay multitudes
exigiendo el desalojo, como debería ser. Por eso no entiendo nada y estoy a punto de ebullición.
Pero lo peor es que muchos
iguales acepten el exterminio como solución
a todos los problemas: que la pobreza se reduce matando pobres, la
delincuencia, baleando delincuentes y las protestas, reprimiendo manifestantes
y plantando infiltrados. En verdad, irrita tener que contar el argumento de una película vista hasta el cansancio. Encima,
esos que adhieren a la resolución 956/18 me miran con asombro cuando les digo
que “cualquier
vida vale más que el mejor celular”.
Esta licencia para matar que
vomitó Patricia Bullrich es anti
constitucional, no sólo por su contenido, sino –sobre todo- por su procedimiento.
Ya ni me escuchan cuando les digo que el presidente no tiene la potestad de modificar una norma penal por decreto porque
piensan que lo que digo es una excusa K
y, por tanto, estoy a favor de los
delincuentes. Si no puede el presidente, menos una ministra que está puesta a dedo y no por voluntad
popular.
La calificación de ‘inconstitucional’ no hace mella en el desprecio que destilan hacia los rateros.
Tampoco aclarar que nuestra Constitución
no contempla la pena de muerte y que la ejecución in situ y por las dudas no se aproxima ni a una parodia de justicia. La posibilidad de un error tampoco
conmueve el lema “hay que matar a todos
los chorros”, aunque en el revoltijo pueda caer cualquiera. Cualquiera no,
porque no tienen en la mira a los
empresarios que nos chorean todos los
días con sobreprecios y evasión impositiva. El enemigo es siempre el que está más cerca y no el que
verdaderamente más daño nos hace. Pero a esta altura de la explicación, el oyente cierra sus oídos y dibuja en su
rostro una mueca de misericordia, cuando no una de asco.
Por eso uno está un poco podrido.
Que el nuevo producto electoral, “mano
justa” embelese más que cualquier
argumento legal o humanitario desalienta al más empedernido argumentador. Y
que este demagógico adefesio logre tapar los dramas que viven a diario millones
de argentinos y más aún, inclinar las
urnas hacia una continuidad del saqueo que estamos padeciendo, enmudece la
más lúcida oratoria. A veces me ataca el
desaliento, pero me repongo enseguida. “¿Para
quién canto yo entonces?”, preguntaba una canción de Sui Generis. Hay días que tengo ganas de no escribir más, pero las convicciones pueden más que el desánimo
y atraviesan hasta los muros de las más obcecadas orejas.
Lo felicito por el empeño y la constancia de no darse por vencido ante tanta adversidad. Creo que muchos hemos caído en esa indiferencia, porque nos damos cuenta que estamos ante una maquinaria que es casi imposible oponerse. Pero es así hay que seguir batallando en todos los frentes sin decaer ni desanimarse. Tratando de encontrar soluciones para los grandes desafíos que se harán presentes en el futuro. Gracias por el esfuerzo intelectual que no es poco en estos tiempos.
ResponderBorrarAsí es. Este gobierno atroz no puede seguir adelante porque nos está destruyendo, pero muchos tienen miedo de quedar pegados con el modelo anterior. O no quieren reconocer cuánto se han equivocado. Abrazo enorme
BorrarMe gusta lo que escribes y describes. Comparto tus argumentos y pensamientos.
ResponderBorrarMuchas gracias y me complace la coincidencia. Abrazo enorme
BorrarY lo peor, Gustavo, no está en ese 49 que no votó esta porquería, sino en ese 51 que sí la votó a sabiendas del personaje, de su ineptitud y corrupción, eligieron - aún eligen - hacerse los distraídos con la caja de andora que abrieron. El único consuelo es que algunos van descubriendo el pudor ante la magnitud del desastre - propio desastre para más de uno - y así nos ahorran los desvaríos con que solían adornar su opción por la porquería amarilla. En fin, es poco pero quizás suficiente para finalmente deshacernos de esta banda de malandras incompetentes.
ResponderBorrarEn mi caso, solía decir cosechando desagrados que votar a la mona Chita era mejor opción que al virrey - hoy delegado efemeísta - aparte de màs simpática, la mona es menos, mucho menos, dañina que el quetejedi.... ahora sigo diciendo lo mismo y antes que desagrado, cosecho silencio.... queda feo decirlo pero, no deja de haber un perverso disfrute de ese silencio.... quisieran pero no tienen con qué retrucar. Quizás con el tiempo - y con doña malbec y sus rambos pudriendo todo, se aviven de lo cara y peligrosa que es la estupidez electoral... pero bueno, en una de ésas la paciencia, la persistrncia, sirvan como sinónimo de convicciones en otros países posibles, para no quedarnos en simplemente contrarios a la porquería, que además de poco sería peor, insuficiente.
El silencio es la única respuesta porque no tienen un solo logro para enumerar, si no todo lo contrario. El fracaso y la humillación es lo único que cosechan los que votaron por esta infamia y no pertenecen al círculo de los privilegiados. Abrazo enorme y muchas gracias por estar siempre apoyando mis apuntes con tus comentarios.
BorrarExcelente Gustavo. Es lo que sentimos muchos. Es rabia, impotencia, desencanto de nuestros propios connacionales, y hasta de todo el género humano. Es una bronca sin destinatario fijo, porque cuando vemos a los que no pueden razonar, y vemos cómo el poder habla a través de ellos, casi que nos inspiran lástima y desazón por su falta de herramientas para enfrentarse a este bruto mundo, y cuando vemos a los manipuladores, brutos también, fríos, ignorantes de muchas cosas, pero muy eficaces, casi hasta habría una maquiavélica admiración, por el buen manejo de las herramientas que sofistican hasta tan alto grado la mentira y el cinismo. Entonces aquí quedamos, huérfanos de ilusión, mirándonos entre nosotros como no entendiendo cómo es posible que esto pase, cuál es la fuerza oculta maligna que logra mover los hilos tan visibles de la falsificación de la realidad. Quizás, sabiendo que esto nos pasa a muchos, nos miremos, nos reconozcamos, y podamos imaginar que la ignominia tiene fin.
ResponderBorrarClaro, Gustavo, lo que han vulnerado es la ilusión, la esperanza y lo único que dejan es la resignación, el desconcierto, la bronca. Y lo peor es cierta impotencia, porque los poderosos son cada vez más poderosos y nosotros -que podemos ser más poderosos- estamos desperdigados. Tiempos bravos se vienen, de mucha discusión, de mucho enojo y, sobre todo, de mucho trabajo discursivo. No podemos confiar en milagros, sino en la lucha cotidiana y en la suma de voluntades. Abrazo enorme
Borrarexcelente estimado Gustavo comparto tu sentir y vuelvo a compartir!-abrazos
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