sábado, 4 de abril de 2020

Un horizonte a la vista


En situaciones dramáticas, siempre queda en evidencia la vileza de muchos individuos, tanto la de miles de anónimos como de los personajes conocidos. Historias tangenciales que se entrecruzan con la trama principal de la pandemia que estamos padeciendo. Por supuesto que estos episodios casi macabros no logran opacar la responsabilidad con que gran parte de la sociedad asumió el aislamiento, pero deben destacarse para señalar a sus soeces protagonistas. Que el diario Clarín narre cómo viven la cuarentena los habitantes de las Islas Malvinas y aplauda la inauguración de un hospital en Londres justo el 2 de abril o que el gobernador Morales haya fletado de La Quiaca a 60 migrantes hacia la CABA debería ubicarlos entre los primeros en la lista.
Mientras los manipulados por los trolls de Marcos Peña Braun cacerolean porque creen que Cristina se llevó barbijos y alcohol en gel para el Calafate, en EEUU faltan esos insumos en hospitales y sanatorios y nadie responsabiliza de eso a la vicepresidenta argentina. Por el contrario, en el Imperio ya están culpando a la dictadura del Mercado por el casi cuarto de millón de muertos que provocará el Covid 19. Los que pontifican sobre las bondades del país del norte se quedan sin argumentos ante una salud privatizada y un Estado ausente que además del riesgo sanitario, deja un tendal de más de 10 millones de personas que tramitaron el seguro de desempleo, sin contar a los inmigrantes sin papeles que, por trabajar de manera irregular no pueden acceder a ese derecho. El coronavirus no hará la revolución, pero la deja servida en bandeja de plata.
En efecto, no es muy difícil concluir que la vida después de la pandemia no será la misma, no sólo por las precauciones que deberemos tomar en nuestra vida cotidiana, sino por la detección de los mezquinos que aprovechan esta crisis para incrementar sus ganancias. Quien no haya advertido hasta ahora que las leyes del Mercado van en contra de los derechos de la mayoría está más distraído que un potus. Que los alimentos y el cuidado de la salud estén en manos de inescrupulosos especuladores es inadmisible si pretendemos que la sociedad sea más justa. Sin embargo, algunos zopencos hacen sonar sus cacerolas para que los políticos bajen sus sueldos y no para que los formadores de precios dejen de expropiar nuestras billeteras.
Pero los caceroleros son incorregibles: con tantos prejuicios que absorben cualquier absurdo para justificarlos, que se suman a cualquier acción –aunque sea incoherente- para propalarlos, que votan a cualquier impresentable para convertirlos en gobierno y que creen que el entramado de prejuicios que enreda sus pensamientos no es ideología sino sentido común; como si el ‘sentido común’ no fuese la ideología de los poderosos convertida en pensar dominante.
Los caceroleros son tan incoherentes que son capaces de aplaudir todas las noches a los profesionales de la salud y a los cinco minutos exigir que abandone el edificio el médico que vive en el piso de abajo; son tan irracionales que dan crédito a los mensajes de wathsapp que confunden úlcera con coronavirus y solidaridad con acoso y expulsión de sospechosos; su indignación es tan selectiva que no reaccionan de la misma manera cuando famosos y poderosos rompen su cuarentena obligatoria por haber estado en el extranjero; ponen emojis enojados a videos de pobres que caminan por la calle y muchas manitas aplaudiendo cuando la policía les dispara pero miran para otro lado cuando un juez absuelve al empresario rosarino, Roberto Dutra, que salió quince veces de su domicilio, a pesar de la orden sanitaria, para atender su negocio gastronómico de casi 300 empleados.
En fin, el cacerolero es como el potus pero con movimiento. Encima, ruidoso. Pero no hay que achacarles toda la responsabilidad a ellos. En parte sí, pero no toda. Ellos están dispuestos a no cambiar, aunque hayan votado por el Cambio y digan “sí, se puede” con énfasis desmedido. Esos individuos, que se creen tan ciudadanos, no son capaces de seleccionar, verificar y evaluar la información que reciben de los que han mentido siempre, de los medios que defienden intereses muy lejanos a los suyos, de los mercenarios de pose periodística que amplifican la voz del Amo. La responsabilidad mayor la tienen esas empresas periodísticas malsanas a las que nadie les pone freno y las operaciones en redes de usuarios falsos bancadas por el establishment, el gobierno en las sombras. En todo caso, después de la cuarentena deberíamos exigir al Gobierno de verdad que comience a desmontar la concentración discursiva que tanto altera la vida democrática. Y después, con el resto de los concentrados.

1 comentario:

  1. ¿Después de la cuarentena?,¿para qué esperar?....ahora ¡ya!....son infinitamente mas dañinos...y letales....que cualquier miserable virus.

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