En situaciones dramáticas,
siempre queda en evidencia la vileza de
muchos individuos, tanto la de miles de anónimos como de los personajes
conocidos. Historias tangenciales que se entrecruzan con la trama principal de
la pandemia que estamos padeciendo. Por supuesto que estos episodios casi macabros no logran opacar la responsabilidad con
que gran parte de la sociedad asumió el aislamiento, pero deben destacarse para
señalar a sus soeces protagonistas.
Que el diario Clarín narre cómo viven la
cuarentena los habitantes de las Islas Malvinas y aplauda la inauguración
de un hospital en Londres justo el 2 de
abril o que el gobernador Morales haya fletado de La Quiaca a 60 migrantes
hacia la CABA debería ubicarlos entre los primeros en la lista.
Mientras los manipulados por los
trolls de Marcos Peña Braun cacerolean porque creen que Cristina se llevó barbijos y alcohol en gel para el Calafate, en
EEUU faltan esos insumos en hospitales y sanatorios y nadie responsabiliza de eso a la vicepresidenta argentina. Por el
contrario, en el Imperio ya están culpando a la dictadura del Mercado por el casi cuarto de millón de muertos que
provocará el Covid 19. Los que pontifican sobre las bondades del país del norte
se quedan sin argumentos ante una salud
privatizada y un Estado ausente que además del riesgo sanitario, deja un
tendal de más de 10 millones de personas
que tramitaron el seguro de desempleo, sin contar a los inmigrantes sin
papeles que, por trabajar de manera irregular no pueden acceder a ese derecho. El coronavirus no hará la revolución,
pero la deja servida en bandeja de plata.
En efecto, no es muy difícil
concluir que la vida después de la
pandemia no será la misma, no sólo por las precauciones que deberemos tomar
en nuestra vida cotidiana, sino por la
detección de los mezquinos que aprovechan esta crisis para incrementar sus
ganancias. Quien no haya advertido hasta ahora que las leyes del Mercado van en
contra de los derechos de la mayoría está más distraído que un potus. Que
los alimentos y el cuidado de la salud estén en manos de inescrupulosos especuladores es inadmisible si pretendemos que la
sociedad sea más justa. Sin embargo, algunos zopencos hacen sonar sus cacerolas
para que los políticos bajen sus sueldos y no
para que los formadores de precios dejen de expropiar nuestras billeteras.
Pero los caceroleros son
incorregibles: con tantos prejuicios que absorben
cualquier absurdo para justificarlos, que se suman a cualquier acción –aunque sea incoherente- para
propalarlos, que votan a cualquier impresentable para convertirlos en gobierno y que creen que el entramado de prejuicios
que enreda sus pensamientos no es
ideología sino sentido común; como si el ‘sentido común’ no fuese la ideología de los poderosos convertida en
pensar dominante.
Los caceroleros son tan
incoherentes que son capaces de aplaudir todas las noches a los profesionales
de la salud y a los cinco minutos exigir
que abandone el edificio el médico que vive en el piso de abajo; son tan
irracionales que dan crédito a los mensajes de wathsapp que confunden úlcera con coronavirus y
solidaridad con acoso y expulsión de sospechosos; su indignación es tan
selectiva que no reaccionan de la misma manera cuando famosos y poderosos rompen su cuarentena obligatoria por
haber estado en el extranjero; ponen emojis enojados a videos de pobres que
caminan por la calle y muchas manitas
aplaudiendo cuando la policía les dispara pero miran para otro lado cuando
un juez absuelve al empresario rosarino, Roberto Dutra, que salió quince veces de su domicilio, a pesar
de la orden sanitaria, para atender su negocio
gastronómico de casi 300 empleados.
En fin, el cacerolero es como el potus pero con movimiento.
Encima, ruidoso. Pero no hay que achacarles toda la responsabilidad a ellos. En parte sí, pero no toda. Ellos están
dispuestos a no cambiar, aunque hayan
votado por el Cambio y digan “sí, se
puede” con énfasis desmedido. Esos individuos, que se creen tan
ciudadanos, no son capaces de seleccionar,
verificar y evaluar la información que reciben de los que han mentido siempre, de
los medios que defienden intereses muy
lejanos a los suyos, de los mercenarios de pose periodística que amplifican la voz del Amo. La
responsabilidad mayor la tienen esas empresas
periodísticas malsanas a las que nadie les pone freno y las operaciones en
redes de usuarios falsos bancadas por el establishment, el gobierno en las sombras.
En todo caso, después de la cuarentena deberíamos exigir al Gobierno de verdad
que comience a desmontar la
concentración discursiva que tanto altera la vida democrática. Y después,
con el resto de los concentrados.
¿Después de la cuarentena?,¿para qué esperar?....ahora ¡ya!....son infinitamente mas dañinos...y letales....que cualquier miserable virus.
ResponderBorrar