Aunque dejó de ser un secreto
desde unos días atrás, el Presidente lo convirtió en noticia: a pesar de las presiones mafiosas de los
grandes empresarios y los medios de comunicación concentrados, el
aislamiento se prolongará hasta después de Semana Santa. Las medidas tomadas
por el gobierno nacional de cierre de fronteras y aislamiento ciudadano son tomadas como ejemplo en muchos países.
Por supuesto, menos en Brasil cuyo mandatario, el inefable Jair Bolsonaro, alienta romper la cuarentena y asegura que
los templos evangélicos cumplen un rol tan importante como hospitales y
sanatorios. Un bruto histórico que debería avergonzar con énfasis a los brasileros que lo votaron. Pero no es
el único caso de irresponsabilidad en
esta crisis sanitaria.
Los defensores y voceros de eso
que se conoce como el Mercado están comenzando a alterar el consenso a la cuarentena simplemente porque sus ganancias
son un poco menores a lo que pretenden. Las redes sociales se hicieron eco
de un hashtag malintencionado que circuló durante el fin de semana
contra sueldos de políticos y funcionarios del Estado, que se reforzó después del mensaje presidencial de la noche del domingo.
No molestó tanto la extensión de la cuarentena sino el consejo de Alberto hacia las
grandes empresas por su afán aumentador y despedidor. Al día siguiente, durante
una entrevista radial, como si le estuviera hablando al propio Paolo Rocca –cuya
empresa intentó despedir a más de 1400
empleados por una semana de baja de la actividad- Fernández lo dejó en
evidencia: “has ganado tanta plata en tu vida, tenés una fortuna que te pone
entre los más millonarios del mundo; hermano, esta vez colaborá, y hacelo
con los que hicieron grande a tu empresa, con los trabajadores”. No es para menos: Techint es la acerera más
rica del país y su titular está en la lista de los más ricos del mundo.
Por eso indigna que despida trabajadores porque las obras a su cargo han
sido canceladas por la emergencia sanitaria.
Pero
más indigna aún que algunos individuos se hayan dejado llevar por la mirada
economicista de los medios concentrados, plagado de mercenarios
disfrazados de periodistas que se muestran preocupados por las ganancias de
sus anunciantes. Esos mismos serviles del establishment que impulsaron la
presidencia de Macri y callaron durante cuatro años sus atrocidades. Y esos
individuos que hicieron un vergonzoso silencio durante el ruidazo contra los
femicidios y que aplauden todas las noches a los agentes de salud, el lunes
a la noche cacerolearon desde balcones y terrazas por primera vez contra el
gobierno que asumió hace algo más de tres meses. Idiotas útiles que
escuchan a esa cloaca radial y televisiva que sólo impulsa la disolución de
un Estado que afronta la crisis de manera cauta y responsable para cuidar a sus
ciudadanos. En ese cacerolazo se concentra toda la bronca contenida porque el
peor presidente de la historia –Macri, por supuesto- perdió las elecciones.
En esa protesta encerrada de fin de marzo se sintetiza la ignorancia de los
que se dejan llevar de la nariz por manipuladores de cuarta. La
antipolítica vuelve a amenazar la salida del pozo en que nos dejó la
Revolución de la Alegría más la novedad del coronavirus.
Los
antipolíticos son aquellos personajes que encontramos por las calles, que mascullan
las incoherencias que asimilan de las usinas de estiércol que consumen, que
“nos están robando lo que pagamos de
impuestos”, que “hay vagos que cobran
planes”, que aceptan sumisos los bestiales incrementos que padecen
en sus compras, que rompen la cuarentena como rebelión al gobierno populista.
En este río revuelto de la antipolítica ganan los de siempre, los
especuladores y fugadores, un puñado de tránsfugas que, hasta en estos
dramáticos momentos, no paran de ganar fortunas. Y perdemos, también como
siempre, todos los demás, hasta los que se suman a los cacerolazos
destituyentes con la convicción de que van a pasar a la historia como
ciudadanos ejemplares.
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