El
Día de la Memoria sin marcha por primera
vez en décadas. Sin marcha pero con
la memoria intacta. Con manifestaciones virtuales, pañuelos blancos en
balcones y ventanas, aplausos y cantos
desde el aislamiento. Un 24 de marzo con calles vacías. La pandemia nos
induce a buscar otras formas de estar
presentes en una fecha como ésta: el
compromiso también es creatividad. Mientras los genocidas toman como excusa
el coronavirus para salir de las
cárceles, el clamor Memoria, Verdad,
Justicia los deja bien adentro. La conciencia se construye con paciencia y
se manifiesta en cualquier circunstancia. En tiempos de cuarentena, esto se ve con mayor claridad. Mientras
gran parte de los ciudadanos nos guardamos
para evitar el contagio y la propagación del Covid 19, los individualistas siguen haciendo de las suyas.
Si
no es un empresario rosarino que sale en
su yate para pasarla bien con una joven, será otro irresponsable que encierra a la empleada en el baúl de su
coche para no estar sin servicio doméstico. O serán familias que eludieron controles y advertencias para
pasar el finde largo en la costa. Pero las fuerzas de seguridad se ensañan con un muchacho que salió a
comprar una pavada. ¿Qué habría que hacer entonces con Ricardo Bussi –apellido
oscuro de la historia-, que aunque padece coronavirus, siguió con su vida normal contagiando a muchos tucumanos? Y lo
peor, en muchos sentidos, es legislador.
En casos así, el castigo debería ser muy
severo porque los que son como él tienen
todo para cumplir las normas y, a pesar de ello, no lo hacen. ¿No deberían
perder, si no los bienes, el prestigio del
que gozan, como el navegante Gustavo
Nardelli que, además de ser directivo de
la estafadora Vicentín, es presidente de la Terminal Puerto Rosario?
Estos
tipos tienen con qué pasar bien una
cuarentena: viven en casas o departamentos con muchas habitaciones y
además, el dinero suficiente para todos
los bienes y servicios. Pero el estigma de que son hombres de bien hace que los
uniformados los traten como a señores, a pesar de estar desatendiendo las
medidas sanitarias: no hay palos ni
amenazas si ven a Hernán Lombardi paseando en Pinamar o a Luis Novaresio
haciendo ejercicios pero sí hay
prepotencia para un joven con gorrita que salió a dar una vuelta para
escapar un rato del hacinamiento en el
que vive.
Este
mal trance de la pandemia debe servir no
sólo para cuidarnos ahora, sino por siempre. A cuidarnos no sólo del virus
temporal que amenaza con hacer estragos, sino de los permanentes que son los que provocan la peor enfermedad de una
sociedad: la desigualdad. A esos que se creen pícaros porque se fueron al extranjero cuando comenzaron las
restricciones, que ponen los precios más
allá de lo que valen los productos que venden, que ostentan impunidad
valiéndose de sus privilegios inmerecidos, deberemos
reconvertirlos de individuos egoístas a ciudadanos integrados y comprometidos.
Y si no nos sale, deberemos pensar qué
hacemos con ellos para que no sigan dañando el conjunto con sus conductas a
contramano de la comunidad que necesitamos construir.
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