El
presidente Fernández marcó el rumbo y por lo que parece, bastante distinto
que el anterior, con todo lo que eso significa. Durante los cuatro años del
despreciable macrismo, los que más tienen se acostumbraron a un
gobierno que hacía todo para que tengan más, a costa de succionar recursos
del resto de la sociedad. Revertir el hábito de esos pocos llevará tiempo y
energía, pero, sobre todo mucha saliva para convencer a los colonizados que
no entienden mucho pero opinan demasiado. Como escribió el premio Nobel de
Economía, Paul Krugman “todo el mundo tiene derecho a tener su propia
opinión pero no sus propios hechos”. Frase fácil de entender para los que estamos habituados a desechar las
mentiras mediáticas, pero incomprensible para los que toman como ‘palabra
santa’ las patrañas sin sustento que alimentan a diario sus intolerables
prejuicios.
Quien
no entienda que la Revolución de la Alegría fue una estafa, que todo estaba
pergeñado para favorecer aún más a los privilegiados, que lo único que se
ejecutó con eficacia fue el plan de negocios de Macri y sus amigotes, que
la lluvia de inversiones sólo fue una inundación de especuladores… quien
no acuerde con todo esto es porque está mal informado o actúa de mala fe.
Quien hoy, apenas ochenta días de iniciado el nuevo gobierno, ya hace sonar sus
tambores de guerra -y no porque esté en el fondo del pozo- es un manipulado
o tiene intenciones malsanas.
Claro que Fernández no es un revolucionario sino apenas
un reformista que, además, tiene una impronta conciliadora. Si nos
embarcamos con firmeza en el rumbo señalado en la apertura de sesiones
ordinarias del Congreso, no hay lugar para una conciliación con los que
expoliaron nuestra economía gracias a las medidas del Ingeniero y su Gran
Equipo. Si el propio presidente admite que las tarifas de gas y electricidad
aumentaron entre 2000 y 3000 por ciento, no puede haber sonrisas para los empresarios
beneficiados. Y nada de revisar el cuadro tarifario: tienen que bajar
esas cifras astronómicas y devolver lo que cobraron de más. Si está
demostrado que la empresa Vicentín recibió un crédito espurio del Banco Nación
de más de 18000 pesos con la complicidad de Javier González Fraga y el
propio Macri y, en lugar de pagarlo, se declara en quiebra: expropiación
urgente y sin poner un centavo. Y que los que concedieron el crédito lo
devuelvan al Estado de su bolsillo. ¿Acaso saldremos de la crisis intercambiando
sonrisas con estos estafadores?
Sonrisas
que sobran
Cuando el presidente anunció la suspensión de la
fórmula de movilidad jubilatoria impuesta por el macrismo, el establishment
mediático salió a clamar contra las jubilaciones de privilegio. Cuando se
puso esa discusión sobre la mesa, esos mismos medios comenzaron a defender a
los pobres jueces que verán recortados sus suculentos haberes. Hasta
vomitaron el argumento de que nos podíamos quedar sin jueces. No es mal
negocio, en verdad, que la purga judicial se produzca por angurria y no por
control de calidad. ¿De qué sirven magistrados que ponen la Justicia a
disposición del Poder Real para proteger sus nocivos intereses o que practiquen
una persecución feroz para ejecutar la venganza de los Macri o los Magneto?
Las sonrisas sobran si queremos un país más
equitativo o, en todo caso, menos cruento. Un episodio menor –y hasta
simpático- ocurrió la semana pasada en el Senado durante la aprobación de la
Ley de Góndolas. El senador por Santa Cruz, Eduardo Costa, dueño de la
cadena de supermercados Hipertehuelche, se abstuvo de votar. CFK, presidenta
del Senado, murmuró un irónico “claro, ya me imaginaba” al dar a conocer
esto. Lógico, ¿para qué va a ocupar su banca un tipo como él si no es para
proteger sus negocios? ¿No es erróneo que uno de los hombres más ricos del
país juegue a ser representante de los intereses de todos? ¿Cómo va a
votar a favor de una ley que ponga en cuestión la manera en que tipos como
él se enriquecen a costa de expoliar a los consumidores, si en los últimos
años su patrimonio se triplicó gracias a eso? La anomalía no está en su
abstención, sino en que ocupe ese lugar.
Lo extraño es que muchas de sus víctimas lo hayan
votado. O peor: que justifiquen su enriquecimiento vil; que aplaudan a
sus opresores; que coincidan con los desigualadores; que simpaticen con
los que especulan con los alimentos. Que estén dispuestos a ser el Campo otra
vez, ahora que vuelve a debatirse sobre las famosas retenciones. ¡Cuánta
manipulación hay sobre este tema! Y poco se dice del dato que falta: cuánto
ganan los que tanto lloran. Un campo de 200 hectáreas de soja en Santa Fe incrementó
la ganancia en pesos en 870 por ciento desde 2015, casi el triple de la
inflación de estos cuatro años. Este enriquecimiento voraz fue gracias a la
devaluación, la disminución de las retenciones y las bajas salariales alentadas
por Macri y sus secuaces. Y ahora los agrogarcas amenazan con medidas de
fuerza si el presidente decide subir unos puntos el impuesto a las
exportaciones. Si no les conviene, que no exporten; si les afecta la
competitividad, que se dediquen a un cultivo más competitivo; si no
ganan lo que pretenden, que bajen sus pretensiones… Pero que no vengan a
llorar como si les faltara el sustento y si es así, que exhiban sus libros
para demostrar qué tan mal están.
Si el discurso de apertura de las sesiones
ordinarias del Congreso pronunciado por el presidente Fernández es sincero; si
plantea como realidad transformar el sistema judicial; si es verdad que no
pagará la deuda con el hambre del pueblo; si se ve en los hechos que “hay
científicos y no ceos”; si en serio se quiere construir un país para
todos, preparémonos para los conflictos. Nada de esto se puede hacer repartiendo
sonrisitas y conciliando con los peores. Mientras más enojados estén los
miembros del Círculo Rojo, mejor rumbeados estaremos hacia ese país
necesario. No hay que temer al conflicto con los poderosos porque así se
concretan los mejores sueños.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario