No es así, pero parece que el presidente diseña su propia derrota, que será la de la mayoría. Las medidas parecen una versión microscópica de sus anuncios. Sus decisiones buscan más la conciliación que las soluciones. Ya se muestra vencido ante un establishment que no se atreve a enfrentar. El que en campaña anunciaba que no iba a “pagar la deuda con la mesa de los argentinos” permite que los alimentos estén por las nubes. El Poder Real lo tiene acobardado, maniatado, tan enmudecido que ni siquiera se anima a explicar a la ciudadanía qué es lo que está pasando. Las filminas quedaron en el olvido. La debilidad o la flojera que demuestra produce un efecto derrame hacia todos sus funcionarios que se sienten incapaces de enfrentar la crisis con el coraje necesario. Mientras tanto, el PRO y sus secuaces explotan la inacción oficial para desembarcar con el modelo destructivo que ya hemos conocido.
La Guerra contra la Inflación terminó como una aceptación de las reglas de los
especuladores. Ni se le ocurre denunciar cuánto están ganando los
que condenan al hambre a gran parte de los argentinos. Los grandes empresarios
destinan al salario la mitad que siete años atrás y eso se nota. “¿Quién se está quedando con lo que cobraba
un trabajador en 2015?” preguntó Máximo Kirchner en un acto en Merlo. No
hay que indagar mucho para responder: con sólo echar una mirada a las
ganancias empresariales en 2020 y 2021 basta para descubrir a los que se
apropiaron del poder adquisitivo de la mayoría. Y los productores
agropecuarios que inundan las rutas con sus lágrimas de avaricia también
contribuyen al descalabro de los precios: en los tres primeros meses del año más
que duplicaron sus ganancias con la venta de granos. Encima, invocan rayos
y centellas si el Gobierno intenta subir unos puntos las retenciones o
reducir cupos de exportación en beneficio del mercado interno, pero
protestan a los cuatro vientos –o a quichicientos micrófonos- porque no
consiguen el gasoil al precio subsidiado por el Estado que tanto desprecian.
El secretario
de Comercio, Roberto Feletti confesó su impotencia: “milagros uno no hace”, como una forma de reclamar medidas
macroeconómicas en la lucha contra los aumentos desproporcionados de precios.
Como decisión ejemplar, multó a Molino Cañuelas, a la Federación Argentina de
la Industria Molinera y a la Cámara de Industriales Molineros y a la Asociación
de Pequeñas y Medianas Industrias Molineras de la República Argentina “por ejecutar una práctica
horizontal concertada de fijación de precios mínimos
e intercambio de información sensible en el mercado de la molienda de
trigo y la comercialización de harina de trigo en todo el territorio
nacional, afectando el interés económico general del mercado”. Como
no podía ser de otra manera, la Federación Argentina de la Industria Molinera
rechazó con argumentos falaces la millonaria sanción y amenazó con recurrir
a algún juez amigo que patee a veinte años la resolución.
Así, el
oficialismo se deja pisotear. Y no sólo el Ejecutivo, sino también el
Legislativo que, casi sin chistar, empieza a tratar una nueva ley del
Consejo de la Magistratura después de que la Corte Suprema de Justicia declarara
inconstitucional la norma vigente durante 16 años. Un atropello, una
intromisión de poderes, una malversación constitucional. El Círculo Rojo
tiene su poder intacto y sigue condicionando a los proyectos que pretenden
limar sus privilegios, aunque el gobierno del FDT –por ser cada vez
menos de Todos- ni siquiera lo intenta. Abandonar de una vez el
dialoguismo ante tanta prepotencia ayudaría a superar el complejo de inferioridad que el
oficialismo ostenta y así recuperar poder para que no nos sigan pasando por
encima.
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