Veinte años atrás tuvimos un estallido. Recordatorios, imágenes y análisis en casi todos los medios. Unos toman estos hechos con nostalgia, otros con anécdotas y pocos con Memoria. “El día que el Pueblo salió a la calle”, evocan algunos. Una parte del pueblo hambreado y otra, estafada por el sistema bancario. Ambas partes degradadas, como siempre, por la angurria desaforada de unos pocos, que nunca pierden en las crisis. “Que se vayan todos” fue una expresión de hartazgo que sonó por las calles pero no sirve para un análisis político. Esa frase denuncia una decepción y no un pedido de nada. Sólo dos o tres se fueron. Los otros se reciclaron para aparecer ahora como los expertos en lo que hay que hacer. Entonces, aprendimos poco y nada.
El
primero que se fue, Ricardo López Murphy, embestido como diputado, sigue aconsejando las mismas recetas de
recorte que lo eyectaron de su breve ministerio de Economía. María Eugenia Vidal
y Horacio Rodríguez Larreta, que ejercieron
desde el PAMI un sistema mafioso que llevó al suicidio a René Favaloro, consiguieron en la CABA un romance inexplicable.
Patricia Bullrich, la que recortó el
salario de empleados estatales y jubilados, ahora preside el PRO, el partido de los depredadores. Y como
frutilla pútrida de este postre indigesto, Domingo Felipe Cavallo, el doctor Frankenstein que confeccionó el
monstruo de la convertibilidad que terminó en el estallido, ocupa el lugar
de gurú en los medios del establishment reivindicando
el Corralito y dando lecciones de cómo romper todo. “Que se vayan todos”, clamaban en las calles, pero los que se tenían que ir se quedaron para
seguir haciendo daño.
No están solos, por supuesto. Hay rostros
nuevos que los secundan y también tienen
sus historias. Los apuntalan los periodistas comprometidos con el modelo de despojo, disfrazados de objetivos,
serios y veraces desde los medios que se dicen independientes porque tienen
espalda suficiente para no depender de nadie, no por su valentía ni su calidad,
sino por el entramado empresarial e
ilegal que han logrado construir. Nada de esto sería posible si no fuera por
el amparo que brinda un puñado de jueces más
interesados por agradar a los amigos del barrio –el cerrado, por supuesto-
que por hacer cumplir la Constitución, los códigos y las leyes.
Juntos
otra vez –porque así se llaman- para volver
a succionar lo poco que recupere la mayoría. Porque para eso están, para facilitar que unos pocos se queden cada vez
con más. Ahora, por primera vez en nuestra historia, votaron en contra del
presupuesto aunque digan que son una oposición constructiva. Y no lo hicieron porque encontraron
formas mejores de distribución, sino porque quieren obstaculizar cualquier camino que nos lleve al desarrollo con
equidad. A pesar de que esta actitud dificulta el acuerdo con el FMI por la deuda que Ellos tomaron cuando fueron
gobierno, caen bien parados. Hasta están bien posicionados en las encuestas
y son votados en las elecciones. Quizá
los veamos aplaudidos en los esporádicos encuentros públicos.
Veinte
años dicen que es nada, pero parece
mucho. Sobre todo cuando no sacamos las
lecciones necesarias de los capítulos que nos tocaron vivir. Lo peor de la
desmemoria es que se vuelve a tomar el camino
que nos llevó al abismo.
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