El Autor de estos apuntes ha perdido el rumbo y se esfuerza por retomarlo. De la depresión al desafío en pocas líneas. Lo de siempre, cansa. La Calle tiene la palabra.
Después
de 20 días sin escribir, las ideas no se
agolpan en mi cabeza pugnando por salir ni las palabras se atropellan para acomodarse en la página en blanco.
La información acumulada en estos días no
se ordena en argumentos ni sistemáticas conclusiones. El vacío hace
estragos y no es por el precio de la carne. Después de once años de Apuntes
Discontinuos, la discontinuidad está
ganando. No es que no haya nada sobre lo que escribir: Argentina, como cualquier país del mundo, genera
temas en abundancia. Además, es mucho lo que hay que explicar porque los hechos lo necesitan. Quizá, después
del resultado de las elecciones, haya quedado la sensación de que cualquier explicación es en vano; que
los de un lado no las necesitan y los del otro las desdeñan. Como se preguntaba
Charly García en una canción de Sui Generis, “¿para quién canto yo entonces?”.
La
deconstrucción de las operaciones mediáticas no altera el entendimiento de los que creen en ellas. Los
prejuicios arraigados en gran parte del público alteran la vida democrática porque votan con absoluta inconciencia.
La desmemoria de lo ocurrido hace poco
desconcierta. La indignación selectiva asombra. La confianza hacia los que nos hundieron horroriza. Y no es que el
electorado se ha derechizado, porque la
ideología no se tiene en cuenta. La despolitización, la despreocupación, la
desatención en el cuarto oscuro aterra. La
facilidad con que el discurso dominante deforma la opinión pública asusta. Ante
este panorama, ¿cómo no sentir desaliento?
Con
todo lo que necesitamos discutir para reconstruir nuestro país debemos detenernos
a contrastar las obscenas patrañas de
los peleles mediáticos y los embaucadores de la oposición servil. Con la
necesidad que tenemos de reformular el sistema de Justicia tenemos que observar
impávidos cómo un puñado de jueces
consustanciados con los intereses de los angurrientos se burlan en nuestras
barbas. Mientras el Poder Ejecutivo consiente que magistrados defiendan a
Vicentín, a Telecom, a los que no quieren pagar el Aporte Extraordinario de las
Grandes Fortunas, los PRO ya clavaron un
pedido de juicio político al juez Bava, que se atrevió a procesar al Infame Ingeniero. Y oficialismo no
presentó ni una queja contra los jueces
y fiscales que lideraron el law fare.
La ausencia de épica parece debilidad. Los medios hegemónicos muestran un país quebrado que
está muy lejos de la realidad. La recuperación económica supera los números de
2019 pero la redistribución del ingreso
es muy lenta. La suba de precios no es el resultado de la emisión, del
gasto público, de la devaluación, sino de la
avidez de las grandes empresas. Y sus directivos se mofan del congelamiento,
del diálogo y de los acuerdos: cuando se contienen algunos productos de un
sector, se disparan los que nadie mira. Y
el Gobierno queda siempre atrás de la estafa.
Nadie
duda de las buenas intenciones, pero nuestra
vida la manejan los malintencionados. Después de la derrota electoral, el
presidente y el FDT necesitan energía. El día de la Democracia es un buen
momento para eso. La calle entusiasma.
También es un compromiso, una comunión,
un desafío. Una demostración de fuerza para lograr todo lo que hace falta. Desperdiciar esa oportunidad nos puede
conducir a otra derrota. Quizá, la definitiva.
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