La discontinuidad de estos apuntes se ha acrecentado tanto que ya parece agónica. Una crisis de ansiedad del Autor se suma a la inacción del Gobierno Nacional al abuso de los precios. Aunque muchas veces el Presidente enuncie frases enérgicas con buenas intenciones, los saqueadores no cesan de hostigarnos en su afán de ganar cada vez más. Muchos explican la inflación por el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania, pero los productos que consumimos a diario no comenzaron a inflarse en febrero. Además, Argentina no debería tener problemas para abastecerse de lo que está faltando en el mundo porque produce todo lo necesario. La hambruna global que se avecina –y que ya se nota en algunos países europeos- no debería afectarnos. Si nos afecta es por la angurria depredadora del uno por ciento que no cesa en su afán de acumular y un Ejecutivo que evita tomar medidas que enojen a esa minoría avarienta.
Unos días atrás, Alberto
Fernández reconoció en una entrevista radial que "el instrumento por el
cual se desacopla más fácilmente los precios internos de los internacionales
son las retenciones". El
recuerdo de la Rebelión de los
Estancieros desalienta emprender ese camino. Además, el acoso
permanente de los precios no afecta sólo a los alimentos. La agresión
numérica abarca cualquier cosa que queremos adquirir. En este tema no hay
discriminación. Sin devaluación de la moneda ni escasez; sin aumento de la
demanda ni incremento salarial significativo. Sin motivos todo sube su
precio. Y ante tanto desenfreno, el Presidente le pide a Luis Pagani, el CEO de
ARCOR que le ayude a bajar la inflación, mientras los productos de esa
empresa se remarcaban a casi un 10 por ciento. ¿Cómo se le ocurre pedir
ayuda al empresario que logró una ganancia del 142 por ciento el año pasado sin
que ningún número justifique semejante incremento? En lugar de dialogar, debería
exigir que explique a la sociedad por qué se apropió de semejante tajada.
Y no
sólo a ARCOR, sino a todas –que son un puñado- las empresas que timbean con
la mesa de los argentinos. Y no sólo con los alimentos. Por no enojar a los
empresarios, consiente el sufrimiento de millones de compatriotas que ven
pisoteados sus derechos elementales. A pesar de que el Gobierno toma
algunas medidas redistributivas, el despojo es constante. Desde que se
hace el anuncio hasta que el dinero llega a los beneficiarios, los precios
devoran mucho más que el incremento. No basta con paritarias o bonos cuando
la inflación es desaforada y sin motivos. Y el Estado tiene las
herramientas necesarias para frenar esta situación agobiante y desestabilizadora.
Violenta, además.
Si el
aumento de las mal llamadas retenciones –derechos de exportación- o establecer
cupos exportables son medidas desechadas por el equipo económico, si los
Precios Cuidados no sirven como referencia ni como alivio de los bolsillos,
si las palabras de conciliación del presidente no frenan la avaricia de los
especuladores, se puede hacer otra cosa: aplicar la Ley de
Abastecimiento sin demora. Esta norma vigente desde 1974 regula todo
tipo de transacción económica, como la salud, la alimentación, el
transporte, la vestimenta, la vivienda y todo bien inmueble o servicio.
Autoriza al Ejecutivo a fijar precios máximos, márgenes de utilidad o
congelar los precios. También lo faculta a obligar la continuación de
producción de bienes y servicios, a prohibir o restringir la exportación y a
exigir la documentación de las empresas. Y las empresas pueden ser
sancionadas por elevar artificialmente o sin motivos los precios de los
productos. Esta ley da herramientas al gobierno para frenar esta disparada
intolerable, esta desenfrenada expropiación
de la dignidad de los argentinos.
Nadie se puede enojar por la
aplicación de una ley. El juez que intervenga
deberá ser eyectado de su función al instante. Los defensores de la seguridad jurídica no podrán oponerse
con ningún verso. Hacer cumplir la ley es obligación del Estado. Y
el conflicto lo iniciaron Ellos, los que no se conforman con los millones
que ganan. Para frenarlos hay que exponerlos con nombre y cifras
para que la aplicación de la ley y el consecuente castigo sean comprendidos por
casi todos. El conflicto es claro: la pobreza no afecta sólo a los
desempleados, sino a gran parte de los trabajadores formales. Si eso no es
violencia, si eso no es una provocación a la luz del día, si el Ejecutivo
no entiende esto como un desafío al que debe responder con firmeza,
estamos fritos, porque los que están del otro lado nos odian. Con
reformas laborales y previsionales, quita de impuestos a los más ricos,
destrucción de la producción y todo lo que harían si fueran gobierno la desigualdad
se incrementará. Ya no hacen promesas, sino amenazas. No hay que
perder las esperanzas, pero en algo deben basarse. Ese algo está en manos del Presidente y sus
ministros. Acabar con la angustia de millones de argentinos no debe postergarse
más y eso requiere disputar la riqueza de los poderosos.
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