Decir que alguien es judío no es en sí un insulto. Pero las palabras significan en el contexto en que se pronuncian. También entra en juego la intencionalidad. Y, por supuesto, la historia. No es una mera descripción usar el término “judío” para descalificar a alguien, como cuando Clarín se esmeró en describir al canciller “judío” Héctor Timerman hace un tiempo. Como siempre, los que insultan se sienten agraviados cuando se responde a sus insultos. Tampoco “marxista” es un insulto, pero, generalmente, se lo usa para eso o al menos para señalar una posición peligrosa. Un brazalete puede ser un adorno o un estigma. Una letra escarlata cosida al vestido permitía a los miembros sanos de la sociedad distinguir a las mujeres que habían cometido adulterio cuando reinaba el puritanismo norteamericano. La palabra “imberbe” es más engañosa, porque es una descalificación etaria. Literalmente, significa sin barba. En los gorilas abundan las manifestaciones pilosas y la edad no tiene nada que ver en eso. Como defensores de una hegemonía en decadencia, los miembros sanos de esta sociedad esgrimen sus índices para marcar a los impuros, a los infieles, a los que amenazan los privilegios de una élite que gobernó –y saqueó- a su antojo los destinos del país durante más de un siglo. Eso también forma parte de la historia. Y de la peor.
Y de la historia también formará parte la utilización del caso Etchecopar. Chiche dice que Baby le contó que uno de los delincuentes accionó el arma que portaba en cuanto lo reconoció. Menos mal que el polémico conductor tenía un arsenal en su casa y, a lo Rambo, intentó exterminar a los molestos invasores. Uno de ellos recibió ocho balazos, no como una señal de bienvenida, por supuesto. De ahora en más, hay que recordar no tocar el timbre de esa casa sin la debida invitación. Horas y horas de diatribas fascistoides inspirará este hecho. Y más aún en el contexto de la aplicación de la ley 26695, conocida como “Ley de educación en contexto de encierro”.
Esta norma garantiza -y obliga- a recibir educación a todas las personas privadas de la libertad y otorga reducciones de hasta veinte meses en la condena, a medida que se obtienen progresos en el estudio. El delincuente abatido por el ángel de la medianoche estaba en libertad condicional, algo que podría desalentar cualquier tipo de piedad para quienes extravían sus pasos. Claro, para algunos ideólogos mediáticos –y muchos conciudadanos de a pié- los malvivientes deberían ser destinados a un pozo profundo y sin retorno posible. A los que roban y matan los premian con educación, pregonarán en estos días. Para los genocidas, amnistía; para los delincuentes comunes, paredón. O algo por el estilo.
Lejos de la justificación del delito –pero también de la construcción insistente del clima de inseguridad- es tiempo de comenzar a encarar el tema a fondo. La delincuencia es consecuencia de los conflictos que genera la inequidad en la distribución material y simbólica producida durante décadas. No se decide ser marginal, excluido o delincuente. También hay historia en la persona que delinque. También hay contexto. Y, por supuesto, promotores. Beneficiados, sin dudas. Un ladrón armado que violenta una vivienda es apenas un eslabón de la cadena. Lo siempre visible es el eslabón. Y pocas veces, la cadena. También es visible la víctima, que es explotada para ocultar, precisamente, la cadena. No todos los pobres son delincuentes ni todos los delincuentes son pobres. Desterrar la hipocresía es el primer paso para solucionar este conflicto.
Para el eslabón está la cárcel pero mientras perdure la cadena, poco se podrá hacer al respecto. El sistema penitenciario debe tener como misión la reinserción del individuo que delinque y no sólo apartarlo de la sociedad para que por un tiempo no moleste. La vida de un condenado debe cambiar después de cumplir su condena. El individuo en la cárcel debe transformarse en ciudadano. Y más que castigado debe salir re educado. “Está probado que la formación de los condenados reduce significativamente los niveles de reincidencia en el delito –sostuvo el ministro de Justicia Julio Alak– Es una medida inédita en la historia argentina, que busca incentivar a las personas privadas de su libertad a capacitarse para lograr una reinserción social plena”. Pero la sociedad debe estar preparada para recibir a esta persona transformada; debe recibir al ciudadano rehabilitado y brindar condiciones de vida distintas para que pueda apreciar la diferencia con su situación pasada. Solidario con el que se extravía, para que no se vuelva a extraviar.
Quienes están verdaderamente extraviados son algunos editorialistas que ya se muestran irrecuperables. En vísperas del tratamiento en diputados de la nueva Carta Orgánica del BCRA apelan a los más bestiales calificativos para alertar a la población sobre los peligros de la marea roja. Sacuden todos los fantasmas del pasado para deformar a la opinión pública y convencer a los lectores de que el soviet está a la vuelta de la esquina. El viceministro de economía, el doctor Axel Kicillof, aparece, por obra y gracia de las plumas ilustradas de los mastines mediáticos, como el inspirador satánico de las transformaciones económicas que se vienen.
“Judío”, “marxista”, “descendiente de rabinos legendarios y psicoanalistas”, “imberbe” suenan en estéreo el mismo día en dos diarios diferentes, o no tanto. La Presidenta contestó y los autores se enojaron. Como tal vez esperaban una respuesta diferente recrudecieron en sus ataques discriminatorios. Osvaldo Pepe, en su columna del martes, afirma que “aceptar y asumir la libertad es aceptar el disenso, la crítica, el pensamiento diferente”. Claro, ellos llaman disenso a las palabras destituyentes, crítica a la diseminación de veneno y pensamiento diferente a la podredumbre que crece bajo los calvos cráneos.
“Judío”, “marxista”, “descendiente de rabinos legendarios y psicoanalistas”, “imberbe” suenan en estéreo el mismo día en dos diarios diferentes, o no tanto. La Presidenta contestó y los autores se enojaron. Como tal vez esperaban una respuesta diferente recrudecieron en sus ataques discriminatorios. Osvaldo Pepe, en su columna del martes, afirma que “aceptar y asumir la libertad es aceptar el disenso, la crítica, el pensamiento diferente”. Claro, ellos llaman disenso a las palabras destituyentes, crítica a la diseminación de veneno y pensamiento diferente a la podredumbre que crece bajo los calvos cráneos.
Y lo que viene es una joyita de aquéllas: “la Presidenta hizo abuso de poder para castigar el derecho a expresar mis ideas, que es un derecho humano inalienable, además de un tesoro constitucional”. Como es de público conocimiento, el periodista no recibió ningún castigo; en todo caso, sus palabras recibieron una respuesta. No hubo arresto, demanda, ni flagelación sobre el inocente ciudadano que sólo ejerció el derecho a expresar sus ideas. Pepe habla de un derecho humano inalienable que le permite señalar como si fuera un perro rabioso a un funcionario elegido por La Presidenta. Y su cinismo lo conduce a una frase que redobla la apuesta en agresividad: “no sé si la Presidenta quiso hacer una defensa de aquella organización armada –por Montoneros- o sólo poner bajo su ala maternal a sus pichones de La Cámpora”. Ya aburren con la opereta que montan en su desesperación. Hasta quieren utilizar los derechos como si fueran privilegios. La máscara ya no puede ocultar el rostro: el Gran Diario Argentino no es más que un pequeño libelo rencoroso y la Tribuna de Doctrina no es más que una grada de consignas apolilladas.
Mientras el Ángel Justiciero marca a los delincuentes con balas, los gorilas calvos pegotean etiquetas con olor a naftalina, amarillentas y emponzoñadas. El primero se convertirá en héroe para una derecha que considera que los derechos humanos son para la gente decente. Los segundos pretenden convertirse en mártires de un régimen intolerante y autoritario que persigue a los que piensan distinto, a los que expresan con la inocencia de sus inocentes espíritus ideas despojadas de ideología para bregar por el retorno a un país para pocos con el esfuerzo de muchos.
Son muchos en este país que creen que solo se debe escuchar sin responder. Y es lógico. Por décadas vivieron en un país así. Ellos hablan y todos escuchamos sin chistar. Por eso, cuando Cristina contesta sufren y les duele. Lo de la reinserción de delincuientes es un tema para hablar por años.
ResponderBorrarTu artículo plantea algunas dificultades para discutir en una sociedad democrática y plurar, cómo contestar el insulto utilizado de manera inimputable, ya que si se responde al mismo el injuriado es el que insultó. El tema de la libertad de prensa es un tema delicado por las consecuencias que puede tener en términos de soltar lobos con corderos o de ir hacia la censura. Me parece que Cristina respondió bien.
BorrarEl otro tema es el de la cuestión mediática de los asaltos. Tener armas en la casa es un peligro para los propios moradores y es una decisión con la cual no estoy de acuerdo. Pero me parece que arguir razones sociales y culturales para explicar (y no digo justificar) crimenes violentos no es la forma de responder a la andanada mediática. Creo que quedarnos en que "Un ladrón armado que violenta una vivienda es apenas un eslabón de la cadena. Lo siempre visible es el eslabón. Y pocas veces, la cadena". no es suficiente, por el contrario parece que nos olvidamos de las víctimas (aunque en este caso la víctima parece ser Rambo).
Coincido con todo lo que decís. Pero mi pregunta es cómo hacemos para modificar los ideologemas sociales ya cristalizados desde hace tanto tiempo. El Gran Diario argentino, desgraciadamente, no dice sólo lo que piensa sino también lo que mucha gente piensa y quiere escuchar. La clase media argentina, esa "no clase" según Masotta (sería bueno leerlo), ha heredado décadas de construcciones simbólicas que ningún sistema educativo ha podido modificar ni intenta modificar. La clave estaría allí, pero tienen una gran deuda pendiente quienes deben pensar un sistema educativo revolucionario. En eso llevamos un estancamiento que hasta ahora ningún gobierno ha podido superar.
BorrarLaura Capara
Pero una cosa es afrontar la andanada mediática con la construcción de la inseguridad y otra -la importante- resolver el problema de la delincuencia y darle un sentido al sistema penitenciario. Para modificar cualquier problema social, toda la sociedad debe transformarse.
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