Una
lección para siempre: el Poder Económico
es insaciable, además de ingrato. Desde que asumió, Mauricio Macri no ha hecho más que satisfacer sus consabidas
demandas: devaluación, eliminación de retenciones y cupos de exportación,
importación libre y reducción de los controles al dólar, que sólo persisten
para los que tienen menor capacidad de compra. Sin embargo, nada de eso los hace desistir de su
actuación mezquina. La liquidación de granos se produce a cuentagotas,
nuestras reses alimentarán a trabajadores ingleses, los supermercados
suspendieron las compras a PYMES locales para importar baratijas producidas en condiciones casi de esclavitud y
las góndolas exhiben precios de pesadilla. La visita de los exponentes de la
AEA a La Rosada no tuvo como fin felicitar a los funcionarios amarillos por tan
abultada transferencia de ingresos, sino
recitar nuevas demandas para seguir enriqueciéndose. “El nuevo Gobierno no debía enamorarse de un dólar bajo a 14 pesos”, expresó
Cristiano Rattazzi, de Fiat, más como
amenaza que como consejo. Sólo piensan en sí mismos y cuando su egoísta
accionar produce estragos a su alrededor, se apuran a culpar a terceros y a buscar un reemplazo de las autoridades para
comenzar de cero con el saqueo.
No
merecen ser mimados ni tampoco destruidos, pero al menos contenidos en un proyecto de desarrollo colectivo. Y
nosotros no merecemos un funcionario como Ricardo Buryaile, que ante los
exorbitantes precios de la carne, sólo se atrevió a decir “nos queda hacer concientización y trabajar sobre el consumidor, si éste se tiene que abstener de consumir
que lo haga”. Después agregó que el gobierno aplicaría la Ley de
Defensa de la Competencia con multas y clausuras, pero en voz baja, para que sus colegas productores no se enojen.
También anticipa que se importará carne de Uruguay para que la oferta no
disminuya. Entonces, ¿para qué liberan la exportación si piensan importar lo
que falte para satisfacer nuestra demanda? Todo
país exporta el excedente y sólo importa lo imprescindible, si es que
quiere tener un saldo favorable en el frente externo. Sólo una administración suicida permite una exportación a mansalva,
porque eso alienta la especulación y desabastece el mercado interno.
La
solución amarilla para todo es la recesión: la inflación se reduce cuando
disminuye el consumo, de acuerdo a la
lógica perversa que tantas veces se ha practicado. Enfriar la economía, es
la consigna. Por eso, el “mejor equipo
económico de los últimos 50 años” –tal como Macri lo definió- apunta a aniquilar el mercado interno desde
todos sus componentes: poder adquisitivo, puestos de trabajo, devaluación y
disminución de la oferta. De esta manera, producirán un shock que convertirá en deseable cualquier monstruoso
ajuste. Y, si todo sale bien –o mal- la inflación se reducirá por la actividad
económica casi inexistente.
Una nueva moda: velas y abanicos
Que
una asociación de usuarios convoque a un apagón de consumo ante abusos de los
empresarios es una inteligente medida de
resistencia. Sin embargo, cuando es un funcionario responsable del control
y la promoción de esa área, la situación es diferente: que Buryaile desaliente el consumo parece una estrategia para aumentar
el stock exportable. En sintonía con esta estrategia para enriquecer a los
productores cárnicos, los medios acólitos se encargaron de difundir, en sus
espacios informativos, las opciones vegetariana y vegana, no como una rebelión ante los siderales precios de los cortes, sino
como una sumisión a la angurria infinita.
Como
retornar al uso de los viejos ventiladores en lugar de los frescos y
silenciosos equipos de aire acondicionado, no para evitar las alergias o el
contraste térmico y menos como ahorro energético, una forma ecológica de
consumir. No, esos mensajes mediáticos sólo
buscan generar una respuesta amigable ante los tan ansiados incrementos
tarifarios del servicio eléctrico. Una desregulación que, por ahora, sólo
tiene la forma de una quita de subsidios pero representará un aumento entre 180 y 280 por ciento en las facturas.
La excusa es la inversión en obras para mejorar la distribución del servicio,
como siempre. En los noventa, las tarifas fueron tan libres que las sumas recaudadas volaban a casa central
sin dejar un centavo en el país y el resultado, el Gran Apagón de fin de
siglo, cuando 150 mil viviendas de la
CABA quedaron sin fluido durante once días. Las mismas empresas que fueron
multadas y controladas por la gestión anterior con algunos resultados
favorables, pero prefieren pagar las sanciones antes que invertir en mejoras. Las mismas que hoy volverán a ser tan
libres para hacer lo que su pulsión ambiciosa les indica.
Los
que dudan de los nefastos resultados que tendrán estas medidas en el mediano
plazo es porque todavía están embelesados
con el clima aplaudidor de los medios oficialistas. O, por lo menos, con la
paciencia de los primeros cien días de
la asunción de un nuevo gobierno. Pero esta película ya la hemos visto tantas
veces que, ni bien comienzan los títulos
ya sabemos cuál será el fatídico final. Desempleo, devaluación,
desregulación, inflación conforman un cóctel que busca disciplinar a una
sociedad para que se adapte al futuro
desigual que llegará de la mano de los gobernantes amarillos. De continuar
por este camino, en pocos meses tendremos una crisis en serio, el castigo pergeñado por el establishment
hacia un pueblo que decidió gozar de doce años insólitos.