lunes, 21 de agosto de 2017

Creer para reventar



A una semana del ensayo electoral conocido como PASO, la reacción de los ceócratas amarillos, acólitos y beneficiarios da más miedo que esperanzas. Si la información pública fuera veraz más allá de los posicionamientos ideológicos, muchos conciudadanos estarían indignados por la estafa del Cambio. Como no lo es, no lo están. Hasta reprocharían la celebración de un triunfo inexistente. Al contrario, un tercio sigue convencido de sus bondades, lo que no está mal si tuvieran todos los elementos de análisis necesarios para sostener esa convicción. Quizá la insistencia suene a redundancia, pero no hay que descuidar el poder de los medios para construir opinión pública ni la peligrosa ingenuidad con que muchos consumen sus productos. Tomar un dato falso para justificar una posición quizá nunca sea delito, pero no es el camino más saludable para una decisión soberana. La consolidación de la democracia precisa ciudadanos y no autómatas accionados a control remoto que someten su pensar al capricho de los guionistas de este drama.
Alguien dijo alguna vez que cuando el peón y el patrón votan al mismo candidato, el perjudicado es el peón. Sólo la confusión puede desencadenar semejante anomalía. Un transeúnte podría argüir que lo óptimo es que nadie salga perjudicado. Algo así como la ancha avenida donde todos marchamos felices al paraíso que nos merecemos. Un cuento de hadas que incluye un toque mágico que solucione los problemas sin despertar objeciones. El país unido donde todos tiremos para el mismo lado, hemos escuchado muchas veces. El florido sendero despojado de conflictos no existe en esta dimensión. Toda medida de gobierno dejará conformes y disconformes, sonrientes y tristes, beneficiarios y damnificados.
Lo esencial es considerar la finalidad, la motivación y la proporción del daño. Quiénes son y cómo quedan los destinatarios. Eliminar una ayuda económica a los más vulnerables para perdonar tributos a los más privilegiados es un ejemplo adecuado. Un planteo en estos términos no haría dudar a casi ningún peatón. Hasta los más ricos estarían en desacuerdo, siempre y cuando no sean ellos los que deban resignar parte de sus exorbitantes ganancias. Para que una decisión así sea aceptable en una sociedad debe ser presentada con algunos adornos y fundada en muchas falacias: meritocracia, sacrificio, resignación, castigo, derrame y demás delicias de la repostería no-política. Y, por supuesto, contar con una complicidad mediática capaz de amoldar el universo simbólico al pensar de los angurrientos. Gracias a este cóctel perverso, muchos ciudadanos se convierten en la gente, en buenos vecinos que aún creen que La Revolución de la Alegría está a la vuelta de la esquina.
El público quiere más
Filosofar sobre la ‘creencia’ siempre demanda litros de café. Creer en una deidad no requiere fundamentos; en un proyecto político, sí. Mover una montaña puede ser un desafío para la fe, pero lograr Pobreza Cero, República, Justicia y crecimiento por el camino del Cambio es un prodigio imposible para cualquier dios que se precie de tal. En este caso, la creencia deviene en credulidad. Cualquier diario que afirme que en un barrio de Gualeguaychú todos se parecen a Santiago Maldonado no merece ser comprado al día siguiente y menos aún ser tenido en cuenta para conformar la agenda informativa. Sin embargo, desde hace décadas publica absurdos parecidos y sigue siendo el Gran diario argentino, a pesar de los esfuerzos para dejar de serlo.
El problema no sólo está en los que escriben, sino también en los que leen. Si esta idea se extiende a todos los medios que blindan a los Gerentes es comprensible la dificultad para romper el hechizo: esa fascinación que se mezcla con distracción, indiferencia y desinterés para construir al individuo que, a pesar de los perjuicios cercanos, sigue confiando en el Ingeniero. Aunque la inflación no de tregua, el consumo sea un lujo y el horizonte prometa más angustias, no pierde la esperanza. A pesar de las evidencias, cree que esto es mejor que aquello. Y hasta está convencido de que no hay conflictos o que los que hay son provocados por los malos perdedores. Este individuo siente que sus venas estallan cuando los piqueteros cortan una calle por unas horas pero ni se inmuta cuando una gran avenida se interrumpe durante un fin de semana para un campeonato de asadores. Hasta aplaudió a los que tomaron las rutas durante la Rebelión de los Estancieros. Para alguien así, importa más quién es el que corta que el corte en sí.
Este buen vecino se enoja cuando la pantalla le dice; no es cuestión de desperdiciar ira en cosas que no lo merecen. Si los informes híper recontra chequeados de los domingos muestran la corrupción K, habrá que pensar que las empresas off shore, los escandalosos conflictos de intereses y el crecimiento patrimonial de los funcionarios M no son tan ilegales. Y si afirman que los mapuches son guerrilleros peligrosos habrá que justificar la cacería de los gendarmes y si la orden “tirale al negro” no suena demasiado republicana, habrá que ignorarla. Si alguien reclama por la desaparición de Santiago Maldonado, habrá que escupir un Jorge Julio López aunque no sepa demasiado de qué se trata. La demonización del otro no tiene límites ni argumentos, sólo credulidad.
Para que las cosas vayan bien, el buen vecino necesita creer en todo lo que provenga de las sonrientes bocas de los funcionarios PRO y sus apologistas. Si el verso del segundo semestre fracasó, la lluvia de inversiones te la debo y los brotes verdes se marchitaron, habrá que abrazarse a los veinte años que recitan ahora. Si Ellos afirman que son transparentes, habrá que ignorar las omisiones en sus declaraciones juradas. Si Ellos aseguran ser republicanos, deberá festejar cuando atropellan las instituciones. Si Ellos echan jueces que no resultan funcionales a sus fines persecutorios, será ésa la manera de lograr una Justicia Independiente. La credulidad es un viaje de ida que conduce a aceptar que se quiten los subsidios a los servicios públicos pero se multipliquen los destinados a los clubes de golf.
Cuando se empieza a creer, hasta Patricia Bullrich puede parecer apta para el cargo que ocupa, aunque haya eructado pavadas en el Senado para defender a las fuerzas de inseguridad que desaparecieron a Santiago. Todo es válido si Gendarmería se encarga de reinventar las pericias para convertir el suicidio de Nisman en un homicidio cometido por Cristina. Entre sus balbuceos, Bullrich destiló una idea reveladora: este gobierno cree en los DDHH. Claro que eso es una falacia más. Los derechos –todos- se conquistan, se construyen, se defienden, se consolidan. Como la Justicia o la Democracia: no son deidades en las que hay que creer. Ningún país se construye con creencias, sino con convicciones; no con crédulos sino con ciudadanos convencidos del camino que eligen.

3 comentarios:

  1. gracias por tu dosis de coherencia diaria, me ordena un poco la mente, a mi pobre cerebro cada vez le cuesta mas sobrevivir a todo lo que escucha a su alrededor...abrazos y comparto-aguanten tus benditos apuntes!!!

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  2. EXCELENTE.COMO TODOS SUS ARTICULOS.PONE EN SU BLOG LO QUE PIENSO Y NO PUEDO EXPRESAR ORALMENTE DE FORMA TAN ACABADA COMO LO HACE USTED.ES UN DELEITE LEERLO.GRACIAS.

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