Los PRO se
molestan con los que comparan estos tiempos con la dictadura, aunque Ellos se cansaron de acusar de dictadores a gobiernos más benignos. Hay
que insistir en esto: no estamos en dictadura a pesar de los gestos autoritarios de Macri y sus secuaces, de los
números que se asemejan, de la
persecución policial, judicial y simbólica que muchos padecen, del modelo
de despojo y vaciamiento que están aplicando y de la complicidad mediática que oculta, disimula y atenúa las trapisondas.
A pesar de que muchos funcionarios son apologistas,
formaron parte o se beneficiaron, no estamos en dictadura. A pesar de la
impronta represiva de las fuerzas de seguridad, no estamos en dictadura. A pesar de Santiago Maldonado y todo lo
que rodea el caso, no estamos en dictadura. En serio, no estamos en dictadura
pero el esfuerzo de los Amarillos hace
inevitable la comparación.
No son pero quieren parecerse. Ellos revuelven
nuestros peores recuerdos, amenazan la memoria y pisotean los símbolos. Ni los pañuelos respetan. Hasta hacen que
tengamos que reformular los conceptos y
volver a pensar en lo que es un desaparecido. Y nos obligan a desempolvar los cánticos
de los tiempos en que, deslumbrados,
salíamos de la Oscuridad. Como bloques de hielo caían las piezas de un
rompecabezas horroroso. También conocimos
el para qué y aborrecimos el cómo, que trataron de presentar como
errores y excesos. Mucho tiempo
después empezamos a descubrir que los
beneficiados económicos eran también los instigadores, que todo era para
poner todo a sus pies. Como ahora, por
eso las comparaciones.
No estamos en
dictadura pero Pablo Noceti, el actual Jefe de Gabinete del ministerio de
Seguridad, fue abogado defensor de represores y su nombre sobrevuela en dos desapariciones: la de
Julio López y la de Santiago Maldonado, dos
testigos de horrores diferentes pero parecidos. Noceti no será dictador
pero es apologista y amenazó con meter presos a todos los mapuches que insistan en recuperar las tierras usurpadas
por Benetton. La democracia amarilla tiene la inefable tendencia de poner el
aparato del Estado para defender los
privilegios de una minoría insaciable. Quien se oponga a esta normalidad sentirá sobre su lomo los
azotes de una nueva Conquista del Desierto; los que resistan la arbitrariedad del Poder padecerán el rigor de los bárbaros
que se disfrazan de civilizados.
Si algún lector
piensa que esto es exagerado, basta
echar una ojeada a un informe que el Ministerio a cargo de Patricia
Bullrich presentó a mediados del año pasado. Allí se establece que los reclamos de los pueblos originarios no
son derechos garantizados por la Constitución –algo que no es cierto- sino
un delito federal porque "se
proponen imponer sus ideas por la fuerza
con actos que incluyen la usurpación de tierras, incendios, daños y
amenazas". La caprichosa
interpretación de las normas es otra señal que los asemeja a una dictadura,
aunque no lo son.
Los poseídos
“Los demonios no eran tan demonios”, eructó la ministra de Seguridad, Patricia
Bullrich entre copas sabatinas. Un lema
tan pueril bastó para despertar a los adoradores de los peores demonios.
Una invitación para volver a las mismas discusiones de hace treinta años. La
frase de Vidal el día que se convirtió en gobernadora -“cambiamos futuro por pasado”- dejó
de ser un fallido para transformarse en una norma. La repulsa de algunos
padres a la iniciativa de discutir la desaparición de Santiago en las aulas evoca aquellos cortos televisivos en blanco
y negro que mostraban a un estudiante que rechazaba un panfleto partidario con una sentencia contundente: “yo vengo a estudiar”. Estos padres
firman notas para repudiar el adoctrinamiento
que recibirán sus hijos pero ni se
preocupan por las falacias informativas que alejan de todo entendimiento a las
mentes que las reciben. Estos padres tan
preocupados por la educación de sus hijos, exhiben su indignación si se
habla de Santiago pero ni se inmutan
ante la visita del ex ministro de Educación y actual candidato oficialista,
Esteban Bullrich, que pasea su incoherencia por las aulas. Esto no es adoctrinamiento ni política; lo otro sí.
Individuos que
prefieren aceptar absurdos antes que
evaluar razones; que convierten en
parámetro los peores prejuicios y deciden permanecer empantanados en el Cambio antes que reconocer el engaño del que fueron
víctimas; que cierran los ojos a las evidencias y se abrazan a las fábulas
que apuntalan la zona de confort
dominante. Televidentes sumisos que tildan
de ‘ideológico’ todo lo que contradiga a la pantalla que tanto los ilumina.
Hasta son capaces de utilizar apolilladas etiquetas para enfatizar los estigmas de su dedo acusador. Hoy gritan “con mi hijo no” los que mandan fotos de
niños con su dedo medio alzado para
que aparezcan en el show manipulador
de los domingos.
Padres que destilan bilis por los bolsos de López
pero naturalizan las empresas off shore de los Gerentes de La Rosada SA; que
vibraron con las excavaciones en cadena
que buscaban la Ruta del Dinero K pero ignoran
a conciencia los escandalosos blanqueos de la evasión M; que chillaban contra
los subsidios y ahora aceptan gustosos
las voluminosas facturas de los servicios públicos. Padres tan coherentes
que se emocionaban con Félix Díaz y los quom y ahora aplauden las balas contra los mapuches.
Buenos vecinos
que comparten fotos de hambrientos en
África y esperan las colectas parroquiales pero siguen apoyando un modelo que multiplica la desigualdad; que
se conmueven por un perro callejero pero llaman al 911 si ven una familia en la
calle; que sumaron sus cacharros a los estancieros en sus destituyentes
demandas pero destinan indiferencia a
los pequeños productores, cada vez más hundidos por la hipocresía amarilla;
que se burlaban de Precios Cuidados y ahora
son militantes de los Precios Corajudos; que recitan de memoria las más
perversas, superficiales y engañosas consignas pero rechazan los más contundentes argumentos; que exigen
autocrítica sin avergonzarse de sus
propias incoherencias.
Aunque sea
tentador, no hay que enojarse con estos padres. En cierta forma, son víctimas de una melodía que los
embelesa. Como la flauta que sonaba en Hamelin, como las sirenas que
enloquecieron a Ulises. Tal vez temen
rehusar el hechizo de esos sones, temen
el enojo de los poderosos, temen
coincidir con los que desprecian, temen reconocerse como los verdaderos
adoctrinados. Quizá despierten antes de caer al río torrentoso o recién cuando
se estampen contra las piedras. Entonces, necesitarán
más asistencia que reproches, más fraternidad que resentimiento. Ahora que conocemos el truco y quiénes son los
artífices, otra vez seremos uno para
recuperar el país y resguardarlo de futuras amenazas.
Bueno, si puede decirse que la revolución de la porquería no es una dictadura, si rascamos un poquito podríamos llamarla una "dictablanda atendida por sus dueños", dada la eterna relación de tantos años de dictadores, ceo's, "fuerzas vivas" y el elenco estable de esperpentos judiciales, periodísticos y comedidos varios.... esquema en el que los dictadores hacían los trabajos sucios y los demás pasaban el rastrillo para cosechar económicamente los réditos resultantes.
ResponderBorrarY hay que estar atentos porque esta derecha de democrática no tiene una molécula y tuvieron que poner la carita esta vez, hay que entenderlos, pobres, aunque no le hagan asco al trabajo sucio, porque el marketing angelical se les complica pero, admitamos también que poniendo sus mejores "cuadros" ya no corren el riesgo de que les aparezca un dictador nacionalista (lucifer no lo permita),o un curda impredecible como galtieri, que les estropea el clima de negocios con UK, USA y siguen las siglas... ya no quieren arriesgarse a la rapiña incompleta.... mientras aprenden el abc del dictablandismo, ahí están los ejemplo del aprendiz de dictadorcito jujeño y de la genial ministra de inseguridad y devaneos etílicos como casos testigos... éso, testigos del carácter democrático de esta gran suerte que es la amarillez que supimos conseguir, ¿es así, natanson, no?.
No son una dictadura, claro que no, pero no es así por falta de ganas, no seamos mal pensados ni los subestimemos.