El primer apunte de este año
electoral comenzó a pensarse en las playas poco pobladas de una ciudad de la
Costa acostumbrada a temporadas más
abundantes. Comerciantes, hoteleros, feriantes y actores callejeros
sintetizaban la sorpresa con una frase irrefutable: “no vino nadie”. El pregón de los vendedores ambulantes
llegaba a pocos oídos, más allá de los tentadores manjares ofrecidos. Las
peatonales, que otrora bullían de entusiastas paseanderos, ahora exhiben caminantes cabizbajos de bolsillos flacos y locales
oscuros donde el año pasado brillaban comercios. Los bares y restaurantes
que antes ostentaban largas listas de espera ahora apenas llegan a ocupar la mitad de las mesas. Una decadencia
evidente con una sola explicación en la punta de la lengua que pocos se animan
a soltar porque, de hacerlo, deberían
asumir parte de la responsabilidad de haber optado por el Cambio.
Con todas las letras, los que
guardan silencio son los que convirtieron a
esta banda de farsantes en el Mejor
Equipo de los últimos 50 años, una estupidez que se desmonta apenas
escucharlos. Con los resultados a la vista basta para calificarlos como los peores de la historia. Los que no callan,
recitan las excusas que se amplifican desde los medios cómplices: a la Pesada
Herencia y “se robaron un PBI”, se suma ahora lo del fin de la fiesta, una
nueva versión del “les hicieron creer
que…”. Esos son los que se enfadan cuando uno señala que no piensan por sí mismos, que se dejan pensar por otros o que
repiten las patrañas que escucharon en
la tele sin evaluar su veracidad. Lo más crítico que pueden largar es un
pueril y descomprometido “al final, son
todos iguales”.
Como estaba de vacaciones, traté
de no trenzarme en discusiones
infructuosas y estresantes. Más escuchar que refutar fue la estrategia,
aunque me costó mucho contener las
explicaciones que se amontonaban en mi garguero. Lo que sí noté en muchos
de estos apologistas sin beneficios es la resignación a la desesperanza:
aunque convencidos de que esto no va a mejorar, apuestan a seguir por este
camino. Además de tozudos, masoquistas.
Y para eso se exponen a quedar como
perfectos colonizados, autómatas empobrecidos o necios incurables.
Al parecer, casi todos los
centros turísticos padecieron la austeridad, con el atenuante de los que antes vacacionaban en el extranjero
y ahora “caen” en el turismo nacional.
No porque pese la celeste y blanca sino
por la devaluación, que desmorona cualquier sueño. Como el dólar se
incrementó en un 105 por ciento el año pasado, este verano se redujo en un 50 por ciento la salida de argentinos al exterior.
Y esos que fueron a la Costa en lugar de Cancún no advierten que son víctimas de la recuperación de la
exclusividad de una minoría. Pero, como dijo Macri ante las inundaciones, “tenemos que acostumbrarnos”.
Malas
costumbres argentas
Ya se jugó mucho con esa frase,
así que sólo me limitaré a una que lo
sintetiza todo: tenemos que acostumbrarnos a estar cada vez peor. Eso aconseja
el Ingeniero, con un cinismo disfrazado
de estoicismo y esa entonación humana que nunca le sale. Cuando recita como fábula las consecuencias del
cambio climático, omite reconocer que la
deforestación para la sobre explotación de la tierra favorece las inundaciones.
Para él, todo se resuelve con usar menos energía y andar en bicicleta, como hacen sus amigotes, los especuladores
financieros. Tampoco mencionó que la crecida se produjo porque las
alcantarillas de las vías estaban elevadas
60 centímetros más de lo planificado y eso impidió el flujo del agua. A la inoperancia también tendríamos que
acostumbrarnos, como aconsejó el buen
Mauricio.
Además, a la incapacidad de
gobernar, porque la inflación de 2018 –ésa
que el Gerente prometía bajar en dos minutos- superó el 47 por ciento,
cuando habían calculado el 15. El neoliberalismo
fracasa una vez más; o triunfa, porque unos
pocos están desbordando sus arcas, como los banqueros o los distribuidores
de energía. La libertad de mercado, ese latiguillo insostenible, se convierte en un jolgorio de angurrientos.
El capitalismo es eso, más aún cuando el
Estado alienta y justifica el abuso de las grandes corporaciones. Que la
inflación mayorista haya pasado el 73 por ciento indica, no un problema técnico, sino un conflicto ético. La inflación no es
un fenómeno climático, sino la acción
voluntaria de succionar recursos más allá de la legítima rentabilidad.
Algunos analistas económicos –no los que se abrazan a la pamplina de la
tormenta- explican desde la praxis los malos resultados de la economía
macrista, como si el problema pasara por
la mala aplicación de una receta
magistral. Aunque Macri y su
pandilla aseguren que estamos por el buen camino, nunca llegaremos al paraíso que prometen. No porque no les salga,
sino porque el objetivo es desigualar
más para incrementar sus fortunas. A principios del siglo XX fuimos el
Granero del Mundo; Macri prometió que seríamos el “supermercado” del mundo; gracias
a sus políticas nos transformamos en el casino del mundo con coto de caza
incluido. En definitiva, el problema pasa por quiénes son los destinatarios de lo que queremos ser, no por lo que
seamos. ¿Por qué tenemos que ser para el mundo lo que no somos para nosotros? ¿Cómo vamos a satisfacer angurrias a costa
de exterminar derechos?
Pero claro, los fanáticos del
Cambio jamás se plantean estas cosas: cualquier
engendro es mejor que la vuelta al populismo. Populismo que no hace más que
provocar el derrame de una pequeña parte
de lo acumulado por los que se creen dueños del país. Con este modelo de
despiadados saqueadores, ni siquiera un
mísero goteo se produce, al menos para simular que no sólo les preocupan las
planillas. Al contrario, sólo prometen más ajustes –más penurias- para el desbarajuste que provocaron Ellos,
que no es más que lo que vinieron a hacer: a
desequilibrar el lento equilibrio que estaba construyendo el gobierno anterior.
Aunque no haya un logro del que
enorgullecerse, una tercera parte del
electorado avalará la continuidad por este túnel oscuro con destino de
ciénaga. No porque aprecien las pestilencias del pantano, sino porque prefieren renunciar a una parte del
goce propio antes que aplaudir el ascenso ajeno. No porque les preocupe la
corrupción, sino porque es la mejor
excusa que encuentran para rechazar lo que no comprenden. Porque es más
fácil sumarse a la carnavalesca caravana del asesinato de Nisman que reconocerse como engañado. Porque
es más sencillo asentir cuando los
facinerosos con traje canchero pregonan sobre la cultura del trabajo, que descubrir que las grandes fortunas no
son producto del trabajo honesto.
El año electoral promete ser fascinante, histórico, hasta salvaje.
La mentira constante de los funcionarios, las falacias mediáticas para
manipulados y las escaramuzas y piruetas de los jueces cómplices serán los ponzoñosos platos cotidianos,
la píldora alucinógena de las cómodas
pantallas. De un lado, la inconcebible prepotencia de un oficialismo
arrollador; del otro, una propuesta
opositora que se desdibuja a fuerza de tanta unidad y poca transmisión de
conciencia; en el medio, expulsados, ajustados, angustiados, millones que
esperan la salida que antes desdeñaron. Mientras tanto, el descontento creciente se manifiesta en calles, conciertos, playas a
la espera de convertirse en voto. O en otra cosa, si la paciencia colectiva encuentra su límite.
Bueno, pero seguramente pudo disfrutar del enorme logro de las playas vacías, sin negros y con el aliciente de la buena gente que ya no puede abrirse al mundo (en castellano, que ya no tiene dólares para irse afuera), playas así.... y teatros, cines así, sin nada que huela a proletario en las cercanías es una maravilla que, fíjese, el populismo lo hacía padecer al extrañarla. Nada de éso ocurre ahora, merece un brindis, diría la inefable ministra de inseguridad...
ResponderBorrarUna suerte que haya contenido sus afanes discutidores, así pudo descansar un rato, todos sabemos que la feligresía amarilla no es muy proclive al pensamiento, al uso neuronal en condiciones normales, ...imagine a esos mismos especímenes de vacaciones, "desenchufados"... que le escuchen es misión imposible, para ellos, y para usted, la tensión arterial en 24 y las vacaciones arruinadas, mínimo...o sea, hizo bien.
En el tiempo que no estuvo pasó de todo y casi todo malo, pero bueno, ya estamos acostumbrados como al mal tiempo.... el problema es que es dificil acostumbrarse cuando se pierden cosas sin repuesto y no le importan a casi nadie y la culpa es de las ratas colilargas y no de las ratas uñaslargas y depredadoras de presupuesto... en fin, bienvenido a este maravilloso mundo donde es "embajadora cultural" una horoscopera... y en Europà no se consigue, vió?
hola estimado Gustavo! que bueno volver a leerte y compartir tus apuntes, "yo no puedo caer ni en el turismo nacional ja!" abrazos
ResponderBorrarTriste momento, mucha incertidumbre. Peleo todos los días para que se vayan y no vuelvan.
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