A dos semanas de
asumido el nuevo gobierno, la confusión
discursiva es atroz. Por la calle uno vuelve a escuchar en boca de algunos
transeúntes las interpretaciones más amañadas,
además de fabulosos absurdos presentados como hechos. No es para menos: los
medios dominantes vuelven a ser opositores y son capaces de publicar cualquier cosa para demostrar que lo son.
Los apologistas de la destrucción macrista son ahora denostadores de la reconstrucción y los saqueadores que coparon La
Rosada durante cuatro años fingen ser
defensores de los que fueron saqueados. Diputados y Senadores cambiemitas
argumentan en contra de lo que sea como
si el modelo amarillo nos hubiera llevado al paraíso. Encima, cualquier
aclaración que uno quiera hacer en una discusión cotidiana sólo recibe desdén, indiferencia y en muchos casos,
hasta gestos de asco. En estos catorce días, una parte del 40 por ciento no
hace más que anticipar que en los próximos años protestarán por todo, hasta por las mejoras que empezarán a experimentar
en su vida cotidiana.
Ahora muchos se
horrorizan por los datos pero omiten
indignarse con los que los generaron. No es por una epidemia que el 80 por ciento de los trabajadores no
llegue a cubrir la canasta básica. No es por un mandato divino que el decil más
pobre de la población reciba apenas el
1,3 por ciento de los ingresos mientras el más rico absorbe más del 33.
Este es, sin dudas, el resultado de las políticas ejecutadas por el Buen Mauricio y su Gran Equipo. Y no es que se equivocaron, pasaron
cosas, hubo sequías y tormentas o cualquier excusa que vomiten estos cínicos: así lo quisieron, aunque ahora se rasguen
las vestiduras por el estado de las cosas. Mientras se conduelen por los
pobres que fabricaron, están pergeñando una
rebelión ante cualquier medida que trate de atenuar el dramático cuadro del
presente.
Para revertir la
profunda brecha entre ricos y pobres, primero
hay que admitir lo intolerable de esta situación. Inadmisible que mientras
unos vivan empachados, muchos no puedan ni comer. Más aún si tenemos en cuenta la relación de causalidad que existe en
esa brecha: la riqueza de los más ricos
produce la pobreza de los más pobres. Así las cosas, los primeros tienen
que ceder una parte de sus privilegiadas ganancias por todas las vías posibles:
tributando más, especulando menos,
rebajando precios, pagando mejores salarios, invirtiendo en serio. Y todo
esto sin berrear como desaforados porque tienen que renunciar a una mínima parte de los millones que están habituados a
ganar. Pensar que será fácil lograr esto es un exceso de ingenuidad: los que
están acostumbrados a especular, expoliar, explotar y evadir no van a dejar de hacerlo por propia
voluntad y en silencio; por algo son ricos, porque son egoístas y angurrientos. Y que muestren sus colmillos para defender
el botín, aunque nos enoje, resulta previsible. Lo que más desconcierta es que
algunas de las víctimas de este afán
desigualador sean las que salgan a respaldar a los desigualadores. Ese es
el mayor logro de la confusión discursiva: la
empatía de los que tienen poco y nada con los que se quieren quedar con todo.
Dentelladas de la bestia
Entre las fotos
de hoy hay otro 40 por ciento: el número
de la pobreza que Macri prometió llevar a cero con medidas que ni por casualidad podrían conducir a ese
objetivo. Esta es la Pesada Herencia en
serio que recibe el gobierno de Les Fernández, entre muchos otros números que
tratan de sintetizar las tragedias que
viven millones de argentinos. Todo esto mientras los sátrapas salientes
aseguran que han dejado sentadas las
bases para crecer. Claro, como cantaba Joan Manuel Serrat: “bienaventurados los que están en el fondo
del pozo, porque de allí en adelante
sólo cabe ir mejorando”. Nos hundieron, nos endeudaron, nos enfrentaron
y ahora dicen que fue por nuestro bien.
Como jugando de
manera cruel con sus víctimas, los amarillos claman en defensa del haber de los
jubilados, después de que han perdido entre el 15 y el 30 por ciento contra la
inflación gracias a la fórmula de
actualización defecada por Ellos. Tanta crueldad hay en el pensar de estos
ladinos que hasta han demonizado a los
jubilados por moratoria. En la jerga hegemónica, son los jubilados sin aportes, estigma que ha prendido en buena parte de
los colonizados. Una moratoria exige un pago, como muchos empresarios que
acceden a algo así y no dejan de ser
empresarios por hacerlo. Y si estos jubilados no lograron completar sus
aportes fue porque perdieron el empleo
formal o porque fueron estafados por sus empleadores. Una explicación
necesaria, aunque sea mucho más extensa que la etiqueta que pegotea la hegemonía discursiva en su afán de ensanchar
la Grieta.
La confusión
tiene como objetivo generar descontento
y desesperanza. También indignación, que es el alimento imprescindible para montar cacerolazos que desgasten al
nuevo gobierno. Aunque desde las usinas del Pensar Único hablen de diálogo
y consenso, lo que exigen es la temerosa
obediencia al Poder Económico. El Círculo Rojo no acepta que limen sus privilegios para derramar
derechos y observa con recelo cómo, tímidamente, el actual oficialismo
tantea el terreno con suba de retenciones, incremento de impuestos y una lupa
puesta sobre los gastos. Ya suenan los
tambores de guerra de los agrogarcas, que sólo producen para exportar y
siempre se están lamentando de lo pobres que son, aunque acumulan fortunas con cada cosecha. Los grandotes, porque
los medianos y pequeños, que son los que más contribuyen al mercado interno, están dando la bienvenida a la equidad
tributaria.
Lo que viene es
complicado: deconstruir el discurso ahora opositor y aclarar conceptos
tergiversados nos convertirán en fanáticos apologistas. Tanto tiempo
habrá que destinar a des-confundir a nuestros pares que no nos quedará espacio para la crítica orientadora de transformaciones
más profundas. Tanto esfuerzo tendremos que hacer para desmentir hechos
inventados que no nos quedarán fuerzas
para hablar sobre hechos certeros. Cuánto tendremos que desgastar nuestra
voz para contrarrestar la vocinglería
amplificada de los medios dominantes. Mucho de todo, seguro. Y valdrá la
pena si logramos que unas cuantas orejas
nos escuchen en serio.
gracias Gustavo te sigo leyendo, solo te puedo comnpartir por twitter, ya no tengo mas face-abrazos y lo mejor para el 2020
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