jueves, 12 de diciembre de 2019

Estreno en La Rosada


La pesadilla macrista terminó, por ahora. El Buen Mauricio dice que encarará una oposición responsable, algo que ni él cree. Ya ha dado muestras de eso en el pasado, antes de convertirse en el peor presidente de la democracia y no hace mucho, cuando comenzó a despedirse de sus incomprensibles seguidores después de la derrota del 27 de octubre. La cadena nacional del viernes 6, las tonterías que dijo el 7 D y el video Momentos del domingo 8 muestran que vive en otro planeta o que es más cínico de lo que todos suponemos. ¿Dónde está la responsabilidad en un tipo que a pesar de dejar tierra arrasada, se vanagloria de haber transformado el país para construir un futuro próspero? Quien crea en las pavadas que Macri recita sin avergonzarse es tan irresponsable que se convertirá en un peligroso escollo para los necesarios pasos que deberá realizar el flamante gobierno.
Aunque Macri ya fue, seguiremos hablando de él porque la herencia que nos deja es verdaderamente pesada. Un legado desastroso multidimensional que nos costará mucho desmontar. Desde la economía malograda en favor de unos pocos hasta esos pocos habituados a enriquecerse sin esfuerzo; desde la obediencia plena a los dictados internacionales hasta el pisoteo permanente a las instituciones; desde la apología del gatillo fácil hasta la estigmatización venenosa del Otro. Y lo peor que nos deja es ese 40 por ciento de antis que protestarán por todo sin entender absolutamente nada.
La placita del 7 D los mostró a pleno: odiadores empecinados, escupidores seriales, vomitadores de zonceras dictadas por la hegemonía mediática, absurdos opinadores, intolerantes detractores y muchas caracterizaciones más que los pintan como lo peor del peor lado de la Grieta. Mientras Alberto Fernández predica sobre la unidad, el todos juntos y la solidaridad ciudadana, esos furiosos perdedores vomitan su desprecio basado en infamias indemostrables. Y lo más grave de todo es que, a pesar de que se desmonten las falacias, seguirán vomitando hasta vaciar sus ponzoñosos estómagos prestos a recargarse. Quizá en unos días los veamos quejándose a viva voz de la alta inflación que hasta anteayer soportaron, la inseguridad que ahora estará en los titulares y los hechos de corrupción que inventarán las usinas de noticias falsas. Un solo pobre les bastará para anunciar el fracaso de las políticas inclusivas; un número adverso les servirá para exigir la renuncia de quien ni saben qué cargo ocupa. Los que toleraron a los ceos de las empresas beneficiadas en sillones públicos ya están poniendo el grito en el cielo porque La Cámpora invadió La Rosada. Tan extraviados están en sus conceptos que hasta creen que el Ingeniero es honesto. Lo que viene será tan movido que debemos estar más preparados que antes para las discusiones cotidianas si no queremos que estos devastadores personajes retornen al poder dentro de cuatro años, con un rostro distinto pero con las mismas intenciones malsanas.
El futuro es por acá
Mientras el nuevo mandatario presentaba los primeros pasos de su gestión, muchos integrantes del 40 por ciento promovían un apagón de medios por 24 horas o hablaban de la lapicera con que firmó CFK. Hasta llegaron a cuestionar el gesto de Cristina cuando saludó a Macri. ¿Qué cara quieren que ponga ante ese nefasto personaje que se montó a falacias inadmisibles para intentar meterla presa? ¿Cómo sonreír ante el infame personaje que la acusó de asesina? Bastante con que le dio la mano.
Pero Macri ya fue. Y por eso la plaza fue una fiesta: para que Macri no sea nunca más. No sólo macri, sino también todo lo que representa: un modelo de saqueo destructivo y de sometimiento a las angurrias de una minoría empachada; esa minoría que a pesar de su nocividad, recibe el apoyo de un cuarenta por ciento dispuesto a cacerolear para defender sus egoístas intereses; explotados que admiran a sus explotadores; expoliados que justifican a sus expoliadores; estafados que aplauden a sus estafadores.
Ahora está Alberto Fernández con CFK de vice, una foto histórica después de tantos años de demonización más propia de un cuento de hadas. Ella no paraba de sonreír y él no podía disimular la emoción. Algunas definiciones indican el nuevo rumbo. Sus conceptos sobre una reforma judicial que no ponga en jaque a la democracia, la intervención de los servicios de inteligencia para que no estén al servicio de las embajadas imperiales, el fin de los fondos reservados para que no se usen para premios y extorsiones y la suspensión de los sobornos millonarios a periodistas cómplices del saqueo que se termina.
Quizá la frase que más resume la impronta de la gestión recién estrenada es “queremos un Estado presente”. Como muchos, Alberto se equivocó. Durante años hemos escuchado caracterizar al Estado con múltiples calificativos antagónicos. Un Estado mínimo de los neoliberales se opone al gigante de lo que se condena como gobiernos populistas. El Estado ausente es la síntesis de los primeros y el presente de los segundos. Ninguna de estas dicotomías es verdadera. El Estado siempre está presente y nunca es mínimo. Lo hemos experimentado en todos los períodos en que la derecha conquistó el gobierno: el Estado mínimo sólo sirve para desemplear y que los ricos paguen menos impuestos; el Estado ausente es la falacia para la gilada, porque en estos cuatro años estuvo bien presente y fue enorme, pero para favorecer a un puñado.
En cualquier país del mundo, el Estado debe ser grande y presente. El asunto es al servicio de qué debe estar el Estado, si para proteger los privilegios de una minoría empachada o para ampliar los derechos de las mayorías agobiadas por la avaricia de unos pocos. Por supuesto, lo que se tratará de construir de ahora en más es el segundo Estado, a pesar de las protestas de los malintencionados y el coro callejero de los que se niegan a entender. O sí, pero se hacen. El Estado grande y presente a favor de la base de la pirámide con distribución de ganancias es lo que se avizora. No es una revolución, por supuesto, pero es a lo que podemos aspirar cuando tenemos a las fieras expeliendo su fétido aliento en nuestras narices. La revolución sería deshacernos de las fieras de una vez y para siempre, pero para eso falta mucho.

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