La
pesadilla macrista terminó, por ahora.
El Buen Mauricio dice que encarará
una oposición responsable, algo que ni
él cree. Ya ha dado muestras de eso en el pasado, antes de convertirse en el peor presidente de la democracia y
no hace mucho, cuando comenzó a
despedirse de sus incomprensibles seguidores después de la derrota del 27
de octubre. La cadena nacional del viernes 6, las tonterías que dijo el 7 D y el video Momentos del domingo 8 muestran
que vive en otro planeta o que es más cínico de lo que todos suponemos.
¿Dónde está la responsabilidad en un tipo que a pesar de dejar tierra arrasada, se vanagloria de haber transformado el país para construir un futuro
próspero? Quien crea en las pavadas que Macri recita sin avergonzarse es tan irresponsable que se convertirá en
un peligroso escollo para los necesarios pasos que deberá realizar el
flamante gobierno.
Aunque
Macri ya fue, seguiremos hablando de
él porque la herencia que nos deja es
verdaderamente pesada. Un legado
desastroso multidimensional que nos costará mucho desmontar. Desde la
economía malograda en favor de unos
pocos hasta esos pocos habituados a
enriquecerse sin esfuerzo; desde la obediencia plena a los dictados
internacionales hasta el pisoteo
permanente a las instituciones; desde la apología del gatillo fácil hasta la
estigmatización venenosa del Otro. Y lo peor que nos deja es ese 40 por ciento de antis que protestarán por todo sin entender absolutamente nada.
La
placita del 7 D los mostró a pleno: odiadores
empecinados, escupidores seriales, vomitadores
de zonceras dictadas por la hegemonía mediática, absurdos opinadores, intolerantes
detractores y muchas caracterizaciones más que los pintan como lo peor del peor lado de la Grieta.
Mientras Alberto Fernández predica sobre la unidad, el todos juntos y la solidaridad ciudadana, esos furiosos perdedores vomitan su desprecio basado en infamias
indemostrables. Y lo más grave de todo es que, a pesar de que se desmonten
las falacias, seguirán vomitando hasta
vaciar sus ponzoñosos estómagos prestos a recargarse. Quizá en unos días
los veamos quejándose a viva voz de la
alta inflación que hasta anteayer soportaron, la inseguridad que ahora
estará en los titulares y los hechos de corrupción que inventarán las usinas de noticias falsas. Un solo pobre les bastará
para anunciar el fracaso de las políticas inclusivas; un número adverso les servirá para exigir la renuncia de quien ni saben
qué cargo ocupa. Los que toleraron a los ceos de las empresas beneficiadas
en sillones públicos ya están poniendo
el grito en el cielo porque La Cámpora invadió La Rosada. Tan extraviados están en sus conceptos que
hasta creen que el Ingeniero es honesto. Lo que viene será tan movido que
debemos estar más preparados que antes para las discusiones cotidianas si no
queremos que estos devastadores
personajes retornen al poder dentro de cuatro años, con un rostro distinto pero
con las mismas intenciones malsanas.
El futuro es por acá
Mientras
el nuevo mandatario presentaba los primeros pasos de su gestión, muchos
integrantes del 40 por ciento promovían
un apagón de medios por 24 horas o hablaban de la lapicera con que firmó CFK.
Hasta llegaron a cuestionar el gesto de Cristina cuando saludó a Macri. ¿Qué
cara quieren que ponga ante ese nefasto
personaje que se montó a falacias inadmisibles para intentar meterla presa?
¿Cómo sonreír ante el infame personaje
que la acusó de asesina? Bastante con que le dio la mano.
Pero Macri ya fue.
Y por eso la plaza fue una fiesta: para que Macri no sea nunca más. No sólo macri, sino también todo lo que representa: un modelo de saqueo destructivo y de sometimiento a las
angurrias de una minoría empachada; esa minoría que a pesar de su
nocividad, recibe el apoyo de un cuarenta por ciento dispuesto a cacerolear para defender sus egoístas intereses; explotados que admiran a sus explotadores;
expoliados que justifican a sus expoliadores; estafados que aplauden a sus
estafadores.
Ahora
está Alberto Fernández con CFK de vice, una
foto histórica después de tantos años de demonización más propia de un
cuento de hadas. Ella no paraba de
sonreír y él no podía disimular la emoción. Algunas definiciones indican el
nuevo rumbo. Sus conceptos sobre una reforma judicial que no ponga en jaque a la democracia, la intervención de los servicios
de inteligencia para que no estén al
servicio de las embajadas imperiales, el fin de los fondos reservados para
que no se usen para premios y
extorsiones y la suspensión de los sobornos
millonarios a periodistas cómplices del saqueo que se termina.
Quizá
la frase que más resume la impronta de la gestión recién estrenada es “queremos un Estado presente”. Como
muchos, Alberto se equivocó. Durante años hemos escuchado caracterizar al Estado con múltiples
calificativos antagónicos. Un Estado mínimo de los neoliberales se opone al
gigante de lo que se condena como gobiernos
populistas. El Estado ausente es la
síntesis de los primeros y el presente de los segundos. Ninguna de estas
dicotomías es verdadera. El Estado
siempre está presente y nunca es mínimo. Lo hemos experimentado en todos
los períodos en que la derecha conquistó el gobierno: el Estado mínimo sólo
sirve para desemplear y que los ricos
paguen menos impuestos; el Estado ausente es la falacia para la gilada, porque en estos cuatro años estuvo bien presente y fue enorme, pero para
favorecer a un puñado.
En
cualquier país del mundo, el Estado debe
ser grande y presente. El asunto es al servicio de qué debe estar el Estado,
si para proteger los privilegios de una
minoría empachada o para ampliar los
derechos de las mayorías agobiadas por la avaricia de unos pocos. Por
supuesto, lo que se tratará de construir de ahora en más es el segundo Estado, a pesar de las protestas de los
malintencionados y el coro callejero de
los que se niegan a entender. O sí, pero se hacen. El Estado grande y presente a favor de la base de la pirámide con
distribución de ganancias es lo que se avizora. No es una revolución, por
supuesto, pero es a lo que podemos aspirar cuando tenemos a las fieras expeliendo su fétido aliento en
nuestras narices. La revolución sería deshacernos
de las fieras de una vez y para siempre, pero para eso falta mucho.
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