jueves, 4 de junio de 2020

El periodismo necesario


Hace 35 años que estoy en esta carrera. Claro, las cosas no son iguales desde entonces. Antes, la objetividad era una aspiración y hoy descubrimos que es un imposible. Aprendimos que el punto de vista no es un pecado, sino el lugar desde el que miramos y contamos. Que el periodista que se proclama independiente es más dependiente que nadie. Que el que promete las dos campanas sólo presenta una con disfraces diferentes. Que si una imagen muestra más que mil palabras, también una palabra puede mostrar más que mil imágenes.
Cada día del Periodista, planteamos las claves para comprender esta profesión: cuáles son los desafíos, las dificultades, los compromisos que cada año se presentan. Como en un rompecabezas gigante, siempre estamos pensando en qué pieza falta y cuál sobra. Ejemplos y anti ejemplos danzan ante esta construcción. Entre los primeros, Mariano Moreno por su lucidez revolucionaria y Rodolfo Walsh por denunciar la verdad en los tiempos más oscuros. Y Roberto Arlt, por la habilidad de embellecer lo cotidiano. Hay más ejemplos, por supuesto. Muchos periodistas han puesto el cuerpo a lo largo de la historia para dar sentido a esta profesión tan necesaria. Y lo siguen poniendo hoy, resistiendo en sus puestos de trabajo, enfrentando las presiones, padeciendo el injusto despido, superando desigualdades de todo tipo, creando nuevos medios donde materializar el compromiso de contar.
Claro que también están los anti ejemplos. Además de abundar, su voz es más potente. O mejor dicho, su voz está potenciada por los medios en donde desempeñan su anti ejemplaridad. Sus amañadas interpretaciones y sus fábulas delirantes construyen una pseudo realidad cada vez más alejada de los hechos. El pescado podrido de otros tiempos ahora recibe el importado –y más elegante- mote de fake news. La amplia difusión de estas atrocidades y la ausencia de desmentida construyen la llamada posverdad, un sentido común dominante basado en puras mentiras, que convierte al consumidor mediático en un colonizado.
Algunos podrán considerar exagerada esta afirmación. Sin embargo, las manifestaciones anticuarentena sugieren poca solidez en los argumentos de los participantes; en cada uno de ellos se puede detectar la huella de una falacia instalada desde la desproporcionada influencia de los medios hegemónicos y su difusión en las redes sociales. Lo preocupante es que esas deformaciones informativas después se expresan en las urnas. No olvidemos que convirtieron el suicidio del fiscal Nisman en un asesinato espectacular, una de las más emblemáticas muestras de manipulación mediática. Periodismo de guerra, como reconoció el fallecido Julio Blanc, exponente de esa prensa canalla. Periodismo de guerra que, lejos de terminarse, recrudece. La democracia está en peligro cuando una parte de la población basa su opinión en puras falsedades.
Por eso es tan importante educar a los futuros profesionales en la detección y deconstrucción de las noticias falsas; entrenar el olfato para descubrir lo que oculta una tapa; insistir en la práctica del chequeo de la información antes de darle difusión; desconfiar de los que siempre han mentido. Porque de eso estamos hablando: de la mentira que se instala como verdad y que alimenta los prejuicios del público distraído. La mentira, no como un error del periodista, sino como la nefasta magia de hacer que pase lo que nunca podría pasar, de hacer decir a alguien lo que nunca ha dicho. Como la información es un derecho, el que miente lo está vulnerando. La libertad de expresión no debería servir como excusa para la generación y propalación de falacias.
Ni siquiera en medio de la pandemia los diarios de mayor tirada y sus satélites todo terreno dejan de mentir, instalar el desánimo y horadar las instituciones. Mientras le dan cobertura a los 300 que inventaron la infectadura, silencian la carta de diez mil científicos que, con fundamentos sólidos, apoyan la continuidad de la cuarentena. Y así, con muchos hechos. No podemos conmemorar el día del Periodista sin recordar que en octubre de 2009 se promulgó la ley 26522, De Servicios de Comunicación Audiovisual. Años de debate confluyeron en un ejemplo mundial de democratización de la palabra. Como sabemos, Macri la destrozó de un plumazo. Ahora hay que exigir el retorno de esa normativa que volverá a traer aire fresco a la circulación de la palabra veraz, comprometida más con los intereses de la mayoría que con la avidez de una minoría empachada. Sin equidad en la comunicación, sin responsabilidad en la información, nuestro futuro siempre estará en peligro.

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