Hace 35 años que estoy en esta
carrera. Claro, las cosas no son iguales desde entonces. Antes, la objetividad era una aspiración y hoy
descubrimos que es un imposible. Aprendimos que el punto de vista no es un
pecado, sino el lugar desde el que
miramos y contamos. Que el periodista que se proclama independiente es más
dependiente que nadie. Que el que promete las dos campanas sólo presenta una con disfraces diferentes. Que si una imagen
muestra más que mil palabras, también una palabra puede mostrar más que mil
imágenes.
Cada día del Periodista, planteamos
las claves para comprender esta profesión: cuáles son los desafíos, las
dificultades, los compromisos que cada año se presentan. Como en un
rompecabezas gigante, siempre estamos
pensando en qué pieza falta y cuál sobra. Ejemplos y anti ejemplos danzan ante
esta construcción. Entre los primeros, Mariano Moreno por su lucidez revolucionaria
y Rodolfo Walsh por denunciar la verdad en los tiempos más oscuros. Y Roberto
Arlt, por la habilidad de embellecer lo cotidiano. Hay más ejemplos, por
supuesto. Muchos periodistas han puesto
el cuerpo a lo largo de la historia para dar sentido a esta profesión tan
necesaria. Y lo siguen poniendo hoy, resistiendo en sus puestos de trabajo,
enfrentando las presiones, padeciendo el injusto despido, superando
desigualdades de todo tipo, creando nuevos
medios donde materializar el compromiso de contar.
Claro que también están los anti
ejemplos. Además de abundar, su voz es más potente. O mejor dicho, su voz está potenciada por los medios en donde
desempeñan su anti ejemplaridad. Sus amañadas interpretaciones y sus
fábulas delirantes construyen una pseudo
realidad cada vez más alejada de los hechos. El pescado podrido de otros tiempos ahora recibe el importado –y más
elegante- mote de fake news. La amplia difusión de estas atrocidades y la
ausencia de desmentida construyen la llamada posverdad, un sentido común dominante basado en puras mentiras, que convierte
al consumidor mediático en un colonizado.
Algunos podrán considerar
exagerada esta afirmación. Sin embargo, las manifestaciones anticuarentena
sugieren poca solidez en los argumentos de los participantes; en cada uno de ellos se puede detectar la
huella de una falacia instalada desde la desproporcionada influencia de los
medios hegemónicos y su difusión en las redes sociales. Lo preocupante es
que esas deformaciones informativas después se expresan en las urnas. No
olvidemos que convirtieron el suicidio del fiscal Nisman en un asesinato
espectacular, una de las más emblemáticas muestras de manipulación mediática. Periodismo de guerra, como reconoció el
fallecido Julio Blanc, exponente de esa prensa canalla. Periodismo de guerra que, lejos de terminarse, recrudece. La democracia está en peligro cuando una
parte de la población basa su opinión en puras falsedades.
Por eso es tan importante educar
a los futuros profesionales en la detección y deconstrucción de las noticias
falsas; entrenar el olfato para descubrir lo
que oculta una tapa; insistir en la práctica del chequeo de la información
antes de darle difusión; desconfiar de
los que siempre han mentido. Porque de eso estamos hablando: de la mentira que se instala como verdad
y que alimenta los prejuicios del público distraído. La mentira, no como un
error del periodista, sino como la nefasta magia de hacer que pase lo que nunca podría pasar, de
hacer decir a alguien lo que nunca ha dicho. Como la información es un derecho,
el que miente lo está vulnerando. La
libertad de expresión no debería servir como excusa para la generación y
propalación de falacias.
Ni siquiera en medio de la
pandemia los diarios de mayor tirada y sus satélites todo terreno dejan de mentir, instalar el desánimo y
horadar las instituciones. Mientras le dan cobertura a los 300 que
inventaron la infectadura, silencian la carta de diez mil científicos
que, con fundamentos sólidos, apoyan la continuidad de la cuarentena. Y así,
con muchos hechos. No podemos conmemorar el día del Periodista sin recordar que
en octubre de 2009 se promulgó la ley 26522, De Servicios de Comunicación Audiovisual.
Años de debate confluyeron en un ejemplo
mundial de democratización de la palabra. Como sabemos, Macri la destrozó de un plumazo. Ahora
hay que exigir el retorno de esa normativa que volverá a traer aire fresco a la circulación de la palabra veraz,
comprometida más con los intereses de la mayoría que con la avidez de una
minoría empachada. Sin equidad en la comunicación, sin responsabilidad en
la información, nuestro futuro siempre
estará en peligro.
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