La última manifestación
anticuarentena tuvo menos participantes
que una de los terraplanistas. Sin embargo, sigue teniendo espacio en los
medios hegemónicos, a pesar del absurdo
de las posiciones. Por ahora son pocos porque las plumas ilustres no encuentran la manera de incrementar el
descontento. Además, tampoco se animan a ponderar las tonterías que
esgrimen sus protagonistas –inventadas
desde esas mismas cloacas mediáticas y sociales- y, menos aún, aplaudir a
un tipo que se presenta con una foto de Videla estampada en su remera, por más
que estemos en una ilusoria infectadura. Hasta ahora, araron en el mar y se conformaron con convocar a 200
y pico de individuos vergonzantes al obelisco y magnificar esa insignificancia. La intervención y futura
expropiación de Vicentín les da la excusa que necesitaban para intentar sembrar la indignación que, de momento, no resulta
preocupante.
En estos días, comenzarán a
agitar las banderas que les dieron éxito
manipulador y a forzar la identificación con quienes, información veraz
mediante, jamás merecerían semejante
sacrifico: en su momento, “Yo soy el
Campo” y “Yo soy Nisman” resultaron
efectivas; la renuncia del individuo a
ser sujeto y a convertirse en otro distante y hasta perjudicial. Banderas
agitadas para un público cautivo más
propenso a marchar en defensa de estafadores privados que para quejarse por
el espionaje ilegal del malandra ex presidente, al que todavía reivindican por haber destruido el país.
La decisión tomada respecto a la empresa
Vicentín ordena con más fundamentos a la oposición porque reinstaura la Grieta en un lugar más definido. El cuestionamiento a
la cuarentena desde las libertades y la preocupación por el ingreso de los
trabajadores encubre el interés egoísta
de una minoría por la reactivación económica. Reactivación económica
necesaria que, en la mirada elitista de los más ricos, no va a significar una transformación positiva en la distribución
porque, como ya sabemos, sólo quieren incrementar sus ganancias para fugar y no para invertir. A pesar
de eso, defender la actividad privada permite definiciones ideológicas más coherentes que alentar el descuido de la
salud.
El caso Vicentín no es exclusivo,
sino que evidencia el comportamiento de
gran parte de las grandes empresas cuyo patrimonio es más voluminoso en los
paraísos fiscales que en activos visibles en el país. ¿Cómo es posible que una
firma que participa en la producción,
comercialización y exportación de agroalimentos, que ha pasado del puesto 19 al 6 en cuatro años, presente
cesación de pagos después de haber
recibido un préstamo multimillonario del Banco Nación? Eso es fuga,
vaciamiento, estafa, evasión, corrupción y no el comportamiento honesto de una
empresa tan pujante y con tanto auxilio
estatal. Además –y esto no debe ser una invención nacional- se presenta la
anomalía de compañías fundidas con
dueños ricos. Entonces, que no vengan con el verso de la propiedad privada o la inconstitucionalidad. Más
ilegal fue el comportamiento de Vicentín y todos
los que ahora lo quieren encubrir.
La medida es el resultado del comportamiento espurio que tiene gran parte de los
actores económicos tanto locales como globales y es la más aplaudible tomada por el Gobierno Nacional en medio de la
pandemia. Y debería ser el primer paso en la recuperación de nuestras riquezas
para que estén al servicio de todos los
argentinos. ¿Estoy soñando demasiado, no?
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