Desde hace más de tres meses
estamos hablando del coronavirus y sus
consecuencias. Las discusiones sobre la cuarentena suelen versar sobre el hartazgo del encierro, la libertad y hasta
las más delirantes teorías conspirativas. También sobre la Economía, desde
los conceptos más abstractos vertidos por los analistas mediáticos hasta los
más empíricos relacionados con los ingresos familiares. Mientras tanto, el
mensaje presidencial reitera que la salud está primero, pero eso no alcanza
para los millones de argentinos que aún
están excluidos. En campaña y mucho después de haber asumido, Alberto
Fernández insistió con la idea de que no
pagaría la crisis con el hambre de los ciudadanos. Esta es una crisis: la
suma de lo heredado más lo incorporado por la cuarentena y de manera dolorosa, la están padeciendo los que menos tienen,
que deben ser muchos más de los que cuentan las estadísticas.
El anuncio del viernes sinceró una mala costumbre: la realidad
argentina se reduce a lo que ocurre en una parte de su territorio. Y, aunque el incremento de los contagios lo justifica,
las nuevas medidas sobre la intensificación de la cuarentena afectan a la CABA,
el AMBA y Chaco. Por un lado, está bien que aísle las zonas de mayor peligro epidemiológico para preservar al resto
del país, pero eso no debe significar que nos condene al olvido. El IFE también lo siguen necesitando muchos
compatriotas cuyos ingresos son
insuficientes o nulos para alcanzar lo indispensable, aunque la cifra
apenas alcance para cubrir la cuarta
parte de la canasta básica. Que en estos cuatro meses se hayan distribuido
20 mil pesos –a razón de 5000 por mes- no
es un gran paso hacia la equidad. Ni siquiera es un alivio. Más aún si el
tan proclamado impuesto a las grandes
fortunas también está en cuarentena.
Aunque parezca una broma, los del
mal llamado interior estamos ante una
posibilidad histórica. Más que nunca, la desproporción poblacional y
productiva que se concentra en el AMBA se
puso en evidencia en estos más de cien días. No resulta coherente que un país
tan extenso y diverso esté atado a los
destinos y caprichos de una porción tan acotada. Quizá sea el momento de
desconcentrar. Quizá sea la hora de avanzar hacia un país federal en serio, desde todos los puntos de vista.
Que el desarrollo de las economías regionales no se reduzca a los productos turísticos ni quede a merced de las
decisiones presidenciales.
La provincia de Santa Fe está en una fase de la cuarentena que permite
muchas actividades, salvo en algunas localidades donde los contagios
encienden las alarmas. La ciudad de Rosario tiene un movimiento casi normal; lentamente, los bares comienzan a
funcionar. Hasta los comercios mayoristas de calle San Luis han quintuplicado sus ventas porque los
viajes de compras a Buenos Aires están suspendidos. A pesar de eso, el
desempleo en los primeros tres meses del
año alcanza el 13 por ciento y durante la cuarentena debe haber crecido más.
No es muy descabellado diseñar en una
provincia tan productiva, no un plan de contingencia para desempleados y
empobrecidos, sino un programa de
desarrollo económico que mitigue la dependencia con la CABA y sus alrededores.
De una vez por todas debemos cortar con el
unitarismo que casi siempre nos condiciona. Y no con sucursales o segundas
fábricas de los grandotes de siempre sino con las fortunas ociosas de muchos
ricachones locales. La nueva normalidad tan anunciada puede contender algo de eso y por supuesto, mucho más.
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