Los cambiemitas están bastante desorientados. Al parecer, no
encuentran argumentos coherentes
para oponerse. Sus intelectuales –dicho
esto con mucha generosidad- sólo cuestionan la cuarentena desde la exageración del peligro o el atropello a
las libertades individuales. Para que estas pamplinas tengan eco, necesitan
aislar informativamente a su electorado
cautivo, que ni siquiera se entera de que un militante anti-cuarentena
murió de coronavirus. Sin embargo, en todos los idiomas, la cuarentena es –por
ahora- la única manera de evitar el
contagio y la caída de la Economía es la
previsible consecuencia de la pandemia. La hegemonía discursiva siempre
intenta mostrar lo que pasa en Argentina como
si fuera una anomalía mundial donde el Estado es el único culpable, sobre
todo cuando lo gobierna algo más o menos parecido al peronismo. Para lograr
cierta aceptación, los voceros del establishment deben embrutecer a su público, aunque incurran en groseras
contradicciones: aplaudir la estatización
de una aerolínea en Alemania pero repudiar la intervención en Vicentín, por
ejemplo. Lo que Allá es ponderable, acá es repudiable. Y el televidente responde con su manipulada indignación sin
entender absolutamente nada.
Ese es el caldo de cultivo para transformar el asesinato de Fabián
Gutiérrez en un crimen político, como intentaron hacer con el suicidio del
fiscal Alberto Nisman, con total éxito en el sentido común. Además, tienen un poder discursivo en apariencia
indestructible, seguidores capaces de creer cualquier cosa que fundamente sus prejuicios y la voluntad intacta
de proyectar su vileza hacia todos los
que detestan visceralmente. Por eso puede resurgir de sus cenizas Laura
Alonso, para calificar de “G-R-A-V-I-S-I-M-O”
lo que a todas luces es un homicidio por
extorsión de quien fuera secretario de CFK durante poco tiempo y un
arrepentido que no aportó nada en la inconsistente causa de los Cuadernos
Quemados. Y todo para desviar la atención del cimbronazo judicial y político del entramado de espionaje ilegal.
A todo esto se suman los hondazos del titular de la UCR, Alfredo
Cornejo que propone la declaración de la
provincia de Mendoza como país independiente. O los miembros de FOPEA, que
agitan las banderas de la libertad de expresión para defender a los periodistas que se beneficiaron con el
espionaje ilegal. O los estancieros que convocan a protegerse con armas a
los inexistentes atentados K contra los silo-bolsas. O los cómplices de Macri
que firman una nota para denunciar persecución política en lugar de indignarse con el entramado mafioso orquestado por la
fuerza política que los contiene. Si el Infausto Ingeniero deseaba enviar a
la luna a 562 argentinos que le molestaban, ¿qué debería hacerse con estos
tránsfugas cuya razón de ser es alterar
la vida democrática para beneficio exclusivo de unos cuantos estafadores?
Porque los que se lo pasan
pontificando sobre la República y las Instituciones, no han hecho más que vulnerarlas en cuanto han tenido oportunidad, desde el gobierno o fuera de él. Los
que más han desgobernado el país son los que nunca han sido votados. El Poder Real no necesita elecciones para
modelar la realidad a su más egoísta conveniencia. El caso de Macri es único:
él no necesitaba acceder a la presidencia para incrementar sus negocios. Lo hizo por puro ego, por mero capricho de
niño rico, de angurriento desmedido. Así nos fue y cuesta creer que algunos todavía se atrevan a defenderlo.
Pero el asunto no pasa por Macri,
como quieren hacer creer los que están armando
un buzón electoral sin tenerlo en
cuenta. Lo que nunca está en discusión es lo más importante: el sistema que está detrás del monigote que
designan; la defensa de un sistema empresarial corrupto que genera fortunas para sus accionistas sin
invertir en producción real; el empobrecimiento creciente de la mayoría
para el incremento bestial de fortunas personales. Hasta que no se comprenda quiénes son los que obstaculizan el
desarrollo y la equidad, siempre estaremos perdidos en los mismos senderos
escabrosos.
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