Un sector minúsculo de la
población usurpó el Día de la Independencia para clamar por la libertad en medio de la cuarentena. Ya se habló mucho
del absurdo de clamar por la libertad sin
que nadie lo impida, siquiera por incumplir las restricciones de la
cuarentena. Como los pseudo periodistas de los medios hegemónicos, que
denuncian censura y persecución sin que
nadie los censure y los persiga. Contradicciones propias de la Revolución
de la Alegría residual. Un entramado de consignas confusas que ocupa la
superficie para ocultar el verdadero ideario. La disociación entre la fantasía malsana y la vida real; un
mundo paralelo en donde importan más las falacias que fundamentan los prejuicios
que los hechos que los demuelen; una
puja eterna entre el individuo colonizado que lame la mano del conquistador y un ser social libre que lucha por romper las cadenas que va descubriendo en
su construcción.
Individuos
absolutos capaces de participar en marchas sin distanciamiento ni
motivos, de organizar torneos de truco o fiestas de cumpleaños con más de
veinte personas. ¿En qué cabeza cabe
tanta negación del riesgo? Y esto no significa un guiño a los
hipocondríacos, sino un llamado a la
responsabilidad social. Más allá del enojo de los anti cuarentena, los
países que ostentan mayor número de muertos y contagiados son aquellos que apelaron a la inmunidad
de la manada y priorizaron la
economía por encima del cuidado de la salud. Y el individuo absoluto no
entiende que no sólo se contagia él, sino que puede contagiar a otros. Este reclamo incongruente por la libertad
no es más que una forma elegante del más
extremo egoísmo.
Pero ya sabemos que todo es una excusa: detrás de estas
catarsis caceroleras se esconde el
rechazo a un modelo que busca limar apenas las grandes fortunas para intentar
un poco de equidad. Una hipocresía salir en defensa de la propiedad privada
cuando la mayoría ni sabe lo que es eso.
Los que marcharon el jueves –muchos de ellos inquilinos- piensan que están clamando por un derecho cuando en
realidad están defendiendo el privilegio de unos pocos.
Porque eso es lo que nunca van a entender: resulta
contradictorio que se lamenten por los pobres, compartan fotos de chicos
desnutridos y se sumen a campañas caritativas exorcizadoras de culpas y después
participen de una manifestación apologista de los generadores de desigualdad.
La libertad es una idea tentadora para todos, pero es un concepto apropiado por el neoliberalismo más extremo para justificar
el saqueo. La cereza de un postre del que nunca probamos un bocado. Los pobres son despojados de su acceso a todo –cercenando libertades- por estos multimillonarios que han obtenido
todo a fuerza de despojar. Y los caceroleros dirán que “si son ricos es porque han trabajado toda su vida”, una patraña que se desmonta con pocos datos.
Ni trabajando cien vidas se pueden obtener
fortunas de miles de millones de dólares. Mientras estos enajenados
protestones recitan “los k se dobadon
todo”, estas megaempresas
monopólicas nos saquean todos los días.
Una de las grandes dudas es cómo
hará el gobierno nacional para reactivar
la economía post pandemia. Ya se están filtrando algunas de las medidas más
importantes, como auxilio a las pymes, construcción de viviendas sociales e
incentivo a las legendarias economías
regionales: una especie de plan Marshall vernáculo versión siglo XXI; una reformulación del modelo del derrame
donde las gotas caerán desde menos altura, para que no horade tanto la base.
Mientras estén las grandes empresas monopólicas y multinacionales,
incontenibles en su angurria, soplando su fétido aliento sobre nuestras
cabezas, ningún plan funcionará. Con
estos gigantescos carroñeros que apelan a todas sus tretas para multiplicar ganancias sin invertir ni
tributar, fugando cada centavo a paraísos lejanos, estafando a más no poder a cada uno de nosotros, no hay país
desarrollado posible. Ese puñado de avarientos no debe estar incluido en el país que necesitamos construir.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario