lunes, 13 de julio de 2020

Una Independencia todo terreno


Un sector minúsculo de la población usurpó el Día de la Independencia para clamar por la libertad en medio de la cuarentena. Ya se habló mucho del absurdo de clamar por la libertad sin que nadie lo impida, siquiera por incumplir las restricciones de la cuarentena. Como los pseudo periodistas de los medios hegemónicos, que denuncian censura y persecución sin que nadie los censure y los persiga. Contradicciones propias de la Revolución de la Alegría residual. Un entramado de consignas confusas que ocupa la superficie para ocultar el verdadero ideario. La disociación entre la fantasía malsana y la vida real; un mundo paralelo en donde importan más las falacias que fundamentan los prejuicios que los hechos que los demuelen; una puja eterna entre el individuo colonizado que lame la mano del conquistador y un ser social libre que lucha por romper las cadenas que va descubriendo en su construcción.
Individuos absolutos capaces de participar en marchas sin distanciamiento ni motivos, de organizar torneos de truco o fiestas de cumpleaños con más de veinte personas. ¿En qué cabeza cabe tanta negación del riesgo? Y esto no significa un guiño a los hipocondríacos, sino un llamado a la responsabilidad social. Más allá del enojo de los anti cuarentena, los países que ostentan mayor número de muertos y contagiados son aquellos que apelaron a la inmunidad de la manada y priorizaron la economía por encima del cuidado de la salud. Y el individuo absoluto no entiende que no sólo se contagia él, sino que puede contagiar a otros. Este reclamo incongruente por la libertad no es más que una forma elegante del más extremo egoísmo.
Pero ya sabemos que todo es una excusa: detrás de estas catarsis caceroleras se esconde el rechazo a un modelo que busca limar apenas las grandes fortunas para intentar un poco de equidad. Una hipocresía salir en defensa de la propiedad privada cuando la mayoría ni sabe lo que es eso. Los que marcharon el jueves –muchos de ellos inquilinos- piensan que están clamando por un derecho cuando en realidad están defendiendo el privilegio de unos pocos.
Porque eso es lo que nunca van a entender: resulta contradictorio que se lamenten por los pobres, compartan fotos de chicos desnutridos y se sumen a campañas caritativas exorcizadoras de culpas y después participen de una manifestación apologista de los generadores de desigualdad. La libertad es una idea tentadora para todos, pero es un concepto apropiado por el neoliberalismo más extremo para justificar el saqueo. La cereza de un postre del que nunca probamos un bocado. Los pobres son despojados de su acceso a todo –cercenando libertades- por estos multimillonarios que han obtenido todo a fuerza de despojar. Y los caceroleros dirán que “si son ricos es porque han trabajado toda su vida”, una patraña que se desmonta con pocos datos. Ni trabajando cien vidas se pueden obtener fortunas de miles de millones de dólares. Mientras estos enajenados protestones recitan “los k se dobadon todo”, estas megaempresas monopólicas nos saquean todos los días.
Una de las grandes dudas es cómo hará el gobierno nacional para reactivar la economía post pandemia. Ya se están filtrando algunas de las medidas más importantes, como auxilio a las pymes, construcción de viviendas sociales e incentivo a las legendarias economías regionales: una especie de plan Marshall vernáculo versión siglo XXI; una reformulación del modelo del derrame donde las gotas caerán desde menos altura, para que no horade tanto la base. Mientras estén las grandes empresas monopólicas y multinacionales, incontenibles en su angurria, soplando su fétido aliento sobre nuestras cabezas, ningún plan funcionará. Con estos gigantescos carroñeros que apelan a todas sus tretas para multiplicar ganancias sin invertir ni tributar, fugando cada centavo a paraísos lejanos, estafando a más no poder a cada uno de nosotros, no hay país desarrollado posible. Ese puñado de avarientos no debe estar incluido en el país que necesitamos construir.

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