Si le
preguntaran a Macri sobre la promesa de la oposición
responsable, seguramente farfullaría “esa
te la debo”. Como la fuerza
política que encabeza no puede expresar con sinceridad su ideario, sus
exponentes arrojan estiércol para cualquier lado y desde el rincón más
oscuro que ocupan. En realidad, el Ingeniero no lidera nada y el PRO sólo
tiene la fuerza que emana del Poder Real, sobre todo el mediático.
Ninguno se puede apartar del guion establecido y de la estrategia de campaña
que ya ha comenzado: erosionar al nuevo gobierno y sembrar en el sentido
común de los desprevenidos la idea de que el populismo es más peligroso que cualquier virus.
No por
mérito propio sino por el de obedecer al mismo guion, los anti
cuarentena ganaron la batalla. No es que hayan abandonado las cacerolas, como sugirió
con un inocente retuiteo el diputado
cambiemita Fernando Iglesias, para tomar otras herramientas más drásticas,
sino porque el absurdo de la libertad en
peligro obligó a flexibilizar el aislamiento. Sin esta excusa
machacona sería imposible un relajamiento de la cuarentena en pleno auge de
los contagios y una ocupación alarmante de las camas de Terapia
disponibles. Y no hay que olvidar el anuncio místico con reminiscencias
dictatoriales de la ex diputada Carrió sobre el secuestro del Salvador y la irresponsabilidad de sugerir que
se repartan hostias en la calle porque “Jesús
es el que sana y cura”. Todos los que hoy celebran la recuperación de la
libertad para correr, comprar, pasear, rezar serán los primeros en reprochar
cuando la propagación del Covid sea inmanejable.
Aunque
parezca mentira, la campaña de desgaste está en marcha y con tanta
desesperación que queda muy en evidencia. Desde las dudas planteadas sobre la
continuidad de Fernández en una amable mesa televisiva hasta el chorro de
alcohol en gel a la cara de un funcionario; desde las denuncias de
persecución política al periodismo de guerra ejecutado desde las
propaladoras de estiércol hasta las cadenas de whatsapp grabadas por actores
que simulan ser ciudadanos asustados; desde las absurdas advertencias de
convertirnos en Valenzuela hasta
los análisis agoreros de los columnistas
especializados en patrañas. Hasta plantean que el Frente de Todos es
una bolsa de gatos que será desarmada
por el fuego amigo cuando, en
realidad, los disparos provienen de los verdaderos enemigos, que son los
mismos de siempre: los mega-empresarios que, desde la dictadura para acá no
han parado de crecer y condicionar a los gobiernos para que satisfagan sus
apetencias monstruosas.
La
semana pasada, CFK compartió una nota de Alfredo Zaiat en la que describe el
escenario del empresariado argentino encabezado por Techint y Clarín y
advierte que con sus prácticas extorsivas, evasoras, especuladoras y
fugadoras es imposible construir la economía del futuro. Esto alteró
a los miembros del establishment porque desnuda lo nocivos que son para el
país que llena sus arcas pero no es destinatario de sus ganancias. El caso
Vicentín encendió las alarmas de los ricachones con cola de paja, porque el
accionar delictivo de esta empresa es practicado por muchas de las grandes
exportadoras. Aunque el presidente se haya mostrado arrepentido por
plantear la expropiación, muchos sabemos que es el único camino para amoldar
a los tránsfugas que dificultan nuestro desarrollo. La propiedad es un
derecho siempre y cuando no se convierta en un escollo para los derechos
colectivos. Si el propietario transforma su derecho en un privilegio dañino
para el conjunto –como especular con el alimento, maquinar ganancias sin
producir, triangular para evadir- no merecen ser propietarios.
Claro
que hay giles que confunden un grupo de accionistas inescrupulosos con el
dueño de un kiosquito o de un mono-ambiente. Los que se quejan por el precio
de los alimentos o por los incendios en las islas y después salen a defender
a los que provocan todo eso, no entienden nada. El día que empiecen a
comprender cuáles son los verdaderos problemas y acompañen las soluciones,
tendremos crecimiento y equidad para toda la vida.
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