La ineludible noticia de la semana es que Menem murió el día de los enamorados. Tan paradojal como Bernardo Neustadt el día del periodista o Augusto Pinochet en el de los DDHH. No tan exacto como Videla en un inodoro. Nadie elige cuándo, cómo o dónde morir, salvo aquel fiscal que se suicidó en su baño. Sí podemos elegir cómo vivimos y, en sintonía con eso, cómo nos recordarán. En el caso específico del Infame Riojano, lo más notorio es que murió impune. Y eso da mucha bronca. Más bronca da que lo honren, que algunos hablen de las transformaciones que realizó en Argentina, de cómo “nos integró al primer mundo”, de su simpatía y de muchos tópicos más para disfrazar su monstruosidad. Hasta el presidente Fernández lo situó como víctima, como perseguido político, como preso de la dictadura. Tanto se vio afectado Menem con eso que terminó sirviendo a los perseguidores y deformando los objetivos del partido al que pertenecía.
¿Hay algo bueno para recordar de
este personaje? Algunos se atrevieron a reivindicar el legado del ex
presidente. ¿Qué de bueno dejó?
Algunos estarán pensando en las denuncias de corrupción de aquellos tiempos que
quedaron en la nada. Aunque parezca
mentira, eso es lo de menos. Menem
fue un continuador del plan económico-social de la dictadura; fue un alumno modelo
del Consenso de Washington; fue el que
entregó los puertos a las multinacionales; fue el que regaló las empresas
del Estado que tanto esfuerzo demandó conformar; fue el que dolarizó nuestra vida con la fantasía del
uno a uno; fue el que creó el sistema de jubilación privada que se convirtió en una timba destructiva;
fue el que inventó el monotributo como estrategia para reducir la informalidad
y terminó siendo una herramienta ideal para
la precarización laboral; fue el que sumó tropas a una guerra ajena para recibir a cambio dos atentados terroristas;
fue el que hizo estallar una ciudad para
ocultar el contrabando de armas; fue el que indultó a más de 200 genocidas con un sonriente cinismo. ¿Alguien
encontró algo bueno en este apretado listado?
En los años del menemato, la farandulización de la política se
convirtió en doctrina. El fin de las ideologías encontró en esos tiempos
muchos apologistas. Hay varias muestras de eso, pero basta recordar algunas: el abrazo con Isaac Rojas, emblema del
antiperonismo; Amalita Fortabat intentando confesar ante las cámaras que
siempre había sido peronista y no logró
terminar la frase porque su propia risa la interrumpía; los Alsogaray
ponderando las políticas de Menem y hasta vistiéndose de funcionarios; el intento de explicar el engendro
ejecutado como un peronismo reformulado. La construcción de un sentido
común horroroso también forma parte del legado.
La ponderación de las fortunas
meteóricas tenía su expresión en el programa televisivo “Ricos y famosos”, en el que se
mostraban fastuosas mansiones para reforzar
el dolor de los millones desplazados. Ostentar riqueza fácil no quedaba tan
mal en los noventa.
“No
hay que festejar las muertes”, dicen por ahí, pero la muerte no
santifica. Este muerto duele a nuestra
historia y también a nuestro presente. Aún estamos padeciendo “su legado” y, en la construcción de un futuro para todos, no cabe ninguna
reivindicación. Bastante premio tuvo al terminar su vida como senador. Tan generosos somos con los que sólo buscan
destruirnos. En lugar de tantos homenajes y anécdotas divertidas, debemos repudiar su oscura impronta para iluminar
nuestros pasos y deshacernos de todo lo que instauró. Y recordar que los
embaucadores a veces se disfrazan de caudillo riojano, otras de play boy
acaudalado o de porteño con cara de serio. Aunque
se haya muerto el perro, la rabia aún ronda entre nosotros.
Totalmente de acuerdo con vos, por eso me causa asco las consideraciones que tuvo Fernandez o ver a Cristina recibiendo el cajon de este infame traidor a la patria. Ya se que sus seguidores (kirchneristas) todo lo justifican, pero la verdad que es muy triste ver como lo indultaron
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