La semana pasada comenzó tormentosa: la búsqueda de una menor angustió durante los primeros días y, cuando se temía lo peor, la rescataron sana y salva. Un final que podría ser feliz evidencia, en realidad, la infelicidad de muchos que no tienen nada. Ni nombre, siquiera. “M” nos interpela, no para que respondamos con un conmovedor y temporal espíritu caritativo, sino para que transformemos la distribución en serio. Algunos opinadores se sorprenden por la cantidad de personas que viven en situación de calle y, por supuesto, claman por soluciones urgentes. La asistencia del Estado –de cualquier Estado- puede atenuar el drama, pero no modifica nada. Si más de la mitad de los trabajadores formales no accede a cubrir la canasta básica de alimentos, ¿qué podemos esperar para los informales, los desempleados y los que ni siquiera tienen nombre? Lo urgente posterga lo importante, que es discutir seriamente cómo se reparte la riqueza generada en nuestro país –que es muchísima- entre todos sus habitantes. Para evitar las urgencias no debemos perder de vista lo importante.
Claro que –por múltiples motivos-
algunos sectores políticos no están
preparados para esta discusión. Menos los que aseguran que el “Caso M” fue una treta K para opacar la presentación del libro que escribió –es
un decir- el ex empresidente Macri.
Ni tampoco los que estigmatizan a las
víctimas de este sistema que institucionaliza la desigualdad. Ni los que ponen su fe en la teoría del derrame o en la tan siniestra meritocracia. Para
vencer la desigualdad hay que
neutralizar a los que desigualan.
Un ejemplo puede servir: el año
pasado, la empresa Arcor ganó –cubriendo todos sus gastos- 5442 millones de pesos de acuerdo al balance presentado ante la
Comisión Nacional de Valores. En 2018 había tenido un resultado negativo de
1555 millones y de 196,2 millones en 2019. De ese montón que ganó mientras
muchos perdían con la pandemia, el directorio de la firma de Luis Pagani repartió la mitad -2650 millones- entre sus
accionistas y destinó 1691 para repartir más adelante. De más de 5400
millones de pesos de ganancia, sólo 1100
millones se guardan para inversiones. Más de dos tercios de la ganancia generada por todos los que consumimos sus
innumerables productos quedan en manos de unos pocos. Y los empleos que
generen las nuevas inversiones mantendrán
la misma lógica desigualadora.
Mientras el presidente Fernández
asegura que el incremento salarial debe ganarle a la inflación, los especuladores de las góndolas ya están
aumentando a cuenta. Y también está en la
mira de estos inescrupulosos el excedente que quedará en los salarios por
la eliminación del mal llamado Impuesto a las Ganancias. ¿De qué sirve un incremento salarial o la eximición de un impuesto si
apenas va a alcanzar para comprar exactamente lo mismo que antes? En los
países que muchos exhiben como modelo, los trabajadores formales destinan menos del 10 por ciento para la compra de
alimentos. Y no es porque coman menos, sino porque el precio de los productos no tiene la irracionalidad vernácula.
Para evitar que las urgencias nos
desborden, más que aumentar el ingreso de los trabajadores hay que bajar sus
gastos, para que el salario alcance no
sólo para lo esencial, sino para la vestimenta, los servicios, el esparcimiento
y el ahorro. Y eso sólo se consigue con un control estricto e inmediato de
los que quieren saquear nuestros bolsillos. Entonces, será mucho más fácil
asistir e incorporar a los que subsisten al margen de todo, porque con un modelo económico más justo, serán
cada vez menos los “M” que no tienen
nada de nada.
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