Esta semana arrancó con énfasis. En el discurso de apertura de las sesiones ordinarias del Congreso, el presidente Alberto Fernández abandonó la tibieza para remarcar el rumbo. Nada de diálogo ni conciliación para los que destruyeron nuestra economía y lo quieren seguir haciendo. Eso tranquiliza un montón porque sonreír a estos bárbaros es una muestra de debilidad. Después de las bolsas mortuorias colgadas en las rejas de La Rosada, ningún diálogo es posible con el núcleo duro del PRO. Si una investigadora del Conicet –Sandra Pitta- considera que cuando esta derecha bestial regrese al gobierno van “a pisar como cucarachas” a los kirchneristas, si el aún fiscal Carlos Stornelli quiere tener un encuentro de hombre a hombre con Alberto cuando ya no sea presidente y si muchos exponentes cambiemitas todavía sostienen que representan la eficiencia, la transparencia, el progreso, la República y coso, ¿qué se puede acordar con Ellos?
Lo han demostrado en los cuatro
años de desgobierno macrista: lo único que saben hacer es potenciar privilegios para una minoría enriquecida a costa del
empobrecimiento del resto. Y eso deberán pagarlo, si no en los Tribunales, al menos con una disminución de los votos.
Si los jueces no castigan las atrocidades institucionales, económicas y
jurídicas implementadas por la Revolución
de la Alegría, que sean las urnas
las que los condenen al ostracismo que merecen.
El discurso de Alberto sacudió la modorra veraniega. Las dos
horas de definiciones, propuestas, proyectos y acusaciones –salpicadas con
algún tropiezo lingual— definen un nuevo
estilo de gobierno. Si a esto agregamos el alegato de Cristina ante los
jueces de Casación por la causa Dólar Futuro, el sendero está marcado. Ningún país puede ser construido sobre las bases de un Poder Real que sólo planea
la destrucción. Tanto el presidente como la vice explicaron con claridad
que parte del Poder Judicial, los medios de comunicación hegemónicos y las
empresas formadoras de precios son un
obstáculo para un país más justo. Y lo urgente es que dejen de serlo.
Por más que Clarín, La Nación y
toda la cadena de medios falaces y mafiosos señalen a CFK como agresiva,
amenazante, injuriosa, la mayoría sabe
que no es así. Cristina demolió no sólo a los jueces que la escuchaban sino
que dejó al descubierto el entramado del
Law Fare. Por más que digan que los K buscan la impunidad, gran parte de la
población no come vidrio y los que vieron su intervención de casi una hora
quedaron convencidos de que no hay
convivencia posible con jueces y medios que –explotando una independencia
inexistente- condicionan la vida democrática del país. Que anulen o no esta
causa ya no tiene importancia: hagan lo
que hagan seguirán demostrando que no están a la altura del cargo que usurpan.
Tarde o temprano, esa corporación mafiosa liderada por Héctor Magneto y sus
secuaces periodísticos, políticos y judiciales deberá ser desarmada si queremos consolidar un proyecto de país
en el que todos gocemos de sus riquezas.
Despues de un tiempo que te conozco, salí a buscar tus escritos, en ellos está presente una claridad impecable gracias por estos apuntes abz
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