jueves, 14 de julio de 2016

La razón de los gerentes



Las mascotas argentinas deben ser golpistas, porque se niegan a usar escarpines o botitas y andan por la casa así, en patas y en cuero. ¿Por qué tanta ingratitud de estos bichitos que son todo para nosotros? ¿Acaso no entienden que Macri nos pidió que ahorremos energía, que nos abriguemos, que dejemos que nuestras habitaciones se congelen así podemos usarlas como freezer? Pero los perros y gatos argentinos no están dispuestos a renunciar a sus siestas junto a la estufa. Entonces, nosotros, que debemos velar por ellos, tampoco. El lector pensará que es irresponsable encarar el tema de los tarifazos con tanta liviandad, pero es lo que inspira el Gran Equipo con sus argumentos. Mientras el empresidente declaró en el exterior que los argentinos comprendíamos los incrementos, fronteras adentro el clima se corta con un cuchillo. Lo que planearon como un trámite más en este proceso de transferencia regresiva de recursos se convirtió en el primer dolor de cabeza para un gobierno que creyó que los globos no se iban a pinchar jamás.
A fuerza de mentiras y distracciones, intentan gobernar el país. Los videos reveladores y las denuncias rimbombantes siempre aparecen en el momento en que una crisis se hace incontrolable. Los episodios de la Ruta del dinero K siguen cautivando a una parte de la audiencia y alimentan los prejuicios que aún justifican el voto por el cambio. Por ahora, algunos hechos de corrupción comprobados y otros improbables alcanzan para demonizar a todos los que participaron de la gestión anterior. El discurso monocorde de la cadena mediática, por síntesis o insistencia, reduce los doce años al latrocinio y niega cualquier avance por más evidente que sea. Y los funcionarios y laderos se encargan de incluir la expresión ‘pesada herencia’ hasta en el pronóstico del tiempo.
Como sea, quienes están a cargo de los destinos del país no se hacen cargo de los estragos que están produciendo. Lejos de la experticia que ostentaban antes de asumir, ahora son aprendices que excusan sus torpezas con la inexperiencia. Aunque sus errores siempre benefician a los mismos, intentan despertar simpatía con gestos de adolescentes ruborizados. Si no funciona este pueril simulacro, se montan en la demonización de los K como si doce años de gobierno hubieran dejado vacío al país. Cuando agotan este recurso, no les queda más que echarnos la culpa a nosotros porque consumimos más de lo que nos corresponde y de manera irresponsable.
Con la mejor de las sonrisas y un tono de voz estudiado, mienten a cuatro golas y diseñan un relato que sólo convence a los hechizados. Y encima, intercalan en sus intervenciones imágenes de entrecasa que funcionaron muy bien durante la campaña pero ahora chocan con una realidad adversa.
Las pestilencias del cambio
No cualquiera puede andar en patas y remera por su casa, como graficó el empresidente Macri en estos días. Primero, el sujeto debería no ser muy friolento o habitar un espacio que pueda mantenerse en unos 25 grados para poder andar suelto de ropa. Departamento chico o casa con calefacción central con mucha alfombra o madera. Nada de estufas o calefactores a combustión, que vuelven irrespirable el ambiente. En realidad, acondicionar el clima hogareño para andar en patas y remera es propio de caprichosos o exhibicionistas, actitud que no incluye a todos los ciudadanos.
Desde esta imagen inadecuada hasta el apocalipsis de que nos estamos quedando sin energía, el Gran Equipo apeló a todo para justificar los tarifazos. Pero una parte de la sociedad se resiste a este sinceramiento, que no es más que un engarzado de mentiras. Más aún cuando las tarifas de los servicios públicos pretenden quedarse con una parte sustancial del salario. Y sobre todo cuando el porcentaje de incremento excede lo razonable y omite la gradualidad, como este 400 por ciento que terminaron concediendo.
Todo este entuerto surge por el afán mercantilista del gobierno amarillo. Ellos no gobiernan para mejorar nuestra vida sino para incrementar las ganancias de las empresas a las que representan. Por eso el ministro de Energía, Juan José Aranguren, decidió al principio de su gestión dejar de comprar gas a Bolivia para beneficiar a una subsidiaria de Shell en Chile al doble del precio. Antes de asumir, era gerente de esa compañía y aún mantiene un paquete de acciones, lo que lo hace inapto para la función pública. En el medio de esta historia, está el episodio nunca aclarado de la valija de joyas que la vice Michetti intentó ingresar en silencio luego de su gira por Chile y Ecuador. Como al ministro se le antoja pagar cinco dólares lo que cuesta dos, el conflicto de intereses está en bandeja.
Otra excusa de esta estafa es la necesidad de recursos para invertir y mejorar el servicio. Esto convierte al usuario en financista de las empresas que lo único que buscan es maximizar las ganancias en lo que no debería regirse con las leyes del mercado. Como todos sabemos que si el Estado no presiona, las inversiones son mínimas, el gobierno amarillo aconseja consumir menos. Con la imagen aristocráticamente campechana de las patas y la remera, no nos están invitando a un uso responsable de la energía sino a consumir lo menos posible. Esa postal del desperdicio nos resulta más cercana que la piscina climatizada de las mansiones de sus amigotes, donde el derroche debe ser mayor.
Si en estos años se incrementó el consumo de gas y electricidad no sólo fue porque gran parte de la población mejoró en su bienestar, sino porque se duplicó la producción industrial. Como el manual del neoliberalismo exige un enfriamiento de la economía para facilitar la transferencia de recursos hacia los sectores concentrados, nos invitan a restringir al máximo nuestras satisfacciones, disfrutes y comodidades. Si consumimos menos, el mercado interno cae, junto con pequeños comercios, pymes y cuentapropistas y sólo subsistirán los grandotes, como siempre. Los consejos de Mauricio sólo buscan provocar una recesión que justifique nuevos ajustes y padecimientos para la mayoría de la población.
En estos días, un pasajero del ferrocarril Mitre fue expulsado de un vagón por llevar un cartel que denunciaba las mentiras de Macri. No bastaba con esconder el papel –algo grave en sí- sino que debía pagar su culpa. El escrache, la expulsión, el insulto para aquel que ose deschavar el fiasco de Cambiemos. Pero el maquillaje se destiñe y la escenografía comienza a tambalear. Sus promesas de campaña se convierten en una estafa después de las medidas que ha tomado desde su asunción. Hasta la tan cacareada libertad de expresión se ve vulnerada por la imposición del discurso único del poder gobernante. Vallas, vedas, prohibiciones, estigmatizaciones y muchas falacias. Y cinismo en abundancia. Estos vientos de cambio vienen con tantas pestilencias que ni la nariz podremos tener al descubierto.

lunes, 11 de julio de 2016

Fotos viejas de un álbum apolillado



La ostentosa austeridad de la celebración por el Bicentenario de la Independencia deja una paradoja: en 2010, cuando estábamos aislados del mundo, muchos presidentes asistieron a los festejos por la Revolución y ahora, que estamos muy integrados, sólo vinieron dos vices y un ex rey somnoliento. El cambio tiene condimentos que dejan amargor en algunos paladares exigentes. Por ejemplo, ahora nos enteramos que nuestros héroes estaban angustiados por la decisión de romper con la corona española. Y eso que en esos tiempos no existía la amenaza de las facturas de los servicios públicos que si no, más que para luchas independentistas hubieran estado para el diván. El discurso presidencial, además de esas delicias de la historia, nos deja un consejo: consumir menos energía. Y también una advertencia: nada de conquistas laborales. Por lo que parece, el futuro nos espera con una austeridad que estará más allá de las fiestas patrias.
Las palabras del empresidente no escaparon del relato oficial: venimos de doce años de mentiras, derroche y corrupción y ahora debemos atravesar un purgatorio de mesura para arribar a un paraíso de pujanza y bienestar. Los abusivos goces del pasado serán pagados con la estrechez del presente y de esa manera demostraremos ser un país serio merecedor de una lluvia de inversiones que contribuirán a nuestro desarrollo. Palabras más o menos, todos los miembros del Gran Equipo, apologistas y adláteres ordenan sus declaraciones en torno a esa lectura amañada de las cosas. El sinceramiento, la austeridad y la transparencia son los antídotos para erradicar el virus kirchnerista que nos atacó en estos años.
Sin embargo, la primera gran mentira es la de la pesada herencia: si no resolvemos nuestros conflictos con el pasado reciente, siempre andaremos por la historia a los tropezones. Muchos presidentes quisieran asumir en un país desendeudado, con un crecimiento superior al dos por ciento, una desocupación inferior al siete, una industria en aumento y un desarrollo en tránsito. Quizá lo que pese no sean estos tópicos sino el alto nivel de consumo, el mayor nivel salarial de la región o la alta cobertura previsional. Al menos, el ideario oficial parece apuntar hacia allí sus medidas de ajuste. El Ocupante Temporal de La Rosada no sólo recomendó consumir menos energía, sino trabajar más. Eso sí, de incrementar salarios, ni hablar. Por el contrario, parece que el nuevo hashtag oficial se enfocará en la reducción de los costos laborales para tentar las ansiadas inversiones. Al menos, eso es lo que está hablando con algunos parlamentarios de procedencia sindical: una ley de flexibilización, que no es otra cosa que precarización laboral. El tortuoso pasado en una nueva copa llamada ‘competitividad’.
Un discurso trastocado
Aunque Macri quiso descansar el día del desfile, sus críticas a las licencias del día anterior le hicieron desistir. Su ausencia en los festejos en la CABA hubiera caído tan mal como la presencia de Aldo Rico junto a los Héroes de Malvinas. “Cada vez que un gremio consigue reducir una jornada horaria –explicó el pedagogo Mauricio- eso todos los demás argentinos lo estamos asumiendo como parte de un costo y no está bien”, opinó. En su lógica empresarial, billetera mata humanidad y un trabajador en su puesto es más importante que su salud física o emocional. La memoria evoca esas imágenes de docentes brindando clases en estado febril porque el presentismo significaba el 40 por ciento del salario y se perdía por nada. Hacia allí nos quiere conducir Macri en su afán de atraer inversiones, a garantizar la mayor rentabilidad por cada centavo que ingrese al país, a costa de lo que sea.
En su reciente gira por el mundo empresarial que tantos idolatran, el Gerente de La Rosada auguró que en los próximos años llegarán a Argentina “100 mil millones de dólares” de inversiones. No en su visita a la tambaleante Europa, donde pidió ser recordado como gran bailarín antes que como buen presidente sino en la 34° edición de la Sun Valley Conference, un paraíso estadounidense donde se juntan empresarios, ceos y políticos para planear sus negocios. Allí fue donde explicó que aceptamos los tarifazos: “le expliqué eso a los ciudadanos y entendieron. Estoy muy orgulloso de ellos. Es asombroso cómo nos acompañan en este esfuerzo de volver al crecimiento, volver a ser parte del mundo”. En Macrilandia, todos consentimos gustosos los alocados números de las facturas del gas y del servicio eléctrico; en el mundo real, un juez tuvo que frenar los incrementos que están fuera de toda razón.
Por supuesto, el empresidente salió al mundo a vender la feliz restauración de la Argentina neoliberal, donde los ricos se hacen más ricos y los pobres deben resignarse a seguir siendo pobres; donde el Estado alienta la invasión del mercado en todos los aspectos de nuestra vida; donde las únicas garantías son para los que no las necesitan. Macri vendió un país con un pueblo manso, dispuesto a renunciar a todo con tal de pertenecer a un mundo que nos ve sólo como un coto de caza. Macri pudo celebrar la rebaja a los impuestos a las exportaciones y el retorno de un Banco Central independiente para reducir una inflación que no para de crecer. Independencia que, de ninguna manera, es similar a la que estuvimos celebrando en estos días. En el ideario neoliberal, el Banco Central debe estar más al servicio de los beneficios particulares que de los intereses colectivos. En el vocabulario PRO, el sentido de las palabras se dispara hacia lo opuesto de lo que pretenden significar.
En la visión amarilla de las cosas, todo parece al revés. El Bicentenario de la Independencia se conmemora con el retorno al mundo que nos quiere someter. La unión de los argentinos incluye demonizar a los que se fueron. La pluralidad de voces es unificar el discurso. Generar trabajo es forzar el desempleo. Decir la verdad es mentir hasta el hartazgo. Mejorar es estar peor. Desde que asumió Macri, el poder adquisitivo del salario cayó más de un seis por ciento, se cuentan por miles los emprendimientos caídos y el mercado interno está declinante. La austeridad llegó a nuestras vidas y, a la manera del “estamos mal pero vamos bien” del Infame Riojano, el mantra amarillo parece ser “duele, pero estamos en el camino correcto”. Aunque digan que nos aman, parecen despreciarnos.
El futuro que viene de la mano del cambio trae fotos añejas que unos pocos deseaban. Discursos de Billiken y desfiles militares, anhelos de reconciliación y patotas nocturnas, promesas incumplidas y deudas impagables. La desesperanza que crece y el desamparo que avanza. Lo previsible en un gobierno de ricos para ricos que se acuerda del resto sólo cuando necesita votos. Mientras tanto, sólo palabras vacías para una campaña que nunca termina.

jueves, 7 de julio de 2016

Los pobres del Bicentenario



El crecimiento de la pobreza es el tema de la semana. Los números oscilan entre cuatro y cinco millones de pobres más desde la asunción de Macri. Antes también había muchos, pero ahora hay más. Que conmemoremos el bicentenario de la Independencia discutiendo la cantidad de pobres en un país que puede alimentar a 400 millones de personas debería avergonzar a esos privilegiados que ven crecer su fortuna cada minuto. No por simple humanidad, sino porque es esa avaricia incontenible la que multiplica la desigualdad. Y también a los dirigentes que pretenden que un goteo esporádico puede calmar las necesidades más elementales de un tercio de nuestros conciudadanos. Y ellos, que jamás han padecido estas carencias, desde sus calefaccionadas oficinas, con sus costosos abrigos y el estómago repleto sólo hablan de semestres o plazos medianos y largos. Ya que el Gran Equipo experimenta tanto con nuestras vidas, deberíamos someter a sus integrantes a un Gran Hermano de la pobreza. Unos días bastarán para que comprendan cuánto sufrimiento generan con casi todas las decisiones que han tomado hasta ahora.
Pero lejos de esto, los gerentes amarillos sólo balbucean excusas y promesas increíbles. Todos menos Macri, que está más preocupado por ser reconocido como un gran bailarín que como un buen presidente. Lo primero avergüenza hasta como chiste y lo segundo ya está descartado al confesar que sus promesas de campaña sólo buscaron engañar al votante. Sus verdaderos propósitos –ésos que merecen el manicomio- están muy lejos de distribuir felicidad y reducir la pobreza. Por el contrario, ha alcanzado la primera magistratura para incrementar cuentas bancarias de los que –como él- ni recuerdan cuánto tienen.
Algunos apologistas satélites no vacilan inmolarse ante micrófonos y cámaras con declaraciones más adecuadas para la galería del ridículo. Un par de semanas atrás, Gabriela Michetti y Javier González Fraga pusieron en agenda la idea de la ilusión de consumo, como cínica forma de atenuar las restricciones de hoy. Para ellos, el bienestar de los sectores medios es el resultado de una fantasía populista. Desde hace años, todos los exponentes de la fuerza gobernante han denostado al ‘populismo’ sin muchas explicaciones pero con bastante bilis. En su gira europea, el empresidente felicitó a Mariano Rajoy por su reciente victoria y, de paso, regurgitó su veneno clasista. Con el aval de su ignorancia hegemónica, sostuvo que el movimiento Podemos “ha estado financiado por el chavismo y por el kirchnerismo” y para que nadie dude de la moraleja, explicó “que forma parte del populismo”. Esa es la etiqueta que utilizan para rechazar de plano cualquier intento de mejorar la vida de los más vulnerables que no sea el modelo del derrame que llevan impreso en su oligárquico ADN.
Ni saben qué decir
En cuanto olfatean un atisbo redistributivo, empiezan con sus cantinelas del Estado elefantiásico que incrementa el gasto público. Aunque el neoliberalismo sólo produce desigualdad en todo el mundo, sigue siendo el modelo con mayor consenso. Su lógica bestial logra convencer hasta a sus principales víctimas. Hasta parece indiscutible que los estados deban facilitar las ganancias de las empresas más encumbradas para que produzcan un gradual derrame con sus contenidas inversiones. El resultado siempre es el mismo: enriquecimiento para unos pocos, miseria para muchos, gobiernos desprestigiados y países fundidos.
Cuando un proyecto alternativo logra conquistar las preferencias electorales en algún país, todas las armas del establishment disparan para destronarlo. Las excusas son muchas: autoritarismo, enfrentamientos, desunión, pero la más exitosa es la corrupción. A pesar de que los empresarios evaden, contrabandean y conspiran los corruptos sólo son los políticos, sobre todo los que intentan mejorar la vida de los más vulnerables. La propaganda de sus poderosos medios de comunicación logra imponer un destructivo relato para que las culpas nunca recaigan sobre ellos. Aunque las corporaciones saqueen las riquezas de todos los pueblos, sus accionistas se presentan como víctimas o héroes pero nunca como lo que son: saqueadores. Aunque los ciudadanos padezcan las peores penurias cotidianas, desde las carencias más elementales hasta catástrofes sanitarias, la sentencia nunca salpica el prestigio de los que las provocan.
Que esto no se interprete como una amnistía para aquellos representantes y funcionarios que se han visto tentados por conseguir dineros fáciles. Que la Justicia caiga sobre ellos lo más rápido posible, pero que también avance sobre los que ningún juez se atreve a acusar. A otro perro con el hueso de que los únicos empresarios que lavan, coimean y se benefician con sobreprecios son Lázaro Báez y Cristóbal López. Hay más de 30 grandotes que siempre han sido contratistas del Estado y resulta increíble que nadie dude de ellos.
En realidad, no debería ser tan increíble. Acá y en cualquier latitud esos grandotes son los que tienen las herramientas para convencer a las muchedumbres distraídas de lo que sea. Hasta de que no son culpables de nada, que son simples mortales muy exitosos en sus negocios y que la pobreza es una epidemia, una elección o un designio divino, menos la consecuencia necesaria de su desmedido enriquecimiento. Hasta se dan el lujo de ser cínicos y conmoverse ante imágenes de los desplazados del mundo.
Tan seguros están que hasta uno de sus representantes puede contradecirlos. En el marco de la Cumbre de los Líderes de América del Norte hubo un llamativo cruce conceptual. El mandatario mexicano, Enrique Peña Nieto, como fiel exponente del establishment, realizó en su discurso duras advertencias sobre el populismo en Sudamérica. Barack Obama, la estrella de la Cumbre, lo interrumpió para descolocar a todos. “Deberíamos tener un sistema tributario justo –comenzó Obama, contra los blanqueos y exenciones que se plantean en nuestros países- y personas como yo, que se han beneficiado de las oportunidades ofrecidas por la sociedad, paguemos más para asegurarnos que niños menos afortunados tengan esa oportunidad”.
Una generosidad inaceptable para aquellos privilegiados que siempre exigen pagar lo menos posible. Y para descolocar aún más a evasores, fugadores y cómplices, agregó: “debería haber transparencia en cómo funcionan nuestros sistemas para que no existan personas que evadan el pago de impuestos estableciendo cuentas extraterritoriales. Supongo que se podría decir que yo soy un populista". Quedará en la conciencia de Obama la sinceridad de estas palabras y cuánto ha hecho durante sus dos gestiones para alcanzar esos fines, pero los detractores vernáculos del populismo se estamparon contra sus excesos verbales. Tanto desprecio desplegado en vano. Después de tantas gárgaras de veneno contra los populismos sudamericanos y de lucir escarapelas foráneas en sus pechos, en lugar de unas caricias en el lomo, el presidente del Imperio se declara populista.
Eso por no tener en claro a quiénes representan. O sí, pero de tanto disimular, mentir, falsear, engañar terminan extraviados en sus ideas y ya ni saben quiénes son. Hasta terminan disparando contra sus propios pueblos.

lunes, 4 de julio de 2016

Las asperezas amarillas



Los chistes sobre la llegada del segundo semestre naturalizaron el fiasco del cambio y la lluvia de dólares que no se produce desespera al Gran Equipo. Las metáforas que tratan de ilusionar, de tan creativas resultan absurdas y los pronósticos de las principales consultoras económicas obligan a estirar la caña que sostiene la zanahoria. Como no pueden ocultar los números del fracaso, alteran a medida las cifras del pasado, las del crecimiento, del empleo o de los desaparecidos. Hasta los pares del empresidente se impacientan por la extensión del túnel y lo chiquita que se ve la luz a la distancia. Y quizá se angustien porque la luz que tienen a su espalda, esa que acaban de abandonar por pura tozudez, brilla mucho más y producía menos estrechez. Y menos angustias para los que confiaron en promesas que ninguno de los que las realizaban pensaba cumplir.
El video de Miguel Ángel Broda –uno de los asesores de Macri- resulta ilustrativo, además de patético. Si durante la campaña se excitaba al explicitar las medidas necesarias para sacar al país de la decadencia, ahora se muestra decepcionado por la debacle que han provocado. Ni el shock de confianza ni las sucesivas concesiones –baja impositiva, devaluación, quita de retenciones- han sido suficientes para que los que más tienen larguen un mango. Quizá el establishment económico espera algunos regalitos más o se resista a invertir en un país cuyo mercado interno ha disminuido tanto en pocos meses. Más allá de estas especulaciones, Broda parece sorprendido porque las recetas de ajuste que tanto idolatra no han dado el resultado esperado. No sólo hay sorpresa en su expresión, sino incomprensión.
No es para menos, si en estos seis meses todos los sectores están a la baja en su actividad y el déficit, en lugar de disminuir con las medidas aplicadas, se ha triplicado. La claudicación ante los buitres, el endeudamiento que supera los 30000 millones de dólares, la apertura de importaciones y exportaciones, los recortes y despidos en el Estado y los tarifazos han provocado un desequilibrio que no estaba en el manual que siguen a rajatabla. Como toda respuesta, los miembros del Gran Equipo elaboran cínicas metáforas y se disculpan con la inexperiencia. A la manera de Aranguren –que esbozó un “estamos aprendiendo”- experimentan con nuestras vidas como si fuéramos cobayos de laboratorio.
El único que se muestra confiado y exultante es Macri, que parece estar mirando otra película. El guión que debe recitar en sus apariciones incluye frases de posters, adagios de autoayuda y parábolas que ni él mismo comprende. Aunque luzca el uniforme de capitán en este barco pronto a estamparse, no es él quien conduce sino otro que está siempre en las sombras.
Ella ilumina el túnel
Tan confiado está Macri, que se extralimitó en el sinceramiento. Esta semana, una frase recorrió la memoria colectiva, esa que alguien atribuyó al Infame Riojano: “si decía lo que iba a hacer, no me votaba nadie”. Aunque no sea de su autoría, se convierte en la síntesis perfecta de su primer triunfo electoral. En la última campaña, la Revolución Productiva y el Salariazo mutaron en la Revolución de la Alegría y la Pobreza Cero. Distintas palabras aunque la intención engañosa persiste. A partir de ahora, que nadie ponga en duda que el Cambio es una estafa y que el empresidente conquistó la gerencia de La Rosada por medio de mentiras, algunas propias y muchas mediáticas. Que nadie proteste cuando señalamos que no ha cumplido ninguna de sus promesas. Que no nos acusen de destituyentes cuando denunciamos la ilegitimidad del gobierno nacional.
Macri mismo lo ha confesado: engañó a su electorado en la campaña. "Si yo les decía a ustedes hace un año lo que iba a hacer y todo esto que está sucediendo, seguramente iban a votar mayoritariamente por encerrarme en el manicomio". Mucho hay para analizar en esta frase y como incluye la ‘locura’, nada mejor que remitirnos a Michel Foucault. El célebre pensador sostenía que la calificación de loco es un mecanismo de exclusión del discurso hegemónico en dos sentidos: como incoherente o como iluminado. De cualquier modo, el loco debe encerrarse, apartarse para que no distorsione la normalidad en la convivencia cotidiana. Por eso el Poder inventó los manicomios. Macri, además de confesar su estafa, reconoce que no debería estar donde está, sino excluido. Pero la locura que dice padecer no es, como muchos suponen, la incoherente, sino la iluminada.
El loco Mauricio cree que todo está muy bien y de ahí viene su incomprensible optimismo, a pesar de su rostro cada vez más avejentado. Macri cree que “todo esto que está sucediendo” es lo mejor que podría pasarnos. Macri actúa como si todo lo realizado hasta ahora fuera la obra de un iluminado, esos locos que, al decir de Foucault, deben ser apartados porque revolucionan el equilibrio en la sociedad. Macri cree estar haciendo una revolución, aunque está aplicando las recetas conservadoras que se han aplicado siempre y que no provocan el efecto deseado porque la situación preexistente no era la que suponía. El Ocupante Ocasional de la Rosada arriesga su estabilidad al confesar su engaño y su locura porque sabe que el Poder no está en él.
Aunque vivimos en una Democracia Republicana, las cosas están un poco distorsionadas. Nuestra Constitución Nacional establece que el Estado que administra está conformado por tres poderes, dos de ellos designados por voto popular. La teoría dice que es el Pueblo quien asigna poder a sus representantes y es allí donde está la distorsión. En casi todo el mundo hay un poder que ninguna constitución incluye pero que gobierna todo. Un poder supra estatal que debilita a los otros, que los somete, los digita y los destruye cuando no son funcionales a sus intereses. Del Poder Económico estamos hablando. De las grandes corporaciones globales y sus expresiones locales. De ese uno por ciento de la población que acumula en sus bóvedas los lingotes que producen con el empobrecimiento del resto. Esa minoría gobierna el mundo a través del poder que asignan a los presidentes de turno.
Por eso el poder no está en Macri, sino en los que se lo han prestado. Por eso Macri realiza esa extraña confesión, porque no está arriesgando gobernabilidad. El escritor Jorge Asís –insospechado de kirchnerista- lo ha sintetizado muy bien esta semana: el que gobierna es Héctor Magneto, la cara visible del poder vernáculo. Mientras el poderoso y avariento capitán del Grupo Clarín vea en Macri su mayordomo no importarán su prontuario, sus cuentas off shore, sus torpezas o sus pasos de baile. Y, también afirmado por Asís, Magneto quiere ver presa a Cristina. Sus alfiles judiciales lo están intentando por todos los medios, aunque no han encontrado nada hasta ahora.
Magneto quiere ejecutar su venganza contra La Presidenta porque es la primera que lo ha desafiado y puesto en evidencia su vileza. Y quiere lograr su propósito más allá de las consecuencias. Desde su enloquecedora cadena mediática mintió, difamó, demonizó el proyecto K hasta el ridículo y sin embargo apenas logró imponer a su candidato por un puñado de votos. A pesar de que la feroz campaña contra la década ganada continúa, Cristina es recibida por miles de seguidores y cosecha fervientes apoyos. Magneto sabe que si toca a Cristina, se producirá el ‘quilombo’ tantas veces prometido por los militantes. Y a pesar de eso, quiere hacerlo, quiere ensanchar la grieta como si estuviese ante una batalla final. Magneto sabe que ninguno de sus mayordomos lograría despertar tanta pasión ni en diez vidas. Aunque no tenga ningún cargo, Cristina sigue siendo el adversario más temido del establishment porque su poder no viene desde arriba, sino desde abajo, desde las entrañas de un pueblo que sabe que Ella es la única que puede y quiere ser su legítima representante.  Ella es la loca iluminada de Foucault que el poder concentrado no sólo quiere encerrar, sino también destruir.

Un viernes negro

  La fortuna nos dio una chance. El disparo no salió, pero podría haber salido . El feriado del viernes es un casi duelo. La ingrata sorpres...