El
crecimiento de la pobreza es el tema de la semana. Los números oscilan entre cuatro y cinco millones de pobres más desde
la asunción de Macri. Antes también había muchos, pero ahora hay más. Que conmemoremos el bicentenario de la
Independencia discutiendo la cantidad de pobres en un país que puede alimentar
a 400 millones de personas debería
avergonzar a esos privilegiados que ven crecer su fortuna cada minuto. No
por simple humanidad, sino porque es esa
avaricia incontenible la que multiplica la desigualdad. Y también a los
dirigentes que pretenden que un goteo
esporádico puede calmar las necesidades más elementales de un tercio de
nuestros conciudadanos. Y ellos, que jamás
han padecido estas carencias, desde sus calefaccionadas oficinas, con sus
costosos abrigos y el estómago repleto sólo
hablan de semestres o plazos medianos y largos. Ya que el Gran Equipo
experimenta tanto con nuestras vidas, deberíamos
someter a sus integrantes a un Gran Hermano
de la pobreza. Unos días bastarán para que comprendan cuánto sufrimiento generan con casi todas las decisiones que han
tomado hasta ahora.
Pero
lejos de esto, los gerentes amarillos sólo balbucean excusas y promesas
increíbles. Todos menos Macri, que está más preocupado por ser reconocido como un gran bailarín que como un buen presidente. Lo primero avergüenza hasta como
chiste y lo segundo ya está descartado al confesar que sus promesas de campaña sólo buscaron engañar al votante. Sus
verdaderos propósitos –ésos que merecen el
manicomio- están muy lejos de
distribuir felicidad y reducir la pobreza. Por el contrario, ha alcanzado
la primera magistratura para incrementar cuentas bancarias de los que –como él-
ni recuerdan cuánto tienen.
Algunos
apologistas satélites no vacilan inmolarse ante micrófonos y cámaras con declaraciones más adecuadas para la galería
del ridículo. Un par de semanas atrás, Gabriela Michetti y Javier González
Fraga pusieron en agenda la idea de la ilusión
de consumo, como cínica forma de
atenuar las restricciones de hoy. Para ellos, el bienestar de los sectores
medios es el resultado de una fantasía
populista. Desde hace años, todos los
exponentes de la fuerza gobernante han denostado al ‘populismo’ sin muchas explicaciones pero con bastante
bilis. En su gira europea, el empresidente
felicitó a Mariano Rajoy por su reciente victoria y, de paso, regurgitó
su veneno clasista. Con el aval de su ignorancia
hegemónica, sostuvo que el movimiento Podemos “ha estado financiado por el chavismo y por el kirchnerismo” y para que nadie dude de la moraleja,
explicó “que forma parte del populismo”. Esa
es la etiqueta que utilizan para rechazar
de plano cualquier intento de mejorar la vida de los más vulnerables que no
sea el modelo del derrame que llevan impreso en su oligárquico ADN.
Ni saben qué decir
En
cuanto olfatean un atisbo redistributivo, empiezan con sus cantinelas del Estado elefantiásico que incrementa el
gasto público. Aunque el neoliberalismo sólo produce desigualdad en todo el
mundo, sigue siendo el modelo con mayor consenso. Su lógica bestial logra convencer hasta a sus principales víctimas.
Hasta parece indiscutible que los estados deban facilitar las ganancias de las
empresas más encumbradas para que
produzcan un gradual derrame con sus contenidas inversiones. El resultado
siempre es el mismo: enriquecimiento
para unos pocos, miseria para muchos, gobiernos desprestigiados y países
fundidos.
Cuando
un proyecto alternativo logra conquistar las preferencias electorales en algún
país, todas las armas del establishment
disparan para destronarlo. Las excusas son muchas: autoritarismo,
enfrentamientos, desunión, pero la más
exitosa es la corrupción. A pesar de que los empresarios evaden,
contrabandean y conspiran los corruptos
sólo son los políticos, sobre todo los que intentan mejorar la vida de los más
vulnerables. La propaganda de sus poderosos medios de comunicación logra
imponer un destructivo relato para que
las culpas nunca recaigan sobre ellos. Aunque las corporaciones saqueen las
riquezas de todos los pueblos, sus accionistas se presentan como víctimas o
héroes pero nunca como lo que son:
saqueadores. Aunque los ciudadanos padezcan las peores penurias cotidianas,
desde las carencias más elementales hasta catástrofes sanitarias, la sentencia
nunca salpica el prestigio de los que las provocan.
Que
esto no se interprete como una amnistía
para aquellos representantes y funcionarios que se han visto tentados por
conseguir dineros fáciles. Que la Justicia caiga sobre ellos lo más rápido
posible, pero que también avance sobre los
que ningún juez se atreve a acusar. A otro perro con el hueso de que los
únicos empresarios que lavan, coimean y se benefician con sobreprecios son
Lázaro Báez y Cristóbal López. Hay más
de 30 grandotes que siempre han sido
contratistas del Estado y resulta increíble que nadie dude de ellos.
En
realidad, no debería ser tan increíble. Acá y en cualquier latitud esos
grandotes son los que tienen las
herramientas para convencer a las muchedumbres distraídas de lo que sea.
Hasta de que no son culpables de nada, que son simples mortales muy exitosos en sus negocios y que la
pobreza es una epidemia, una elección o un designio divino, menos la consecuencia necesaria de su
desmedido enriquecimiento. Hasta se dan el lujo de ser cínicos y conmoverse
ante imágenes de los desplazados del mundo.
Tan
seguros están que hasta uno de sus representantes puede contradecirlos.
En el marco de la Cumbre de los Líderes de América del Norte hubo un llamativo
cruce conceptual. El mandatario mexicano, Enrique Peña Nieto, como fiel
exponente del establishment, realizó en su discurso duras advertencias sobre el populismo en Sudamérica. Barack Obama,
la estrella de la Cumbre, lo
interrumpió para descolocar a todos. “Deberíamos
tener un sistema tributario justo –comenzó Obama, contra los blanqueos y
exenciones que se plantean en nuestros países- y personas como yo, que se han beneficiado de las oportunidades
ofrecidas por la sociedad, paguemos más
para asegurarnos que niños menos afortunados tengan esa oportunidad”.
Una
generosidad inaceptable para aquellos privilegiados
que siempre exigen pagar lo menos posible. Y para descolocar aún más a
evasores, fugadores y cómplices, agregó: “debería
haber transparencia en cómo funcionan nuestros sistemas para que no existan
personas que evadan el pago de impuestos
estableciendo cuentas extraterritoriales. Supongo que se podría decir que yo soy un populista".
Quedará en la conciencia de
Obama la sinceridad de estas palabras y cuánto ha hecho durante sus dos
gestiones para alcanzar esos fines, pero los detractores vernáculos del
populismo se estamparon contra sus excesos verbales. Tanto desprecio desplegado
en vano. Después de tantas gárgaras de veneno contra los populismos
sudamericanos y de lucir escarapelas foráneas en sus pechos, en lugar de
unas caricias en el lomo, el presidente del Imperio se declara populista.
Eso
por no tener en claro a quiénes representan. O sí, pero de tanto disimular,
mentir, falsear, engañar terminan extraviados en sus ideas y ya ni saben
quiénes son. Hasta terminan disparando contra sus propios pueblos.
Ellos multiplican pobreza mientras aumentan sus cuentas bancarias. Una tristeza enorme para este Bicentenario. ¡Qué diferencia con el anterior Bicentenario, que fue una fiesta popular! ¿Cuánto más retrocederemos con esta banda?
ResponderBorrarCris Teller
Es bueno leer el mensaje de Obama aunque dudemos de si lo implementa por lo menos logra descolocar a estos empresidentes que como Macri mintió sin pudor en la campaña y ahora ejecuta el mismo plan de 1976 seguido luego por otro Gobierno que desvalijó el País y dejo una deuda externa e interna creo yo similar a la que va a dejar este de CAMBIEMOS
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