El apunte 800 no se amilana
Las
sorpresas no terminan. Del “si se puede” de la campaña pasamos al “por ahora no” de estos días. Contra lo
supuesto, ninguna de las concesiones
realizadas por el Gran Equipo a los sectores concentrados ha producido
siquiera un mísero goteo. Por el contrario, la extorsión continúa. De los
millones de las retenciones sólo se
volcó una quinta parte; el pago a los buitres, en lugar de inversiones sólo provocó mayor endeudamiento; el
desmantelamiento de la ley de medios más
que pluralidad trajo monotonía discursiva. Mientras tanto, la voz dominante
del oficialismo trata de convencernos de que, aunque estamos peor que hace unos meses, éste es el único camino para
estar mejor de lo que estábamos. A la excusa de la pesada herencia se suma la idea del país pobre, que quiere instalar
un complejo de inferioridad en un
colectivo que empezaba a recuperar su autoestima. El cambio que seducía por
su esplendor ahora se opaca por la
mezquindad que porta y quienes creyeron en él, de a poco, se están
decepcionando.
No
bajaron la inflación y duplicaron el déficit; no unieron al país sino que insisten en dividirlo más; prometieron
luchar contra la corrupción pero sólo
buscan hacerla propia; aseguran que quieren el desarrollo pero aplican
medidas altamente recesivas; juran que están recortando gastos, pero aumentan sus suculentos salarios;
declaran que echan a militantes que vivían del Estado pero acomodan voluntarios que
cobran el doble; dicen que combaten la pobreza pero multiplican la desigualdad; y como la lluvia de dólares se retrasa, presentan como esperanza el blanqueo,
que no es más que una amnistía fiscal
que perdona a los que nos estafaron. Todo
es un doble discurso patológico y
contagioso.
Aunque
intentan inyectarnos optimismo, cada vez
son menos convincentes. Y claro, si esta Revolución de la Alegría es más lacrimógena
que una telenovela de los setenta. Las vacaciones de invierno nos encuentran
tan magros que en los centros turísticos
apenas contabilizan un 50 por ciento de ocupación hotelera. Ni el día del
Amigo se topó con monedas en nuestros bolsillos. Según la CAME, las ventas
registraron una caída del 7,4 por ciento
respecto al año pasado y la mayoría decidió celebrarlo en casa, para no
gastar tanto. Encima, la incertidumbre
vuelve a instalarse en las decisiones cotidianas: uno no sabe si guardar
plata para cuando decidan qué hacer con las tarifas de los servicios o poner
unas botellas de aceite a plazo fijo.
¿Adónde está la luz?
Tanto
cambiamos que ni nos reconocemos. Hasta hace un tiempo, en nuestra vida había
sueños y hoy nos rondan las pesadillas.
Antes podíamos proyectar mejoras, adquirir productos, programar viajes y ahora
estamos contenidos, precavidos, cautelosos. La sensación de crisis a la vuelta de la esquina nos torna temerosos.
Una guadaña amenaza recortar los disfrutes a los que muchos nos habíamos
habituado. Las peores postales del ayer vuelven a estar ante nuestros ojos: los contenedores como fuente de alimento y
la escuela como el único lugar donde muchos chicos pueden comer.
Las
viejas discusiones nunca resueltas parecen revivir en esta restauración inaudita. También
desmesurada, porque no es un
retroceso a los noventa o a la llegada del neoliberalismo durante la dictadura.
Ni siquiera a los tiempos del Centenario,
con un trueque del concepto ‘granero del mundo’ por ‘supermercado’, como
sugirió Macri varias veces. No, la
mirada del empresidente está puesta
más atrás para el futuro que pergeña. “Querido
Rey, estamos tan angustiados por habernos independizado que queremos volver a
ser colonia”, hubiera deseado decir Mauricio en el discurso del
Bicentenario. Pero no lo dijo; apenas se
atrevió a sugerirlo. Para él y sus secuaces, estamos tan abiertos al mundo
que nos convertiremos en cualquier cosa,
menos en lo que debemos ser.
Y
por este camino, no seremos nada. Y
no lo seremos hasta no resolver dudas sustanciales: ¿el país es para todos o para un puñado de privilegiados? ¿Por qué
muchos viven ajustados o en la indigencia mientras otros se empachan de lujos obscenos? ¿Hasta dónde quieren
incrementar sus fortunas a costa del empobrecimiento general? ¿Por qué tenemos
que renunciar a nuestros derechos para
obtener la gracia de una mezquina inversión? ¿Por qué los más ricos siempre
privatizan sus ganancias y socializan
sus pérdidas? ¿Por qué el Estado debe estar a favor de tanta ruindad?
Mientras
los medios de comunicación eternizan la foto de López con el casco y el chaleco
antibalas, los que están más arriba juegan
con una perinola amañada con la que siempre ganan. La Argentina de hoy está
en manos de empresarios avarientos que serían
inaceptables en los países que siempre ponen como ejemplo. Y lejos de estar
agradecidos por gobernar un país rico como pocos, embisten como salvajes para asolarlo. Y la angurria que los impulsa
es tan incontenible que hasta despojan a
los demás de lo poco que tienen. No les molestan los subsidios, quieren ser sólo ellos sus destinatarios.
No quieren un estado mínimo, sino uno
enorme al servicio de sus negociados.
Aunque
cueste creerlo, los más ricos de nuestra economía envidian nuestros bienes,
recelan de nuestros logros, condenan nuestro confort. Y creen que cada moneda les pertenece y estaría mejor en sus cuentas
bancarias. En su mirada ombliguista, los sueldos son un gasto, los
impuestos a la riqueza, un atropello a la propiedad y las leyes, una limitación
de la libertad. Y ahora, que tienen un
gobierno cómplice, están más desbocados que nunca.
Y
apurados, también. Como si el tiempo les jugara en contra, no saben qué
manotear. Si no es la suspensión
silenciosa del programa Progresar es la amenaza de subir la edad jubilatoria.
Todas las medidas que han tomado hasta ahora han sido para favorecer a los que
más tienen. Y como son cínicos, las
pocas que parecen beneficiar a los más vulnerables, son puro simulacro. Hasta
lo de la transparencia es una pose: sólo
codician el botín ajeno. Pero eso no les sale, pues tiran de los Panamá
Papers y aparecen los Macri, prueban con Lázaro Báez y encuentran a Calcaterra
y salen a cazar una morsa y se chocan con un Sanz.
Mientras
Ellos nos entretienen con sainetes televisivos y nos entusiasman con promesas
vanas, su ambición hace estragos con
nuestro futuro. Mientras el Estado amarillo busca entregarnos al peor
postor, tenemos que defender lo que
consideramos propio. Y como primer paso, deberíamos diseñar un Estado
celeste y blanco que dure para siempre y nos
ponga a salvo de estas fieras.
ahora me pregunto a donde carajo fueron esos bienaventurados "creativos" que el presidente y su gabinete auguraban en el verano......se los necesita en esos casos donde parece que "no hay alternativa".
ResponderBorrarestafa, estafa, estafa que algo quedara......
un SuperMercado NeoRealista para que la experiencia de comprar sea como en los tiempos de colonia, dale...animate.
Y quien dice che que Mauri al final cumplira con esa liturgia teologica de traer el "cielo a la tierra"...ese Argentina S.A. TAX HEAVEN si que se puede ver...
Siempre vale la pena, tener a mano, la mirada realista de este blogg, pero siempre llego a la misma conclusión... hasta q punto crítico pensamos llegar sin levantarnos como pueblo, ante semejante ASALTO??
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