Un puñado es lo
que cabe en un puño. No es una medida precisa, sino una metáfora para sugerir una insignificancia. Nadie se pondrá a
medir cuántos votos, porotos o personas caben en un puñado porque, más allá del
tamaño del puño en cuestión, todos
sabemos que es muy poco. Los que festejaron después de las PASO ahora desdeñan el puñado que los derrotó,
aunque, después del balotaje, los amarillos presentaron como un montón al puñado que convirtió a Macri en empresidente. Un puñado dudoso con las mañas
del Correo Argentino para el conteo de los votos. Despectivos de puñados
ajenos, buscarán superar el tercio que los apoyó en las legislativas con un
puñado propio. La polarización es lo que se anticipa en las urnas de octubre,
de acuerdo al aroma del ambiente. Los indecisos evalúan arrojar una moneda en el umbral del cuarto oscuro o dejarse llevar
por los prejuicios nutridos por las
pantallas que no se atreven a abandonar. Una disyuntiva riesgosa porque lo que hemos experimentado del cambio y lo
que preparan sus gestores no deja espacio para los indiferentes.
El rabino Sergio
Bergman disfrazado de planta es una imagen que invita a unas cuantas lecturas.
Por la repercusión que tuvo –tanto a favor como en contra- parece un señuelo
para desviar la atención de los usuarios de las redes: unos aplaudieron la audacia de un funcionario y otros se
burlaron por su ridiculez. Si su gestión al frente de la secretaría de Medio
Ambiente fuera brillante, podría tomarse
como una divertida licencia. Si su intención hubiera sido profunda, podría respetarse un poco más. Ni lo
uno ni lo otro: un disfraz no simula
eficacia ni las bolsas verdes son el camino para una revolución ecológica.
El cambio climático que tanto denuncian no sólo se combate con bicicletas o
restricción energética a fuerza de tarifazos: la sobre-explotación de la
tierra, la extracción saqueadora de minerales y la deforestación a mansalva de
los terratenientes deberían ocupar el
primer lugar de la agenda. La invocación al ciudadano para que cuide el
agua, separe los residuos y no malgaste la energía queda como adorno si no se controla a los angurrientos que quieren
convertir en dólares fugables nuestros recursos naturales. Además, de nada
necesita disfrazarse un funcionario que, al momento de asumir, confesó su
desconocimiento sobre el tema y que, tanto
en su trayectoria como en su expresión, exhibe un abanico de vegetales que
resultaría penoso enumerar. Aplaudir o abuchear debería ser más que una
reacción espontánea: situar cada foto en una secuencia nos aleja de conclusiones superficiales para tomar decisiones más
certeras. Un buen consejo que, de haber sido escuchado en su momento,
hubiera contribuido a esquivar los
espejitos de la Revolución de la Alegría.
Mentiras sin patas
Hasta ahora, el
Cambio es un rosario de promesas que
exige innumerables sacrificios. No para todos, por supuesto: los deciles
medios y bajos de la pirámide deben renunciar
a su modesto bienestar para saciar los toneles que algún día derramarán un
excedente siempre mezquino. Una advertencia que ni siquiera apareció con letras
minúsculas en el contrato que se votó en 2015. Tampoco aparece ahora en los versitos de campaña de los exponentes
del oficialismo, aunque a veces emerge
de los sectores más oscuros del subconsciente alguna idea que no logran
reprimir. Mantener el disfraz es lo que
más les cuesta, aunque muchos no lo adviertan. Claro, apelan al maquillaje
no para engañar a los que coinciden con su desigualadora
impronta: las palabras amigables, los gestos serenos y los dedos
timbreadores son postizos destinados a indecisos, incautos y distraídos que se sienten más amenazados por los lamentos
de los vulnerables que por las dentelladas de los poderosos.
El horroroso
rostro detrás de la máscara está sugerido
por lo que muestran y por lo que se les escapa. Para mejorar la
competitividad sólo proponen quita de impuestos y bajas salariales, pero jamás mencionarán la ganancia empresarial
intangible que se amontona en paraísos fiscales. Cuando condenan la
violencia, sólo tienen en cuenta la
reacción de los explotados y no la patada
de los explotadores. Cuando hablan de inseguridad, sólo piensan en
represión y si convocan al diálogo, sólo
exigen obediencia. Detrás del maniquí que está a la vista se esconde un
monstruo, un otro yo que pergeña
pesadillas y se burla de los afectados.
Así funciona el
marketing y su objetivo es seducir apartando
al destinatario del camino hacia toda verdad. Así, el ciudadano deviene en público y el colectivo, en manojo de individuos.
El resultado es un espécimen que asimila lemas, repite excusas y acepta con
sumisión penurias innecesarias. Temerosos de la grieta, se suman a los
que la provocan y no hacen más que ensancharla. Lo más peligroso de estos
seres es que se perciben como neutrales y se escudan en la indiferencia, pero no advierten que de esta manera terminan
avalando cosas inaceptables.
La desaparición
de Santiago Maldonado emerge como parte-aguas. En un caso así no cabe la abulia. El que se deja convencer por la
inverosímil creatividad de los medios hegemónicos o el que se abraza a las modernizadas versiones de excusas de la
dictadura es mucho más que un incauto. El que cree que un artesano de
barba, pelo largo, vegetariano y solidario con los mapuches merece ser desaparecido que levante la mano.
Si no cree eso, que reclame su aparición con vida y el castigo a todos los responsables. No estamos ante alguien que se
extravió en un bosque o que, en un delirio místico, decidió huir de su familia.
Sin dudas, no desapareció por arte de magia y su aparición tampoco dependerá de
eso.
Este tema incomoda
a los gerentes porque los revela capaces
de cualquier cosa para defender los privilegios de una minoría insaciable.
La ministra Bullrich lo sintetizó en un
fallido: “el bando de los que quieren
encontrar a Maldonado y el de los que no
queremos encontrar a Maldonado”. ‘Encontrar’ es uno de los tantos
eufemismos PRO para no confesar lo que
han hecho con Santiago. Los verdaderos dos
bandos: los desaparecedores y los
desaparecibles. Un antagonismo que no acepta indecisos, indiferentes ni
neutrales. El público también debería
sacarse la máscara para que el espejo lo acomode en el bando correspondiente.
gracias Gustavo, lo comparti, abrazos y espero el proximo!
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