lunes, 25 de septiembre de 2017

Extraviados por la tele



Sin demasiado esfuerzo investigativo, se puede afirmar que Lodenisman es el resultado de una manipulación perfecta, no sólo mediática sino también política y judicial. Convertir un suicidio evidente en un homicidio seguro con la imposición de una sentencia improbable es un éxito indiscutible. Lograr que los prejuicios de una parte de la sociedad se concentren en una fantasía cada vez más compleja y lejana a la racionalidad merece un premio internacional. Grabar a fuego en la memoria colectiva que Cristina mató a Nisman por su denuncia del Memorándum con Irán es un triunfo de la parafernalia mediática hegemónica que dañará por mucho tiempo el escenario político argentino. Que muchos individuos incorporen a su ideario esta convicción errónea para sus decisiones civiles es una renuncia a la construcción de un ciudadano responsable. Pero más grave que tomar como veraz una mentira es dejar lugar a una sospecha perpetua que cercena todo tránsito a la verdad.
La frase “nunca se sabrá” es la conclusión que susurra el interlocutor dudoso, después de escuchar un listado de datos que confirmaría el suicidio. Que los peritos de la Corte Suprema de Justicia descarten la participación de otra persona más que Nisman en su muerte no incide para nada en la eliminación del recelo. La escena encontrada en el baño, más que confirmar el suicidio, alimenta las más estrambóticas tramas de novela policial. ¿Cómo hicieron los supuestos asesinos para disparar sobre el fiscal sin interrumpir la trayectoria de la sangre que salpicó todo el recinto? ¿Cómo salieron del baño dejando el cuerpo obstruyendo la puerta sin señales de arrastre? ¿Habrán escapado por el resumidero después de transformarse en cucarachas gracias a una pócima secreta? ¿Habrán usado calzado anti gravedad para no dejar una sola pisada? ¿Cómo hicieron para inyectar los 245 gramos de ketamina necesarios para dormir a una persona sin dejar los rastros propios de una aguja y sin que sean detectados por el equipo de toxicología de la Corte? Y todo esto en un departamento cerrado por dentro, sin el desorden propio de una escena de violencia y cámaras de seguridad que no registraron nada extraño. Preguntas que reciben un sacudón de hombros de los suspicaces y una sonrisa incómoda de los convencidos. Ni los más audaces directores de Hollywood se atreven a crear un equipo criminal tan eficaz a la hora de simular suicidios fílmicos.
Encima, muchos actores de esta tragicomedia no hacen más que desparramar estiércol para que el ambiente se torne más hediondo. Como los miembros de la Corte Suprema que, en estos días, emitieron un comunicado en el que parecen desentenderse de las pericias realizadas por sus expertos. Un gesto innecesario para el Máximo Tribunal que debe mantener distancia de las investigaciones ordenadas por un fiscal y un juez de instrucción hasta que el caso llegue a una instancia en la que deban intervenir. Sin llegar al ridículo de Carrió, que vociferó la culpabilidad del gobierno K en la muerte del fiscal, los Supremos realizaron su aporte para alimentar una confusión funcional a la campaña.
Voluntarios para la mentira
Para superar estos pasos vergonzosos y bajo espectaculares luminarias, aparecen en escena los peritos de Gendarmería, encargados de demostrar que a Nisman lo mataron. Como no pueden, inventan. Como no estuvieron en la escena del hecho, dan rienda suelta a una imaginación novelesca. Como no vieron el cadáver, agregan heridas inexistentes, inyectan sustancias anestésicas y desplazan el orificio que produjo la bala. Como no tienen rigor científico, permiten que aflore la inspiración literaria para utilizar la expresión poco jurídica “asesinato a sangre fría”. Como el establishment gobernante necesita erradicar la idea del suicidio para horadar la imagen de Cristina, pueblan el pequeño baño de homicidas despiadados y obsesivos que no dejan ninguna huella. Todo sin pruebas, cargado de falacias y con el solo objetivo de engañar a la opinión pública.
Que este mamotreto de casi 500 páginas se incorpore a la causa judicial indica lo malogradas que están las instituciones. Que la resolución de un caso policial tan evidente se estire como un chicle por exigencia del Poder Real sugiere que, si no reaccionamos, pronto estaremos perdidos. Que expertos de Gendarmería sin experiencia en estas lides apuesten su cabeza para fomentar embustes muestra la impunidad que reina en este oscuro presente. Impunidad todo terreno y multidireccional.
Claro que esto no sería posible sin la existencia de un público dispuesto a creer en Todo, a abrazar como verdad lo que ya se ha demostrado que es mentira, a dejar que las dudas infundadas desorienten su razón. Algunos encontrarán en esta renuncia a la autonomía intelectual las excusas necesarias para rechazar una fuerza política; otros verán este caso como un alimento para esa irrenunciable desconfianza hacia La Política con que disfrazan su indiferencia; otros advertirán los absurdos pero eluden cualquier posición que los identifique con los despreciados K; otros sentirán pudor al reconocer que han sido embaucados de manera tan grosera.
Estas variantes de creyentes incondicionales no se limitan a Lodenisman. La credulidad informativa está abierta a toda operación con formato periodístico que provenga de los medios que bombardean el entendimiento. No hay argumentos, pruebas, datos, testimonios, audios, videos que los aparten del entramado de fábulas que consumen a diario. Ni los actos más crueles y miserables cometidos por los ceócratas hacen estallar la burbuja del Cambio que los aísla. Ni se asombran de la cantidad de hechos que ignoran por depositar su confianza en la realidad paralela que se construye desde esas usinas hegemónicas. Ni se asquean por las horrorosas ideas que despiertan las frases odiadoras que los dirigentes amarillos expelen en cada aparición ni se sorprenden por las atrocidades que consienten. Hasta culpan a Santiago Maldonado por su propia desaparición, colman las redes con bromas de gusto pésimo y claman por la aniquilación de los mapuches que, en tiempos de Cristina, consideraban héroes. Y se abrazan a la estupidez de desatender sus reclamos porque son chilenos, sin advertir que Benetton, Lewis y demás terratenientes expansivos son menos criollos que el chessecake.
Aunque el Gran Equipo está destruyendo el país, los globoadictos se envalentonan con frases como “hacemos lo que hay que hacer”, que justifica ajustes bestiales, renuncias recaudatorias, reformas retrógradas, endeudamiento atroz y represión salvaje. Esta semana, el padre Eduardo de la Serna, de Curas en Opción por los Pobres, manifestó que avalar este modelo en las urnas “es un pecado”. O crimen, estupidez, error, tozudez… cualquier cosa menos una decisión racional comprometida con el buen destino del país.

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