jueves, 28 de septiembre de 2017

Cautivos de la irreflexión



Las mentiras y operaciones periodísticas sólo tienen un objetivo: distraer la atención del público para favorecer al mismo sector político. Antes eran opositoras y ahora son oficialistas. En el pasado, buscaban horadar la legitimidad de CFK y en el presente, proteger esta infame ceocracia. Como el gobierno de Macri es improtegible, los contenidos mediáticos siguen poblando pantallas, parlantes y letras de molde con un anti cristinismo de parodia. Sin pausa, arrojan a la opinión pública los más inverosímiles embustes en una cascada difícil de contener. Sin rubor, convierten infartos y suicidios en crímenes políticos y yerros de gestión en pesada herencia. Sin pudor, silencian las desmentidas mientras lucubran nuevas fábulas. Y todo sin condena, no de la Justicia, que en gran parte es cómplice, sino del público cautivo, que termina como secuaz de su propia desinformación.
El consumidor de estos libelos se abraza a las patrañas a pesar de las innumerables refutaciones. Si en su momento asimilaron la muerte del financista Aldo Ducler como un audaz homicidio cometido por los K, la ausencia de delito dictaminada por el juez en lo criminal Osvaldo Rappa no erradicará sus prejuicios. Los K son capaces de cualquier cosa y si no se demuestra con este caso, ya aparecerá uno que confirme esa sentencia. Los K son culpables de todo aunque no haya pruebas de nada. Así fueron modelados por la hegemonía discursiva, para desconfiar de todos los que quieran alterar lo establecido por los poderosos. Si un gobierno popular asiste a los más vulnerables, está alimentando vagos; si un modelo neoliberal mantiene esos planes y los incrementa, está combatiendo la pobreza. Si un gobierno popular construye viviendas sociales, hace demagogia; si lo hace un gobierno del establishment, busca solucionar el problema habitacional. Si un gobierno popular modifica los planes de estudio, pretende adoctrinar a los adolescentes; si una gerencia como la actual ofrenda a los estudiantes como esclavos disfrazados de pasantes, está construyendo futuro. Los gobiernos populares son corruptos y mentirosos aunque sus integrantes tengan todos sus bienes declarados, a diferencia de los gobiernos neoliberales, compuestos por honrados ciudadanos de patrimonio incontable y cuentas secretas en todos los paraísos del planeta.
Este entramado de preceptos ilógicos se sostiene a pesar de las evidencias y los resultados, del deterioro y el malestar creciente. Si el país desendeudado de diciembre de 2015 muta al país empeñado de hoy para estar mucho peor que antes o la inflación convierte una recorrida por las góndolas en un laberinto del terror; si la inoperancia de los funcionarios es notoria o sus decisiones tienden a perjudicar a la mayoría; si las promesas no se cumplen a conciencia o se postergan al infinito; si hasta las mascotas advierten el cinismo, la hipocresía y el desprecio que brotan de las bocas oficialistas, nada hará doblegar las insostenibles convicciones enquistadas en la in-conciencia de los cautivos.    
Lo que hay que hacer
Las frases publicitarias con que los PRO justifican sus perniciosas acciones parecen suficientes para el convencido, a pesar de que no tengan ni pies ni cabeza. Que todo se soluciona con diálogo, aunque éste se convoque cuando ya todo está decidido; que hay que unir al país, aunque alienten el escarnio hacia los que se oponen; que están garantizando el progreso, aunque estén primarizando la economía; que están generando empleo, aunque la desocupación es creciente. Todos juntos, en equipo pero sin los que detestan. “Hacemos lo que hay que hacer”, aunque eso signifique empobrecer a los más pobres para enriquecer a los más ricos, con una desigualdad que se ha incrementado un 20 por ciento, de acuerdo al INDEC; aunque conlleve congraciarse con el Primer Mundo que aplaude el abandono de todo principio soberano.
Aumentar las tarifas de los servicios públicos hasta hacerlas impagables o dejar el precio de los combustibles en manos del ambicioso mercado es “lo que hay que hacer”. Inducir al juez Otranto a desviar las sospechas sobre Gendarmería es, “en términos políticos lo que teníamos que hacer”, según confesó el director de Violencia Institucional y Delitos de Interés Federal del ministerio de Seguridad, Daniel Barberis ante un grupo de agentes diez días después de la desaparición forzada de Santiago Maldonado. “Hacemos lo que hay que hacer”, dicen los Amarillos, aunque eso sea arrasar el país con una topadora y dejar desamparados a millones de argentinos.
Lo que hay que hacer es demonizar al otro, pisotear las instituciones y poner nuestra riqueza en manos de la angurria internacional. Lo que hay que hacer es abaratar el salario, aunque la CIDH cite al Gobierno para que explique “la avanzada oficial sobre los derechos de los trabajadores”. Lo que hay que hacer es reprimir a los que se resisten, aunque los excesos provoquen que la Asociación Americana de Juristas denuncie al Estado argentino por negar la detención forzada de Santiago. Lo que hay que hacer es asfixiar a los medios opositores o mandar lingotes de oro a Londres. Lo que hay que hacer es deslegitimar las únicas pericias en el departamento y el cuerpo de Nisman porque confirman el suicidio para enaltecer la fantochada de los ‘peritos’ de Gendarmería, que inventaron datos para forzar la hipótesis de homicidio.
Lo que hay que hacer puede significar cualquier cosa, menos mejorar nuestra vida. De esto hay sobradas muestras y no hay que escarbar demasiado. El futuro no es el final feliz que recitan los ceócratas, sino el presente angustiante que están construyendo. Por este camino vamos al peor de los lugares y son muchos los que lo advierten: industriales, comerciantes, empleados, sacerdotes, economistas y algunos sindicalistas comprometidos con sus representados. Lástima que algunos no escuchen las advertencias porque están muy entretenidos con los culebrones e historietas que consumen como información.

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