Muchos han escuchado lo que
dijo Carrió en Rosario o lo han leído en algún diario, salvo los que viven aislados
del mundo, atados a los medios que sólo desinforman: “yo
quiero con vida a ese joven, yo no quiero, como organizaciones de derechos
humanos o sectores del kirchnerismo, que esté muerto”. ‘Ese joven’ es Santiago Maldonado, pero la
inasible diputada no sólo evita su nombre, sino que usa políticamente un
caso del que pocas veces se ha ocupado, salvo para vomitar las inaceptables pavadas con que cautiva a
sus seguidores. Esos caceroleros que reducen todo al denuncismo selectivo
con que justifican sus prejuicios y no necesitan pruebas para sentenciar a
los que desprecian, validan el accionar despectivo de ese mediático
personaje que tanto pontifica sobre la República pero apoya a los que
quieren disolverla.
En
algún momento de estos dos meses de desaparición
forzada –cuando sus eternas vacaciones se lo permitieron- Lilita esputó que Santiago estaba
escondido o secuestrado por kirchneristas. Desacreditar, minimizar o
burlarse de sus dichos es lo que se ha hecho hasta ahora, lo que permitió
que Carrió escale a un podio inmerecido. Casi la mitad de los porteños la
ha premiado con votos en las PASO, aunque nada de lo que vocifera llega ni al
umbral de un tribunal. Desde hace años ocupa una banca en Diputados, a
pesar de que su desempeño parlamentario se reduzca a algunas histriónicas
intervenciones para mostrar en un noticiero y a las constantes ausencias
de las que nadie se preocupa. Hoy, a tono con el clima de época que plantea la alianza de la que forma parte, intenta
desviar la atención de la barbarie desatada desde la asunción de Macri,
meses en los que, lejos de unir al país
como había prometido, alimenta la grieta
para hacerla más profunda.
Quien
todavía dude de la responsabilidad de los gendarmes en la desaparición de
Santiago es porque no está enterado de nada o –lo que es casi lo mismo- padece
intoxicación por el consumo de prensa
independiente de toda veracidad.
Quizá ya haya incorporado a su ADN que Santiago está en Entre Ríos, Tartagal o
cortando sus rastras en San Luis. Tal vez se abrace a la infame frase algo habrá hecho en su versión 2017
o descrea de los testimonios de los mapuches porque son chilenos, terroristas o separatistas. O le parezca inadmisible
que un indio pueda expresarse con
claridad, tenga derechos o use chismes
tecnológicos a disposición de cualquiera. Y hasta festeje las burlas que
muchos apologistas mediáticos destinaron a los famosos binoculares de Matías Santana. Probablemente, ni debe
haber escuchado los audios que muestran a los agentes hablar sobre el detenido a orillas del río, intercambiar calificativos
insultantes hacia los mapuches o averiguar sobre la incautación de esos
binoculares en uno de los tantos allanamientos posteriores. Por todo esto, Carrió
puede darse el lujo de decir que los kirchneristas y los organismos de DDHH
quieren que Santiago esté muerto, aunque en su desaparición estén
involucrados gendarmes que recibieron órdenes del ministerio de Seguridad,
funcionarios que presionaron al juez y las principales figuras del gobierno
del que ella forma parte, que tejieron un obsceno encubrimiento.
Sombras, nada más
Por todo esto, no debe sorprender que el Gran
Equipo siga negando hechos que son más que evidentes, no sólo ante sus
gobernados sino también ante la CIDH. Mientras en muchas partes del mundo las
plazas claman por la aparición de Santiago, los gerentes dudan de que haya
estado en la represión y que se lo haya llevado Gendarmería y hasta cuestionan
a los mapuches de Cushamen por obstaculizar la investigación. Eso sí, nada
reprochan a Pablo Nocetti, que armó el clima para la represión y advirtió
sobre las pericias de las camionetas para que sean limpiadas ni a Daniel
Barberis que acondicionó el relato de los gendarmes para proteger la imagen
del gobierno. Tampoco cuestionaron al juez Guido Otranto por no realizar
un allanamiento en la estancia de Benetton ni ordenar pericias de la ubicación
de los teléfonos. Sólo los originarios están en la mira por reclamar la
devolución de las tierras usurpadas, protestar por el despojo de sus bienes y
reclamar la libertad de su líder, Facundo Jones Huala.
En la Argentina gobernada por los PRO, hasta
lo más elemental está en peligro, desde la alimentación hasta la vida. Y
todo para proteger los inconmensurables bienes de los que ni se imaginan lo
que es padecer una necesidad. Porque no sólo en el sur ponen las fuerzas de
seguridad del Estado al servicio de los terratenientes. Como otrora, en
el norte del país, el imperio de
Blaquier reclama ayuda policial para someter a los trabajadores del
Ingenio Ledesma. El gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, también ofrenda la
provincia para satisfacer la venganza de clase del empresario aliado con la
dictadura y acusado de delitos de Lesa Humanidad. En una decisión casi de
fin de semana, la in-Justicia jujeña ordenó que Milagro Sala abandone el
campo de concentración que llama prisión domiciliaria para retornar a la
cárcel en la que estuvo tanto tiempo.
No
sólo la alimentación, el empleo, la libertad y la vida están amenazadas por los
ceócratas: también la Memoria. Además de llamar curro a la lucha de los organismos de DDHH y destinar sólo hielo a
sus dirigentes, Macri pobló La Rosada SA de integrantes, nostálgicos y
apologistas de los Tiempos Oscuros. A esto se agrega la bienvenida al
llamado 2x1 para genocidas, aunque después tuvieron que simular rechazo.
Ellos prometen un mejor futuro pero lo único que ofrecen es el peor
pasado. Si algunos de los votantes distraídos no comprenden que, de la mano
de Macri y su Gran Equipo, viene el ajuste, la flexibilización laboral, el
despojo de los salarios, la desigualdad convertida en norma, el
endeudamiento usurero, la mejor síntesis es el homenaje a una figura
siniestra: Domingo Cavallo recibido con honores en el Banco Central por su
titular, Federico Sturzenegger. Si eso no se interpreta como un retorno a
los peores momentos de nuestra historia, ¿qué otra señal necesitan para
rechazar el Cambio?
Si no
es un retorno con todas las letras, al menos es la reivindicación de un
personaje muy dañino. Y si no, será una provocación más, como los
irresponsables dichos de Carrió, para medir nuestra paciencia. La
Historia nunca se repite por su propia voluntad, sino por la indiferencia de
sus protagonistas que, a veces, tienen ganas de convertirse en víctimas.
gracias Gustavo! comparto-besos
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